No se mueren, las matan
La primera
víctima de la violencia de género del año pasado en España era una mujer
rumana que se llamaba Mariana y que fue asesinada por su pareja el 4 de
enero en el barrio madrileño de Hortaleza. En 2017, los asesinatos
machistas madrugaron. El día 1 de enero ya se contabilizaron las dos
primeras víctimas.
Mariana tenía 43 años y fue estrangulada en su domicilio.
Morir estrangulado es tremendo. El primer efecto de la estrangulación
es la comprensión de las arterias carótidas. Como la función de estas
arterias es abastecer el cerebro de sangre. El cuerpo, una vez privado
de oxígeno, sufre un desmayo y después la muerte. Las manos de un
estrangulador alrededor del cuello de su víctima provocan la hipoxia,
que es la falta del suministro necesario de oxígeno a los tejidos y al
cerebro. Las células sanguíneas pierden su color rojizo y adquieren un
tono morado que se refleja en la piel. La víctima pierde la conciencia
en pocos minutos y la muerte le viene de un paro cardiaco. Así debió
morir Mariana.
El sábado 9 de abril fue hallada muerta Tatiana, de
24, años, en el interior de un coche en el barrio de Sanfiz, en Lugo,
tras ser cosida a puñaladas. En el cuerpo tenemos cinco litros de
sangre; perderla toda pueda llevar desde unos minutos hasta horas, según
la herida. Leo en un viejo reportaje de la revista QUO que
podemos perder hasta el 15% de la sangre sin sentir más que un mareo,
pero conforme aumenta la hemorragia sufrimos una grave hipotermia, hasta
que, tras perder dos litros y medio, entramos directamente en coma. 50
puñaladas es una muerte segura y cargada de dolor. Tatiana recibió medio
centenar de navajazos.
Rosario tenía 72 años cuando falleció este pasado mes
de abril en un hospital de Zaragoza. Entró muy grave aquejada de
múltiples traumatismos. Su marido la machacó a golpes con una maza de
albañil. La mayoría de ellos, se los pegó en la cabeza. El cerebro está
compuesto por tejido blando rodeado de líquido cefalorraquídeo, que
actúa a modo de amortiguación. Está dentro del cráneo, que es duro y lo
protege. Pero cuando una persona sufre un traumatismo craneoencefálico,
el cerebro puede moverse dentro del cráneo e incluso golpearse contra
sus paredes. Esto puede provocar hematomas cerebrales, rotura de vasos
sanguíneos y lesiones neuronales. Y también, la muerte. A Rosario, su
marido le reventó la cabeza con un martillo.
El 4 de agosto falleció en el municipio mallorquín de
Alcúdia una mujer de 48 años de edad que había sido quemada viva por su
pareja. Xue llevaba desde junio en un hospital, con el 80% del cuerpo
afectado por quemaduras. Cuando a uno lo queman, el fuego prende primero
los cabellos y luego se consume, en este orden, manos, hombros, pecho y
rostro; aunque, al parecer, no veremos nada ya que los glóbulos
oculares estallan al contacto con el fuego. En diez minutos, se
achicharran los nervios. Xue aguantó dos meses de dolor en un hospital.
Falleció por las secuelas de las quemaduras.
El cadáver de una mujer cuya desaparición se denunció
en junio fue localizado a mediados de agosto emparedada en un cuarto de
contadores de un edificio de Torrevieja, localidad alicantina donde fue
detenido su pareja. Esta última confesó haber cometido el asesinato. Al
acceder al cuarto de contadores, los agentes de la Policía que entraron
al inmueble descubrieron que había una "especie de sarcófago, o algo
construido en la pared" y, al derribarlo, encontraron el cadáver. La
mujer fue asesinada y luego emparedada. Johana murió dos veces.
El número de mujeres asesinadas por la violencia
machista en España durante este pasado año se eleva a 44, aunque hay
ocho casos todavía en investigación. Todas las historias son tremendas y
los asesinatos brutales. Lo que sigue es una enumeración real. A unas
mujeres las degollaron; otras murieron a golpes; varias por golpes con
un palo en la cabeza; otra, por golpes con una tetera en la cabeza;
muchas molidas a golpes en el cuerpo; una fue asfixiada con el cable del
cargador de un teléfono móvil; otras estranguladas con las propias
manos de su pareja, o por una explosión de gas intencionada, o tras ser
quemada viva; algunas otras por varios disparos de escopeta; otra cosida
a hachazos; a una de ellas, la mataron propinándole más de 50
puñaladas; a otra después de recibir una treintena de puñaladas; otra
más, después de recibir 14 puñaladas; hubo una estrangulada que luego
fue emparedada. 44, unas tras otras. Por estrangulamiento, por golpes,
por traumatismos, por quemaduras, por disparos… Por pura mala leche.
Ninguna de las mujeres asesinadas se murió, sino que a
todas las mataron. Todas las mujeres fallecidas el año pasado por
violencia machista estaban vivas antes de morir a manos de sus parejas.
Eso era, esencialmente, lo que les molestaba a sus verdugos: el hecho de
que pudieran tener vida lejos de ellos. La brutalidad y la saña con la
que fueron asesinadas muestran a las claras el grave problema al que nos
enfrentamos, el de un tipo de hombre que es un lobo para la mujer.
Asesinos responsables de crímenes atroces en una sociedad que sigue
mostrándose incapaz de frenar esta barbarie. El año ha comenzado con dos
nuevos asesinatos. Einstein decía que la vida es muy peligrosa. Y no
por las personas que hacen el mal, sino, desgraciadamente, por las
personas que se sientan a ver lo que pasa.
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