El ascensor social
En la
escala social de la pobreza, un ascensor puede determinar el lugar donde
vives. O mejor dicho, la ausencia de este artilugio. Tres profesores de
la Universidad de Málaga han analizado algunos de los barrios más
deprimidos de esta ciudad, lo han cotejado con el padrón municipal y han
comprobado dónde viven los inmigrantes con menos recursos. El
resultado: residen en los pisos más altos de los bloques sin ascensor. A
la hora de subir a pata a sus casas, después de una dura jornada
laboral, si es que la tienen -a las dos cosas me refiero, a disponer de
casa y/o disfrutar también de un trabajo-, hay una relación inversa
entre la clase social y la altura de la residencia. Mientras menos
tienes, más peldaños pateando la escalera. En términos sociológicos a
este hecho se le denomina segregación vertical y son los nuevos guetos
de los inmigrantes con pocos recursos.
El trabajo se ha realizado sobre once barrios
malagueños catalogados por el Ministerio de Fomento como vulnerables y
en los que coinciden dos factores esenciales. De un lado, la importante
presencia de extranjeros. De otro, su condición de barrios sometidos a
un progresivo proceso de deterioro físico de sus viviendas, con un
parque de inmuebles muy antiguos y con unas características muy
inferiores a los estándares de calidad que se exigen en la actualidad.
La mayoría son edificaciones en altura y sin ascensor que se levantaron
entre 1940 y 1960. Son pisos pequeños y con pocos equipamientos que, por
razones obvias, tienen alquileres que resultan asequibles a una
población extranjera de escasos recursos económicos.
El estudio -Evidencias sobre la segregación vertical en ciudades del sur de Europa. El caso de la ciudad de Málaga-
podría ser fácilmente extrapolable a cualquier otra capital andaluza,
ya que se trata de un fenómeno que está afectando por igual a las
grandes ciudades, donde los inmigrantes con menos recursos sólo pueden
acceder a las viviendas que se encuentran en peores condiciones. Los
autores de este trabajo -los profesores Juan José Natera Rivas, Remedios
Larrubia Vargas y Susana Rosa Navarro Rodríguez- aseguran que la
segregación vertical frente a la tradicional segregación geográfica es
un hecho relativamente nuevo en las ciudades, que va ligado,
ineludiblemente, a la vulnerabilidad social de los colectivos más
desfavorecidos.
Las ciudades siguen llenas de edificios que no tienen
ascensor. Y ese hecho no sólo es determinante para algunos a la hora de
elegir el lugar donde apenas les alcanza para poder vivir, sino también
para que otros muchos sufran una forma de vida que no es vida. Hace
varios años escribí la historia de Emilia González, una vecina de la
barriada de Palma-Palmilla en Málaga que llevaba diez años postrada en
su cama. Por aquel entonces, tenía 73 años y acumulaba una década sin
salir de su casa, una octava planta de un inmueble sin ascensor. Un día
recibió una visita inesperada. La de una comitiva del Ayuntamiento de
Málaga con el alcalde de la ciudad a la cabeza para anunciarles que les
iban a poner un ascensor en el bloque. Y, con él, la posibilidad para
Emilia de volver a pisar la calle tras diez años de encierro.
No fue la única afortunada, ya que la comitiva de
responsables de las distintas áreas municipales incluyó la visita a
otras personas mayores que, como ella, estaban impedidas para salir de
sus casas. Lamento desconocer si finalmente Emilia logró su ansiado
deseo, el de poder abandonar unos horas su piso bajando las ocho plantas
de su vivienda en el prometido ascensor; pero sí tengo constancia de
que, una década después de aquel anuncio, varios de los otros ancianos a
los que visitaron subieron al cielo antes de que el elevador alcanzara
el rellano de su planta.
Con un poco de suerte, en estos días se va iniciar
las obras para instalar un ascensor en un bloque de viviendas de la
calle Pablo Neruda de la capital malagueña. Allí vive Salvi, un niño de
ocho años con graves problemas de movilidad y cuyos padres llevan
reclamando, desde que nació, un elevador para que su hijo pueda salir de
su casa, un piso ubicado en la cuarta planta del inmueble. No ha sido
un recorrido fácil, primero hasta lograr el respaldo de los vecinos. Y
luego, inundados de burocracia: la Junta de Andalucía lanzó una
convocatoria de subvenciones y entre prórrogas y papeleo, la mayoría de
las peticiones fueron al cajón de la basura. Entre ellas, las de esta
comunidad de propietarios. Al final será el Ayuntamiento de Málaga el
que costee la mitad del presupuesto que cuesta cambiarle la vida a un
niño.
He leído por algún sitio que el ascensor es uno de los artilugios
que más comodidad ha traído a la humanidad desde el día que alguien
descubrió que no había cuevas para todos y que el negocio de dónde
refugiarse iba a estar en construir en vertical. Hoy, en una sociedad
avanzada como la nuestra, disponer o no de un elevador para alcanzar la
entrada a tu casa o poder salir de ella es, para algunas personas, una
necesidad que no pueden permitirse. Y para otros, una circunstancia que
provoca segregación y que le lleva a la exclusión social. A eso que
llaman ahora los nuevos guetos verticales.
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