También nos roban el fútbol
En el año 2004, en el suplemento Crónica del diario El Mundo,
el periodista Ildefonso Olmedo, escribió una reseña sobre Ángel María
Villar que se titulaba: "El hombre que no sabía decir fútbol". Por aquel
entonces, Villar estaba ya en la picota. Era presidente de la
Federación Española de fútbol desde 1988 y se presentaba para su quinto
mandato. Parte de su equipo directivo estaba imputado por presunto uso
de los fondos federativos para viajes familiares que incluyeron desde
safaris en Laponia a escapadas a las cataratas de Iguazú, excursiones
en lugares donde jugaba la selección española. No era la primera vez que
se encontraba en apuros. En 1993, una auditoría del Consejo Superior de
Deportes detectó que en las cuentas de la Federación faltaban por
justificar 685 millones de pesetas. Trascendió entonces que Villar
recibía 8,4 millones por año en concepto de gastos y dietas de
representación.
Moco de pavo todo, comparado con el escándalo de la
FIFA. Fue en mayo de 2015. Policías suizos irrumpieron en un hotel de
Zurich, respondiendo a una solicitud del FBI. Los agentes entraron en
las habitaciones y detuvieron a varios directivos. El Departamento de
Justicia de Estados Unidos anunció que un total de 14 capos de la FIFA
habían sido imputados por delitos de sobornos, chantajes, fraude y
conspiración para el blanqueo de dinero. La investigación alcanzó hasta
40 personas, entre ellos los máximos dirigentes del fútbol mundial, el
ex presidente de la FIFA, el suizo Sepp Blatter, y el que se suponía que
iba a ser su sucesor, el ex jugador francés y ex presidente de la UEFA
Michel Platini. Aquello tuvo un precedente en la confederación
sudamericana de fútbol (Conmebol), donde era director general el hijo de
Ángel María Villar, Gorka Villar, desde 2014. Su nombre se vio afectado
por el escándalo que se llevó por delante a Eugenio Figueredo, ex
presidente de la Conmebol, detenido y luego extraditado en diciembre de
2016 desde Suiza a Uruguay.
Cuando el pasado martes, la Guardia Civil desarrolló
una operación anticorrupción que afectaba a la cúpula de la Real
Federación Española de Fútbol, casi nadie se extrañó de nada. De todas
las prácticas de corrupción que se han practicado en España, desde el
poder político hasta el económico, quedaba por llegar la más obvia: el
mundo del fútbol. Un negocio que mueve millones y millones de euros sin
apenas controles públicos y donde un grupo de dirigentes llevan haciendo
de su capa un sayo desde hace décadas, incluido el sinfín de personajes
de toda índole que han llegado a presidir clubs de fútbol en España.
Según los investigadores, mientras los ciudadanos
nos sentábamos frente al televisor para ver los amistosos de la
Selección española, Villar hacia su trabajo: adjudicar contratas a
firmas vinculadas con su hijo en claro perjuicio de las arcas de la
Federación y para enriquecimiento de ambos. Con el dinero obtenido
agasajaba a otras federaciones a cambio de su apoyo para una futura
reelección en el cargo. Y por ellos están acusados de los presuntos
delitos de corrupción entre particulares, falsedad, administración
desleal, apropiación indebida y posible alzamiento de bienes. De todo,
como en botica.
Como en tantos casos ocurridos en el ámbito de la
política, Villar hace apenas unos meses, en mayo pasado, fue reelegido
para el cargo. Y lo consiguió por octava vez consecutiva. La mitad de
las cosas que se cuenten ahora se sabían. Y la otra mitad era un secreto
a voces entre ellos. Eso no fue obstáculo para que 112 de los 129
miembros de la Real Federación Española de Fútbol votaran su
candidatura. A nadie le preocupó lo más mínimo las investigaciones en
curso o las fundadas sospechas que existía sobre lo que ocurría en el
organismo.
Hace unos meses el entrenador argentino Ángel Cappa presentó un libro, escrito junto a su hija María, que lleva por título También nos roban el fútbol.
En la breve reseña con la que la editorial intenta atrapar al lector se
dice: "Al tiempo que nos roba derechos y bienes comunes, el poder
económico también ha bastardeado al fútbol, convertido en un objeto más
de consumo, en un nido de corruptos y corruptores sin escrúpulos
(comenzando por la FIFA y por los poderes públicos) para los que todo
vale con tal de seguir apaleando fortunas". En la historia del pillaje
en España, ya apenas quedan nichos de mercado por arrasar. Prácticamente
nada se ha librado de la rapiña.
En el fútbol pasa como con la política, que las
hinchadas se han convertido en hooligans. Por eso hay muchos aficionados
dispuestos a admitir un cierto grado de corrupción siempre que sirva
para festejar las victorias de la Selección o de su equipo favorito.
Ocurre de la misma manera con los partidos políticos, que para
demasiados de sus militantes es mucho más importante la victoria
electoral que la manera de alcanzarla. Decía John Carlin en El País
sobre el negocio del fútbol: "Hay que ser muy obcecado o muy ciego para
seguir negando que los amos del deporte navegan en un pantano fétido,
saturado de aquella infinidad de engaños, traiciones y robos que se
resumen en la palabra 'corrupción'. La mejor garantía de la que gozan
los ladrones del fútbol para preservar su impunidad es el instinto
evasivo que tenemos para mirar para otro lado".
Y esa última frase recoge todo el gravísimo problema
de la corrupción en España, desde el fútbol a la política, pasando por
cualquier otra actividad afectada por la sinvergonzonería: esa mirada
distraída con la que los ciudadanos hemos dejado pasar tantas y tantas
prácticas corruptas votando para cargos a personajes que no alcanzaban
unos mínimos de presunción de decencia.
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