Los amiguetes y el capitalismo granuja

DURANTE la Guerra Civil en Estados Unidos, John Pierpont Morgan, logró que el Gobierno le vendiera un inmenso lote de rifles anticuados del ejército por sólo 3,50 dólares cada uno. A través de un socio, Morgan los arregló para revendérselos de nuevo al Gobierno por 22 dólares la pieza. Los rifles estaban todos defectuosos y cada vez que los soldados disparaban con ellos perdían los pulgares. Aquello terminó en un sonoro escándalo, pero Morgan apenas sufrió represalia alguna por la tropelía. Su empresa nunca llegó a ver los rifles y en la operación sólo actuó de financiero, por eso las autoridades terminaron cerrando el asunto como un caso de ineficacia gubernamental y no como un fraude. 

El relato de la operación de venta de los rifles aparece en todas las biografías sobre los inicios de una de los mayores fortunas del mundo, la del fundador del gran banco americano J.P.Morgan. Su historia, sin embargo, no es única. John Pierpont Morgan, hijo de banquero y empresario que hizo riqueza con las comisiones por las ventas de las acciones del ferrocarril, formó parte de un grupo de grandes empresarios americanos que durante el siglo XIX monopolizaron los sectores industriales y financieros de este país, entre los que se incluía también John D. Rockefeller. Para ellos se acuñó un término en la época, los barones ladrones, con el que se referían a aquellos que consiguieron levantar grandes fortunas mediante prácticas que violaba la libre competencia en los mercados.
El término fue importado. La denominación procedía de los nobles medievales alemanes que imponían grandes tasas al paso de los barcos fluviales por el Rhin en aquellos tramos que discurrían por sus dominios. El negocio de comisionista es tan antiguo como la humanidad y muchas grandes fortunas se han levantado sin darle un palo al agua: sabiendo comprar barato y  luego vendiendo caro; actuando de intermediario entre el que vende y el que compra; o imponiendo un precio al que quiere vender o comprar en tu territorio. En tantos años de civilización, el ser humano todavía no ha encontrado una respuesta eficaz para saciar la codicia de algunos. Y así se escribe la historia de la economía en el mundo, una lucha permanente por disponer un año tras otro de más ganancias que el anterior.
Cuando nos golpeó la crisis económica, lo primero que pudimos comprobar fue que estaba sucediendo lo mismo que ocurrió en el siglo XIX con los rifles defectuosos, pero en esta ocasión con viviendas. La banca se había inflado de vender paquetes de viviendas con hipotecas defectuosas, que fueron adquiridas por familias sin saber que se estaban pegando un tiro en ambas piernas. A pesar de que todo había sido un enorme fraude, más de un siglo después volvía a ocurrir lo mismo: de nuevo el asunto acabó sin apenas represalias, ya que en vez de multar a los bancos, se sancionó a los ciudadanos con recortes y años de austeridad. Los nuevos barones ladrones del boom inmobiliario pudieron seguir actuando impunemente y con ellos una cohorte de amiguetes que, alrededor de la incompetencia de las autoridades y la corrupción de muchas administraciones, llenaron algunos países, entre ellos España, de sinvergüenzas, aprovechados, ladrones de guante blanco y toda clase de chorizos de postín. Lo que el premio nobel de Economía, Joseph Stiglitz, denominó "capitalismo granuja".
Cuando el otro día leí el informe final de la Guardia Civil sobre la actuación de Rodrigo Rato al frente de Bankia, me acordé de los rifles defectuosos, del capitalismo de amiguetes y del capitalismo granuja. Pero, especialmente, me acordé de la codicia humana, que no tiene límite. Rato es un tipo que ya tenía dinero antes de meterse en política. En ella alcanzó la vicepresidente de un Gobierno de España, estuvo a punto de ser presidente y terminó de gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), uno de los mayores puestos a los que puede aspirar un dirigente político en el mundo. Lo dejó y logró acceder a la presidencia de Bankia, con un sueldo de 2 millones de euros al año, a sumar otra nómina vitalicia de FMI, y una tarjeta para no gastarse un euro de su bolsillo ni en una bolsa de pipas. ¿Qué puede pasar por la cabeza de una persona para acabar metido hasta el fango en delitos fiscales, blanqueo de capitales y corrupción entre particulares?
Aunque la justicia lo tendrá que determinar, el informe de la Guardia Civil está plagado de correos electrónicos personales, documentos oficiales e informes de la Agencia Tributaria que revelan sospechas más que fundadas sobre prácticas de enriquecimiento ilícito de Rodrigo Rato mientras estuvo al frente de Bankia. Y que demuestran, también y sobre todas las cosas, que la avaricia rompe el saco. Pero, que hasta que se rompe el saco, hay personas en el mundo que nunca están dispuestos a renunciar a seguir llenándolo. Son los barones ladrones del capitalismo de los granujas: esos que son capaces de hacerse millonarios vendiendo rifles que revientan los pulgares o de alcanzar la gloria partiendo de las más bajas cotas de la miseria humana.

Publicado en Málaga Hoy el 24 de julio de 2016. Ilustración de Daniel Rosell. 

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