La tontuna como eximente transitoria


Julián Muñoz acudió hace unos días de nuevo a un juzgado para reencontrarse con su pasado. A su pasado de tonto, me refiero. Y no lo digo yo, lo dijo él mismo. El que fue alcalde de Marbella se sentó este pasado lunes en el banquillo de los acusados, empezó a escuchar al fiscal y cuando el representante del ministerio público le hizo una pregunta, se dirigió al juez y le espetó: "Señoría, yo era el tonto del Ayuntamiento". Muñoz ha hecho de ser el tonto del Ayuntamiento de Marbella el único argumento de defensa en los juicios a los que se sigue enfrentando. Y así lleva varios años. En cada juicio oral saca a relucir la tontuna como eximente ante una posible condena. 

Muñoz hace unos meses que salió de la cárcel. Sufre una enfermedad grave, con escasas posibilidades de recuperación. El juez atendió su solicitud de pasar lo que le queda de vida en su casa, por lo que los juicios a los que aún tiene que enfrentarse y las previsibles condenas a sumar a las que ya acumula serán de difícil cumplimiento. Por ello, parece que tiene poco sentido que este hombre tenga que acudir cada cierto tiempo a una vista oral con el único propósito de declararse el tonto del Ayuntamiento, por mucho que intente salir del trance argumentando que se limitaba a firmar todo lo que le ponían por delante. "Todo, salvo mi sentencia de muerte", dijo la última vez que se autocalificó de tonto con cargo público. 


En los juzgados hay cada día más tontos que se pasaron un día de listos. Entre los que no sabían, no leían, no veían o no se enteraban de nada, muchas ciudades y un buen número de instituciones han estado en manos de lelos, cortos de alcances, cebollinos o bobalicones, según definición propia. Los ciudadanos deberíamos reflexionar sobre a quién damos nuestro apoyo en las urnas. A tenor de lo que luego sucede en los juicios, hemos votado para demasiados cargos a tontos de remate. Y esa es la experiencia que podemos obtener de los juicios a los que se está enfrentado Muñoz: la de aprender de cara al futuro que votamos a muchos listos que se hacen pasar luego por tontos. 

Hay una plaga de tontos arrepentidos. Muñoz no es el único. Hay overbooking de imputados apelando a su cortedad de intelecto para justificar sus fechorías. Los consejeros de las tarjetas black no sabían que no podían sacar dinero sin declararlo a Hacienda. Eran tontos. Los responsables de las empresas constructoras donaban dinero a los partidos pero sin pedir nada a cambio. Eran lelos. Artur Mas y los consejeros de su Gobierno no supieron interpretar la resolución del Tribunal Constitucional que impedía la celebración de la consulta soberanista. Eran políticos cortos de luces. Y así, unos tras otros. Un desfile continuo de pillos con la manga muy ancha, la lengua muy larga y la conciencia muy corta, parafraseando a Joaquín Sabina. 

En este elogio de la tontuna caben todos. El otro día un alcalde de un pueblo de Málaga justificó un rosario de licencias de obras para edificar en suelo rústico argumentado que él no sabía ni escribir con un ordenador. Cómo, por tanto, iba a saber el hombre de normativa urbanística, le espetó al juez para exponer sus escasos conocimientos de todo tras una decena de años en el cargo. La tontuna ha sido un argumento esencial de las defensas en el juicio a la Infanta por el caso Nóos; en el de la ex ministra Mato por la trama Gürtel o en el caso Bárcenas con la mujer del ex tesorero del PP, por citar algunos ejemplos recientes. En este país son demasiados los acusados que justifican una larga estancia en la inopia para desconocer de dónde salía tanto lujo, tanto disfrute y tanto dinero. Y eso sirve para justificar un bolso de Loewe, un coche de lujo, unas vacaciones en Disneyland con la familia o la remodelación de la sede de un partido político, incluyendo todas sus plantas. Y lo peor de todo es que empieza a existir jurisprudencia de la tontuna como eximente transitoria. 

"Dame pan y llámame tonto". El siempre acertado refranero español. Hay mucha gente que se hartó de pan y no le importa ahora que le llamen tonto. Y por eso, acumulábamos muchos y muy insignes tontos. E incluso, disfrutamos de una nueva modalidad, la del tonto sin ánimo de lucro. Esos últimos son los más sospechosos, los que justifican sus fechorías afirmando que fueron otros los que se aprovecharon de su tontuna. Los españoles hemos sido, tradicionalmente, un país muy tolerante con la falta de luces, de ahí que reconocer abiertamente una cierta escasez de inteligencia no está muy mal visto del todo. A los hechos me remito. Entre pasar a la historia por una brillante carrera como ladrón o parecer tonto, la mayoría opta por lo segundo. 

El problema no está ni en la cantidad ni en la calidad de los que se autoproclaman tontos. Lo realmente preocupante es que la mayoría de ellos están convencidos de que los tontos somos los demás. Y a tenor de los hechos, cualquiera podría decir que aciertan.

Artículo publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell. 

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