Vendedores de elogios
En la trama Púnica, los trending topic
tenían tarifa plana. Por 6.000 euros te conseguían quince minutos de
gloria en Twitter, aunque si reclamabas un servicio Premium de limpieza
de imagen el precio se disparaba en contratos y adjudicaciones. En
contra de lo que cantaba Georges Brassens, algunos alcaldes de la
comunidad de Madrid no querían tener mala reputación, por eso decidieron
contratar campañas de asesoramiento para que, hicieran lo que hiciesen,
a la gente le diera igual y nadie lo considerara mal. El sistema era
sencillo. En las campañas electorales una empresa de especialistas en
redes ponía a disposición de los alcaldables 45.000 perfiles con un
objetivo único: bailarle el agua al contratante de elogios. Y los
usuarios inventados, a través de periódicos on line igual de
inventados, despachaban halagos como si no hubiese un mañana. Luego,
cuando los alcaldables alcanzaban el sillón municipal, pagaban el
peloteo en las redes con contratos que salían de las arcas públicas.
Hace unos días Isaac Rosa, en eldiario.es,
definió el proceso de una forma brillante. La última genialidad de la
sinvergonzonería patria se presentaba a través de una conjunción
perfecta: corrupción para comprar reputación. Y detrás de todo, uno de
los principales pecados capitales de demasiados políticos: la vanidad.
La parte contratante es siempre un tipo encantado de conocerse a sí
mismo, que muestra con orgullo el alto concepto que tiene de sus propios
méritos y que luce un innato afán de ser admirado. Y aunque las redes
sociales están llenas de militantes dispuestos a hacer la pelota gratis,
existen ocasiones en la que el pasado de los candidatos requiere de un
esfuerzo excepcional en peloteo. De ahí, que en el mundo digital haya
aparecido un nuevo nicho de mercado, el de las empresas que te ofrecen
pelotas 2.0 con certificación de seguidores.
El ya ex presidente de Murcia Pedro Antonio Sánchez
decidió un día contratar un servicio de estas características. Era por
entonces consejero de Educación y tenía algunos problemas de reputación
vinculados a su anterior etapa de alcalde de Puerto Lumbreras. Todo a
raíz de un asuntillo no pequeño: levantó un teatro-auditorio en su
municipio, lo pagó y ni se terminó ni se usó nunca. Un caso por el que
está siendo investigado por delitos de fraude, prevaricación,
malversación y falsedad documental. Cuando le pidieron que se presentara
a la Presidencia de la Comunidad de Murcia, se puso en contacto con los
especialistas en redes que tanto bueno habían hecho por mejorar la
reputación de sus colegas de Madrid y cerró un contrato para mejorar
digitalmente su pasado. Más o menos quería que le metieran en el
Photoshop las denuncias que aparecían en las hemerotecas y le recortaron
la primera línea que aparecía de él en cualquier buscador. Ya saben
ustedes que estas cosas ayudan mucho cuando la memoria de los votantes
es frágil, los partidos tolerantes con la corrupción y la Justicia lenta
como el caballo del malo.
El hombre apañó un contrato que, posiblemente, le
garantizaba un saco de halagos en Twitter; un par de toneladas mensuales
de flores a su gestión en Facebook; e imágenes diarias con toda su
cohorte de pelotas en Instagram inaugurando farolas. Cuando ya estaba
planificada la campaña con la que limpiar su imagen política a escote de
todos los contribuyentes, saltó la trama Púnica y el contrato no se
llevó a efecto. Para el juez que investiga el asunto, este hecho no
impide que se le pueda imputar de un delito de fraude, lo que ha
obligado a Pedro Antonio Sánchez a presentar su dimisión del cargo de
presidente de la Comunidad de Murcia antes de entregárselo en bandeja al
PSOE.
Honoré de Balzac decía que había que dejarles la
vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir. Por eso, el
expresidente de Murcia no necesitó el otro día del apoyo de empresa de
peloteo alguna para anunciar su renuncia. Dijo que dimitía como si con
ello nos fuera la vida a los demás y no a él; se presentó como el
paradigma de todas las virtudes públicas y avisó que se estaba
cometiendo un error. Esto último es ya un clásico en todas las
dimisiones. Ni pagando para que te lo digan, es capaz alguien de reunir
tantas halagos públicos como los que él se dedicó a sí mismo.
Creer que uno mejora su imagen en las redes sociales
porque mucha gente, al unísono, te hace la pelota es de necios. Las
compañías que se dedican a limpiar la imagen digital de una empresa o de
un dirigente político están sobrevaloradas y en muchas ocasiones rayan
la ridiculez. Hay que tener en muy poca estima la inteligencia del
personal para creer que ese bochorno diario de elogios y halagos hacia
algunos políticos en las redes sirve realmente para algo. Y, luego, hay
ser muy chorizo para pagarte una limpieza de imagen con dinero público.
A mí me parece que en recogida de elogios en las
redes sociales, el PSOE tiene este problema mejor resuelto que los
dirigentes populares imputados en la trama Púnica. Lo primero, y más
importante, es que el peloteo de los socialistas en Twitter no lo
tenemos que pagar los contribuyentes. Lo hacen gratis sus partidarios.
Lo segundo, es que ni Susana Díaz ni Pedro Sánchez están necesitando de
empresa alguna para lograr que les adulen. Se bastan y se sobran con sus
propios seguidores, a los que se les podrá censurar cualquier cosa
menos que sean tacaños a la hora de echarles flores. Tan poco rácanos en
halagos, como en crear trolls para darse navajazos de 140 caracteres.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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