La perrera de los horrores
Cuando Málaga Hoy
destapó que la perrera de Torremolinos era un centro de exterminio de
perros y gatos, los grupos municipales del PSOE e IU llevaron al Pleno
del Ayuntamiento una iniciativa para pedir explicaciones al equipo de
gobierno. Era alcalde del municipio Pedro Fernández Montes (PP) y, lejos
de amedrentarse, decidió cargar contra el diario que había publicado la
información recriminándole que hubiese "dedicado un gran alarde
editorial a modo de linchamiento, profusa y reiterada información,
demostrando un interés que jamás ha demostrado por noticias de mucho más
calado". Como le debió parecer que se podía llegar todavía más lejos en
su crítica, cerró la proclama asegurando que las noticias que se habían
publicado sobre la perrera municipal excedían "con mucho el derecho a
la información". Fernández Montes en su larga trayectoria como alcalde
siempre tuvo un curioso concepto de lo que era noticia o no en su
pueblo. Y noticia, en Torremolinos, era toda aquella información que
hablara bien de él.
Las críticas a su gestión ingresaban directamente en
la categoría de basura.
La histórica sentencia contra la propietaria y uno de los
empleados de Parque Animal de Torremolinos no cierra en su integridad
la investigación sobre este centro, del que todavía queda por conocer
cómo fue el proceso de adjudicación de este servicio y cómo se
financiaba. Y sobre todo, qué responsabilidad tuvo el Ayuntamiento en
los hechos. Un Consistorio que otorgó la concesión de la perrera
municipal por un procedimiento negociado y sin publicidad al que
acudieron tres empresas. Una de ellas no existía y el propietario de la
segunda dijo que él no se había presentado al concurso. O sea, que todo
fue un apaño para que ganara quien tenía que ganar.
El que fuera
alcalde de Torremolinos siempre defendió que en el caso de la perrera de
los horrores la actuación del Consistorio fue "impecable". No hay más
que releer las actas del juicio para demostrarlo: los agentes del
Seprona, el servicio de la Guardia Civil que destapó el caso, contaron
al juez que, durante la investigación, la colaboración del Consistorio
fue nula. Ni les facilitó datos ni información alguna de las relaciones
de Carmen Marín y el Ayuntamiento. La actuación del Ayuntamiento fue
tan modélica en este asunto que hay fotografías que lo testifican. Hay
una especialmente reveladora. Son cuatro los protagonistas de ese
momento histórico. En ella aparecen el alcalde y dos de sus concejales
acompañados por Carmen Marín, la directora del Parque Animal de
Torremolinos que ha sido condenada a tres años y nueve meses de prisión
por el caso de exterminio masivo de miles de animales en la perrera
municipal. El motivo de la instantánea no tiene desperdicio. Se ve a
Carmen Marín recibiendo del Consistorio una placa, que ella luce con
orgullo, "por su labor con los animales". Y allí está con ella, los dos
concejales, Fernández Montes, la mayor de sus sonrisas y ahora la
condena.
Aunque la sentencia no incluye cifras, la Guardia
Civil estimó en su día en unas 2.200 las mascotas, en su mayoría perros y
gatos, que murieron de forma "lenta y agónica" en las instalaciones
entre 2008 y 2010. Durante prácticamente dos años, el Ayuntamiento no
sólo nunca descubrió nada irregular sino que le debió parecer que el
centro era un lugar idílico que había que premiar con una placa de
reconocimiento. La realidad de lo que allí ocurría ha sido confirmada en
la sentencia con toda su crudeza: los responsables del centro rebajaban
las dosis de medicamente eutanásico que usaban en los sacrificios para
"ahorrar costes" y practicaban las muerte de los animales sin control
veterinario alguno, sufrimiento que era perceptible debido a los
alaridos, aullidos y maullidos; pataleo, convulsiones y contracciones
musculares, que tenían las mascotas antes de morirse. Mientras esto
ocurría, de la cuenta corriente de este supuesta ONG dedicada a la
Protección y defensa de los animales, se sustrajo dinero para pagar
viajes al extranjeros, hoteles por media España, gastos en centros
comerciales, restaurantes, clases de autoescuela, gimnasios e, incluso,
alguna visita a un spa. La condenada llegó a juicio con un patrimonio de
31 pisos y tres locales comerciales.
En la sentencia, histórica en un caso de maltrato
animal en España, el magistrado expone que "sería deseable" la
modificación del Código Penal para incorporar la posibilidad de elevar
la pena "en uno o dos grados" cuando los hechos revistieran extrema
gravedad. Esta reforma -se sostiene en el auto- "permitiría dar una
respuesta punitiva más proporcionada a casos como el ahora enjuiciado".
La sentencia, además de histórica, podría haber sido modélica, si llega a
incluir un buen tirón de orejas para los responsables municipales que
no advirtieron primero, negaron reiteradamente y censuraron después, el
trabajo policial y las informaciones fidedignas de los medios de
comunicación en un caso de maltrato animal que pone los pelos de punta.
Claro que, quizás, este tirón de orejas tendría que dárselo a Fernández
Montes su propio partido, el PP, apoyando la iniciativa del actual
equipo de gobierno de realizar una comisión de investigación para
conocer la responsabilidad municipal en lo que terminó ocurriendo en la
perrera de los horrores.
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