La tradición de los cazadores de grillos



Soltando grillos es el impertinente gerundio -alguien me dijo una vez que nunca se debe titular con un gerundio- que da título a esta sección. Les voy a contar por qué decidí ponerle este nombre, que saqué de una novela de intriga que contaba la historia de un grupo de detectives. El relato se titula El enigma de París y su autor se llama Pablo de Santis. Como no soy muy original, ya lo utilicé una vez para dar título a un libro con una selección de artículos que escribí durante algunos años en otro periódico, por lo que algún lector habrá que conozca la historia que en su día también expliqué. Para ellos, mis disculpas por la reiteración. 

El relato de Pablo de Santis tiene lugar en la capital de Francia en 1889. Allí 12 detectives, los investigadores más famosos del mundo, se reúnen con motivo de la Exposición Universal para revelar al público sus casos más célebres, pero la extraña muerte de uno de ellos, despeñado desde una torre Eiffel en construcción, dará un giro inesperado al encuentro. En el libro, los detectives polemizan sobre el oficio y la forma que tiene cada uno de enfrentarse a un asesinato. 

Cuenta uno de ellos la historia de la desaparición de una importante suma de dinero de un banco japonés y la investigación que se llevó a cabo para dar con el autor de los hechos. Todo hacía indicar que el hurto era obra del propio banquero, pero cuando llegó la Policía y registró las dependencias no encontró nada que lo incriminara. Lo único que llamó la atención de los investigadores fue que el banquero, que se encontraba en todo momento muy nervioso, pisó sin querer un grillo que había entrado por la ventana, algo que en la tradición de la región iba contra la buena fortuna. Días después de todo aquello, los investigadores acabaron deteniendo al administrador de la entidad, que terminó en prisión sin confesar nunca la autoría de los hechos. 

En su estancia en la cárcel, el administrador planeó su venganza. Por eso, tras salir, aprovechó un día para introducirse en la casa del banquero, donde se limitó a dejar un grillo en el centro de un tatami que había en una de las dependencias. Antes del amanecer, el canto del grillo despertó al banquero, quién recordó un verso de un poeta local: "El grillo que mataste en tu sueño ha vuelto a cantar en la mañana". El hombre supo que había sido descubierto y se mató envenenándose, en una especie de harakiri por su honor. 

Según el detective que cuenta este relato en la novela, el administrador, quizás sin saberlo, acababa de fundar la tradición de los cazadores de grillos: esas personas capaces de cerrar una investigación con insinuaciones, señales o a través de rastros invisibles. El harakiri es una noble tradición japonesa en la que militares, políticos, empresarios y a veces escritores, avergonzados por fracasos o acciones que creían, los deshonraban, se despanzurraban en una ceremonia sangrienta, en expresiones que leí una vez en un artículo de Mario Vargas Llosa. Eran los tiempos en los que el honor no estaba tan devaluado como ahora y esos antiguos caballeros nipones se suicidaban para expiar sus culpas. 

Cuando el otro día los forenses determinaron, tras realizarle una autopsia al cuerpo, que Miguel Blesa, el que fuera presidente de Caja Madrid, se había suicidado me acordé de la historia del banquero de esta novela de detectives. Y aunque ni la autopsia ni la investigación lograrán nunca determinarlo, es muy posible que en el cortijo de Córdoba donde sucedieron los hechos -esa mañana de julio en la que Blesa se dirigió a su coche para coger su escopeta y dispararse en el pecho- un grillo debió cantar a la hora del desayuno. 

Tampoco estaremos nunca seguros sobre si Blesa creía o no en la noble tradición japonesa del harakiri. Será, por tanto, difícil determinar si se suicidó como un antiguo caballero avergonzado por una condena y unas investigaciones que habían acabado con su honra, o todo es mucho más prosaico: la muerte como fórmula para extinguir la responsabilidad penal y la salvaguarda del patrimonio de la familia. Esto último, un concepto mucho más español del suicidio.

Claro que eso son otros enigmas. Y yo hoy les quería contar, sobre todo, la historia del banquero, del harakiri y del dinero que desaparece y nunca volvemos a ver. Desde la certeza de que nos quedan todavía muchos grillos por soltar, démonos un descanso por vacaciones, si las tienen. O disfruten del trabajo, sobre todo si no lo tenían hasta ahora. Nos leemos en septiembre.

Comentarios

Entradas populares