El consejero de Economía de la Junta se estrenó el otro día en el cargo con un ataque de sinceridad. El nuevo miembro del ejecutivo, que se llama Rogelio Velasco,
acudió a una comisión del Parlamento y fue cuestionado por un diputado
del PSOE sobre la promesa que realizó el ahora presidente de la Junta, Juanma Moreno,
de crear 600.000 puestos de trabajo en esta legislatura. A Velasco
podría haberle entrado la risa; podría haber respondido que acaba de
llegar al cargo; podría haber dicho que la promesa era del PP y que él
llega a la política fichado por Ciudadanos; o un largo etcétera de
excusas. Sin embargo, de todas las opciones que tenía, decidió contestar
lo que realmente pensaba. Y le salió una explicación redonda: “Como
tiremos de hemeroteca y pongamos con letras mayúsculas lo que todos los
líderes o futuros ministro de Economía han prometido durante una campaña electoral,
le aseguro que no quedará ni uno sano, ni uno solo... Eso es un
lenguaje, una forma de expresarse durante la campaña electoral”.
Los ataques de sinceridad son una dolencia poco habitual entre la clase política
Los ataques de sinceridad
son una dolencia poco habitual entre la clase política, de ahí que llame
tanto la atención cuando se produce. Si además la sufre todo un catedrático de Teoría Económica
con un magnífico currículo en la empresa privada, resulta todavía más
extraordinaria la cosa. Es como la certificación académica de algo que
la mayoría de los ciudadanos hemos creído desde siempre, pero que la
acredita en sede parlamentaria toda una autoridad en la materia y con
una rotundidad que abruma: las promesas en las campañas electorales son una milonga,
vino a decir. Y eso afecta a los 600.000 puestos de trabajo prometidos,
a la rebaja masiva de impuestos del nunca jamás, o a la partida
económica para pagar el alquiler de altos cargos del ejecutivo que se
tienen que desplazar de otras provincias, por citar algunos de los
anuncios que nos hicieron y que, muchos, llegaron a creerse.
PP
y Ciudadanos no les han dado ni cien días de gracia a sus promesas
electorales. Varias semanas le han bastado al Gobierno conjunto para meter en el cajón los principales anuncios que realizaron en la campaña.
Es lo que tiene acudir a unos comicios prometiendo el oro y el moro
pensando que no vas a ganar las elecciones, y encontrarte luego sentado
en el sillón presidencial en una carambola a tres bandas. Las sorpresas
tienen estas cosas, que te pillan sin programa para realizar y sin
personal para ejecutarlo, por lo que hay que improvisarlo todo. Desde un
director general, hasta un delegado de la Junta en cualquier provincia.
Con el PSOE no pasaban estas cosas. Con ellos, las promesas se
heredaban de una legislatura a otra y cada año de un presupuesto a otro.
Era un partido con mucha experiencia en sus incumplimientos.
En las campañas electorales, las promesas deberían llevar
una especie de letra pequeña como esas que incluyen los anuncios
publicitarios
Los ataques de sinceridad son una afección de las
consideradas como raras, de ahí que no haya que preocuparse mucho. Se
suele curar con el tiempo, concretamente con el tiempo que se acumule en
el cargo. Mientras más días en el puesto más inmune se va haciendo el
cuerpo a esta dolencia. Con varios meses de gestión irán desapareciendo
estos síntomas de inmadurez, así como estos primeros shocks de congruencia repentina. Hay que recordar que se trata de una afección pasajera que está muy testada científicamente,
no hay más que tirar de hemeroteca en la primera legislatura de Mariano
Rajoy en plena crisis económica: su Gobierno se estrenó haciendo
exactamente todo lo contrario a lo que había prometido.
Los estudios sobre los políticos que sufrieron un día un
ataque de sinceridad revelan que su incidencia suele ir muy aparejada
con la bisoñez, esa condición que afecta a alguien nuevo e inexperto en
cualquier arte u oficio. En este caso concreto, en el oficio de la
política. Puestos a creer, prefiero pensar que esa es la causa y no la
de que nos mienten descaradamente, aunque tengo que reconocer que cada
día resulta más difícil aceptarlo. Les pongo un ejemplo concreto. En los
mismos días que el Gobierno andaluz admitía que la bajada masiva de
impuestos iba al cajón del olvido, el presidente del PP, Pablo Casado, nada más conocerse la convocatoria de elecciones generales, anunciaba a bombo y platillo una medida similar para España si alcanzaba la presidencia del Gobierno.
Con todo, para algo existe la llamada herencia recibida. ¿Qué sería de un Gobierno nuevo sin la herencia recibida?
En las campañas electorales, las promesas deberían llevar una
advertencia. Una especie de letra pequeña como esas que incluyen los
anuncios publicitarios. Algo así como: “Este partido político eludirá
cualquier responsabilidad o compromiso sobre esta promesa electoral si
la herencia recibida hace inviable su ejecución económica”. En el fondo,
ese ha sido el mayor problema del PSOE en sus casi cuatro décadas
ininterrumpidas de Gobierno en Andalucía. Ningún presidente socialista
podía excusar sus incumplimientos en la herencia recibida. Siempre era
la de su propio partido.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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