La mentira y el distanciamiento periodístico
En El Laberinto de los Espíritus, el
último libro de Ruiz Zafón, uno de los protagonistas de la historia
tiene una charla con un amigo, más listo y más viejo que él, sobre el
valor de la mentira. Este último le explica que a la hora de mentir lo
que hay que tener en cuenta no es la plausibilidad del embuste, sino la
codicia, vanidad y estupidez del destinatario. "Uno nunca miente a la
gente; se mienten a ellos mismos. Un buen mentiroso les da a los bobos
lo que quieren oír. Ése es el secreto", le explica. Sostiene este
personaje que la falsedad es la argamasa que mantiene unida todas las
piezas del pesebre. De ahí que la gente, ya sea por miedo, interés o
papanatería, se acostumbra tanto a mentir y a repetir las mentiras de
los demás que acaba mintiendo cuando cree que dice la verdad.
Ruiz Zafón pone en boca de otro personaje esta frase:
"Todo hijo de puta precisa de una biografía, que suele ser el género
más mentiroso de todo el catálogo". Al catálogo de gente impresentable
se refiere. Y a partir de ahí arrastra la historia de un individuo que,
como otros tantos, está dispuesto a vivir pensando que la verdad, a
veces, no tiene el prestigio que se merece. "La mentira siempre ha sido
una manera de crear caos y confusión", confiesa otro personaje de
ficción. Ahora se trata del libro El hombre que perseguía su sombra, el último texto de la serie Millennium
que ya no escribe Stieg Larsson y que está a años luz de los suyos. "La
mentira como alternativa a la violencia", continúa. Una mentira, eso de
la mentira como alternativa a la violencia.
La mentira siempre engendra violencia. Y algunas de las
grandes guerras de la humanidad se iniciaron a raíz de enormes embustes.
Las trolas de las armas de destrucción masivas en Iraq ha sido
posiblemente la antepenúltima de ellas. Para que aquello funcionara fue
necesario que mucha gente se creyera esta falsedad. Por miedo, por
interés o por papanatería. Y algunos de los dirigentes que crearon la
mentira, a fuerza de repetirlas tantas veces, siguen creyendo que
dijeron la verdad. Exactamente, como sostiene el personaje del libro de
Ruiz Zafón. Por vanidad.
El periodismo se ha tragado muchas mentiras. Queriendo, o por equivocación. Hace unos años, en octubre de 2000, The New York Times
publicó un texto de la dirección del periódico pidiendo disculpas a sus
lectores por las informaciones que publicó sobre el científico Wen Hoo
Lee, acusado y encarcelado por pasar secretos nucleares a China y puesto
en libertad después por la ausencia de pruebas. En un largo texto para
justificarse, se incluyó un párrafo que contenía el meollo del asunto:
"en vez de un tono de distanciamiento periodístico respecto de nuestras
fuentes, en alguna ocasión utilizamos un lenguaje que adoptaba el tono
de alarma que tenían los informes oficiales". En definitiva, se asumía
el gran error cometido, el de no respetar una norma básica del
periodismo: la neutralidad. O lo que es lo mismo, un mínimo de
distanciamiento.
Hace unos meses, el director de otro periódico americano, Martin Baron de The Washington Post,
decidió abanderar una relevante cruzada: desenmascarar las mentiras que
decía el presidente de EEUU, Donald Trump. El propósito no era pequeño:
saber cuándo el presidente de la primera potencia mundial miente
deliberadamente, cuándo actúa de forma provocativa o cuándo es
simplemente un indocumentado. El éxito de la iniciativa ha sido relativo
ya que Trump sigue mintiendo como antes, pero nadie podrá discutir que
no está en la obligación de un medio de comunicación desvelar las
mentiras dichas por quien las diga.
Decía Jean Daniel, fundador y director de Nouvel
Observateur, que los más destacado de Albert Camus como periodista fue
"su voluntad de combatir la mentira, más que su éxito en alcanzar la
verdad". Y lo decía en una charla donde se hablaba de una de las grandes
paradojas de la sociedad actual, la de vivir en el momento donde han
coincidido en el tiempo el mayor flujo de información al que haya tenido
acceso nunca el ser humano y la mayor acumulación de personas
dispuestas a tragarse eso que llamamos ahora "posverdad", que no es otra
cosa que lo que toda la vida hemos llamado una sarta de mentiras.
La desinformación ha formado parte de la historia de
la humanidad desde sus inicios. La gran diferencia de ahora es que la
mentira, que antes tenía las patas muy cortas, las tiene muy largas. Son
casi imparables y desmontarlas, apenas sirve para nada, porque el que
las dice no para nunca de repetirlas y no le pasa nada por ello. De ahí
que la falsedad, como decía el personaje de la novela de Ruiz Zafón, es
la gran argamasa que mantiene unida todas las piezas del pesebre.
En Cataluña, en particular, y en España, en general,
el periodismo, durante muchos años, le ha dedicado poco tiempo a
desenmascarar las patrañas y afear la conducta a los mentirosos. Y
ahora, todo se ha puesto tan complicado, que apenas queda un hueco para
informar de este embrollo con un poco de distanciamiento; o para
escribir la biografía de algunos de los protagonistas de este entuerto
sin terminar llamándolos como hacía el personaje de la novela cuando se
refería a los más mentirosos del catálogo.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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