Sólo quieren jugar al baloncesto
Hace unos
días me llamó una compañera periodista de Sevilla para comentar la
polémica que se ha generado en Málaga con el ruido en los colegios por
los entrenamientos de los niños cuando juegan al baloncesto. Fue el día
que los tres diarios locales de esta provincia coincidían en abrir sus
portadas con la decisión de los clubes de suspender el próximo día 16
unos 300 partidos y convocar una manifestación, después de que el
Ayuntamiento de Málaga hubiese multado a dos centros escolares con
12.001 euros por exceder los límites de ruido mientras los niños
practicaban este deporte. Le iba a explicar la polémica y me espetó:
"No, si el tema lo he entendido bien, el problema es que me cuesta
trabajo creerlo". Tenía razón, cuesta trabajo creerlo.
Me dijo que iba a realizar un reportaje, le di varios
contactos y a los pocos días me volvió a llamar para plantearme varias
dudas que tenía. También era normal que tuviera dudas, ya que después de
recoger testimonios de directores de colegios afectados y de
entrenadores de baloncesto de base seguía constándole trabajo creerlo.
En mitad de la conversación, me relató que el responsable de uno de los
clubes le había contado un hecho del que había sido protagonista. Se
jugaba un partido de minibásket con dos equipos de niños, de entre 5
años y 6 años, y se presentaron en las instalaciones unos agentes de la
Policía Local de Málaga para levantar un acta con una medición de ruido.
No tengo mejor forma de explicar el disparate que se ha
generado en Málaga con el ruido de los niños cuando juegan en unas
instalaciones escolares que la de imaginar a unos agentes de la Policía
Local sacando unos equipos para poder medir el nivel de felicidad de un
niño de cinco años metiendo la pelota en una canasta. No sé cuándo
llegamos a este punto, el de legislar desde el sinsentido común, pero
algo en el sistema falla cuando las administraciones públicas hacen del
disfrute de unos críos jugando al baloncesto un problema de decibelios
en una ordenanza municipal.
Podría contarles que el Ayuntamiento de Málaga y la
Junta de Andalucía llevan seis meses intentado firmar un convenio para
resolver este problema. Un acuerdo que permitiría entrenar en los
centros escolares más allá de las 20:00, que es el horario límite que
establece la actualidad normativa. Y ante el que se han mostrado
incapaces, tirándose las competencias de cada uno en el tejado del otro.
No lo voy a hacer, ya que les estaría haciendo el juego a ellos. La
polémica del ruido es un asunto aún mayor. Se trata de un ejemplo de
libro de la maraña legislativa en la que hemos convertido las
competencias sobre cualquier asunto, con leyes estatales, autonómicas y
municipales que se solapan o se contradicen hasta formar un tótum
revolutum, muchas veces, de imposible cumplimiento. Cuando no,
absurdas en su aplicación.
Y cómo, después, estos sinsentidos legislativos
inician su trámite burocrático a través de expedientes de inspecciones,
multas y sanciones sin que nadie tenga la capacidad de parar el ridículo
de prohibir toda actividad deportiva en un colegio público a partir de
las ocho de la tarde tras una sanción de 12.001 un euros, con amenaza
incluida de enviar inspectores cada cierto tiempo a verificar que no se
está prácticamente deporte alguno fuera del horario establecido. Esta
situación, lejos de provocar sonrojo, mantiene su periplo administrativo
con un alcalde pidiéndole a la Junta que busque como poner un recurso
para que le puedan quitar la sanción, sin cuestionarse si lo lógico no
sería cambiar la legislación que ampara esta ineficaz normativa.
En esta polémica se está obviando otro asunto vital,
que afecta también a ambas administraciones. Los niños entrenan en los
colegios porque la ciudad no dispone de las instalaciones específicas y
suficientes para practicar el deporte que les gusta. Y no las tienen
porque ni el Ayuntamiento de Málaga ni la Junta de Andalucía las hacen.
Es así de sencillo, por lo que además de anunciar un convenio, lo
productivo sería que presupuestaran equipamientos deportivos
condicionados acústicamente. En Málaga, con más de 10.000 niños
federados y otros tantos que no lo están, hay una indudable afición por
este deporte y resulta un bochorno visionar el vídeo realizado por unos
críos de uno de los colegios afectados resumiendo el conflicto en cinco
palabras: "Solo queremos jugar al baloncesto".
Málaga se ha ganado un merecido reconocimiento de
ciudad muy agradable para vivir, con una oferta cultural excepcional y
unos niveles de modernidad más que apreciables. Lo decimos los
malagueños, lo dicen las encuestas de satisfacción de los turistas que
nos visitan y lo proclaman los rankings de muchos medios de comunicación
nacionales e internaciones. Sin embargo, no hay mejor termómetro para
medir la calidad de vida en una ciudad que la opinión de los niños que
viven y disfrutan en ella. Quizás, por eso, le resultaba tan difícil de
creer -a mi compañera periodista de Sevilla o a cualquiera- que, en
Málaga, jugar al baloncesto en el patio de un colegio, a una hora tan
poco intempestiva como las ocho de la tarde, está prohibido por la
legislación vigente en materia medioambiental.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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