La triste historia de los náufragos que desaparecieron dos veces
Cuarenta y
nueve inmigrantes han desaparecido esta semana dos veces. Primero
desaparecieron en el Mar de Alborán y luego, al día siguiente,
desaparecieron de las portadas de los principales periódicos nacionales
de España. Ni los encontró Salvamento Marítimo en el Mediterráneo ni se
les localizó entre las noticias de apertura de los medios de
comunicación. Creemos que se ahogaron porque hubo tres supervivientes en
la patera deshecha que rescataron en alta mar y que pudieran relatar lo
ocurrido. Leímos lo que sucedió porque aún no hemos muerto del todo por
la indiferencia y queda todavía un halo de esperanza para seguir
encontrando un suelto en las páginas de sucesos donde colar las
tragedias en el mar.
En asuntos de naufragios, en el periodismo se ha
puesto muy complicado alcanzar un buen titular. Se nos mueren tantos y
en tantos sitios a la vez, que hemos normalizado este horror diario como
si en ellos no nos fuera la vida, también a nosotros. A la vida como
especie humana, me refiero. Las portadas ya no tienen espacio para la
tragedia más grande de la última década. Porque de eso se trata si se
confirma la muerte de 49 personas en una misma barcaza, de la mayor
tragedia que hemos tenido en años. En el Estrecho, sólo en El Estrecho,
dice la Asociación Pro Derechos Humanos que en los últimos veinte años
se han ahogado unas 6.000 personas en el intento de cruzar los 14
kilómetros y medio que separan Europa y África. Es la cifra confirmada
uno a uno, sumando pateras y balsas de juguete. Contando muertos sin
nombre, uno a uno; dos a dos; tres a tres; o de 49 a 49. Con datos
verificados y contrastados por organismos internacionales.
La Asociación tiene claro que son muchos más. Miles de
muchos más. Quizás, 12.000 más, lo que eleva a 18.000 los ahogados o
desaparecidos. Lo que hace una media de 900 por año. Lo que significa
tres muertos al día y solo en El Estrecho. Solamente en el ancho y hondo
Estrecho. En esa parte que nos toca del Mediterráneo, uno de los
mayores cementerios de muertos sin lápidas que existen en el mundo. Una
gran fosa común que acumula cadáveres de gente que salieron de sus
países para perder lo único que les quedaba ya en la vida, el hecho de
estar vivos.
De los últimos náufragos sabemos lo mismo que sabemos
de la mayoría de los otros desaparecidos: nada. Si no llega a ser
porque tres de salvaron y lo contaron, se habrían muerto sin que la
mayoría de nosotros supiésemos nunca que vivieron, que llevaban 48 horas
a la deriva en una barca neumática y que una ola les volcó la
embarcación y el agua se los tragó. Porque el mar se traga a la gente.
Sí, los engulle, los ahoga y los asfixia. Y, sólo, solamente algunas
veces los devuelve a la playa. Como devuelven las olas los restos de un
barco tras naufragar: deshecho.
Igual les parece todo muy crudo, pero es mucho peor. Hace unos días el diario El País
publicó un reportaje sobre las subastas de esclavos que se producen a
las puertas de Europa. ¿Subasta de esclavos en el Siglo XXI? Sí. Con
pujas, latigazos y cadenas. Contaba el autor del relato que en la ciudad
de Sabha, al sur de Libia, existe un gueto conocido con el nombre de
Ali. Un antiguo centro de detención en una ciudad que fue un oasis
migratorio de la ruta africana hacia Europa y donde muchos subsaharianos
eran retenidos para expulsarlos del país. Eso era antes. Ahora, tras la
guerra, se ha convertido en lo más parecido que existe a un antiguo
mercado de esclavos, donde vecinos de Libia compran a personas para que
trabajen en sus casas, granjas o cultivos sin ningún tipo de salario y
bajo un régimen de violencia. La terrible historia de la esclavitud, que
anuncia un nuevo capítulo en la propia historia universal de la
infamia: la del hombre defendiéndose de la llegada del hombre
desesperado para impedir que interfiera en su sociedad de bienestar.
En el mundo que hemos creado entre todos, solo el
hecho de nacer en un sitio te condiciona la vida para siempre; por eso
morirse también depende del lugar de donde se viene y donde se ha
vivido. Si naces en Europa, la mitad de las cosas que necesitarás en tu
existencia te vienen con el cordón umbilical de un Estado que te
garantizará muchas de tus necesidades. Si vienes al mundo, sin embargo,
en Nigeria, tienes demasiadas posibilidades de malvivir, primero, y de
morir, después, sin que nadie se entere. De ninguna de las dos cosas, ni
de tu vida ni de tu muerte.
En esta triste historia de los náufragos que
desaparecieron dos veces hay quizás 49 muertos de los que nunca sabremos
nada. Ni como vivieron ni como murieron. Ni siquiera podemos estar
nunca seguros de sí, realmente, existieron. Y a esos nos agarramos para
poder dormir por la noche y poder levantarnos al otro día sin
descubrirlos ahogados en las portadas de los periódicos.
Publicado en Málaga Hoy con ilustración de Daniel Rosell.
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