El 25 de
septiembre del año 2003 en la Plaza Mayor de El Ejido se cambió una
baldosa. La losa, de mármol blanco y un metro cuadrado, se colocó para
sustituir a otra que se encontraba dañada. En la actuación participaron
dos peones ordinarios, un peón especial, dos oficiales de primera y dos
de segunda. Estuvieron trabajando 27 horas en conjunto y la reposición
de la losa precisó de la utilización de dos retroexcavadoras, una
furgoneta, un camión basculante, 25 kilos de hormigón y 250 metros de
cinta de señalización. Eso al menos decía la factura que la empresa que
realizó los trabajos entregó al Ayuntamiento de El Ejido con el
siguiente precio: 2.134, 66 euros, incluyendo IVA. En el sumario del
caso Poniente hay otros ejemplos similares. Con este procedimiento, la
empresa mixta Elsur le cobró al consistorio almeriense millones de euros
en obras infladas de precios o no realizadas. Y el asunto acumula medio
centenar de imputados y peticiones de 1.544 años de cárcel, con
acusaciones que incluyen la mitad de los delitos del Código Penal.
En julio de 1996, un doctor informático que se llama
Peter Gutmann publicó en una revista un método de borrado que debía
servir para destruir completamente los datos guardados en un disco duro.
El denominado método Gutmann consistía en cuatro borrados aleatorios,
seguidos de 27 sobreescrituras con distintos patrones ejecutadas con
otros cuatro borrados aleatorios más. En total, 35 veces se debía de
reescribir sobre el disco duro para dejarlo sin contenido alguno. En el
PP, pensaron que había que asegurarse mejor y con el disco duro de los
ordenadores de Bárcenas implementaron el método Gutmann con una garantía
adicional: liarse a martillazos con lo que quedaba hasta rayarlo y
romperlo. Por este asunto, el PP será el primer partido en democracia en
sentarse en un banquillo por la comisión de un presunto delito.
En los casos de corrupción siempre hay un detalle que cogemos como si fuese un todo
Insistimos en realizar un recorrido por los casos de
corrupción en España sin abrir los sumarios, extrayendo los pequeños
detalles de cada investigación. En esta sociedad de la imagen, la
historia de la baldosa de El Ejido parece explicarlo todo mejor que mil
autos judiciales. Como lo hace el disco duro de Bárcenas. Da igual lo
que ocurriera. Es difícil encontrar algo más exacto de cómo se puede
torpedear una investigación penal que imaginando a un tipo liándose a
martillazos con un disco duro. La historia de la sinvergonzonería patria
está llena de detalles de una enorme carga metafórica: si uno es
incapaz de ver un Jaguar en el garaje de su propia casa, difícilmente
puede reconocer la ética y la estética en su gestión pública. En los
casos de corrupción, siempre hay algo, por mínimo que parezca, que nos
permite confundir una parte con el todo: el Miró en el cuarto de
baño de Roca; los trajes de tablilla de Camps; el millón de euros que
dejaron los de IKEA en la casa de los suegros de Granados; la "madre
superiora" del pujolismo o las tarjetas black de Rato y sus compañeros de Caja Madrid… Y tantas y tantas cosas que nos dejó un tiempo que no fue de rosas.
Cuando hace unos días entró en prisión el empresario Rafael Gómez, Sandokán,
recordé lo bien que la sociedad, en general, y el poder, en particular,
ha tratado a algunas personas ahora condenadas. En el impresionante
edificio de la Fundación Miguel Castillejo de Córdoba, a la entrada a la
derecha y en dirección a las escaleras de caracol que conduce a las
instancias superiores, fue instalado un busto de Sandokán. En la placa
rezaba: "La Fundación Miguel Castillejo dedica este busto a Don Rafael
Gómez Sánchez como reconocimiento en el día de la bendición de la sede
que él donó y del mecenazgo que aquí ejerce". Se fechó en diciembre de
2005. Pocos meses después, fue cuidadosamente ocultada bajo la propia
escalera. Sucedió cuando el nombre de este empresario apareció en las
investigaciones del caso Malaya y Sandokán dejó de ser todo lo que había
sido.
En todos los casos de corrupción siempre existe un
detalle, una muestra de vanidad, una frase inoportuna o un pequeño
hecho, que cogemos como si fuese un todo. Ocurría el otro día en la foto
del banquillo de los ERE en la Audiencia Provincial de Sevilla. Veía a
Chaves y Griñán, así como a un buen número de consejeros que formaron el
núcleo del poder en Andalucía durante muchos años y lo primero que se
me vino a la memoria fue el "chófer de la coca" y la vaca "asá" que podía permitirse el director general de Empleo de la Junta. "La vaca asá" es como la baldosa de El Ejido, una magnífica imagen metafórica de la trama pero no toda la realidad del caso.
Como demasiadas veces olvidamos, también en este
asunto se dirime un hecho mucho más esencial: el de las
responsabilidades de los políticos en el ejercicio de la gestión de los
bienes públicos. Y si son políticas o pueden ser penales. Después de
siete años de investigación no se les ha localizado a estos antiguos
responsables públicos un sólo euro en sus bolsillos que saliera de este
presunto fraude, pero, delante de sus narices y amparados por unos
presupuestos aprobados por el Parlamento, se consolidó una inercia que
permitió la arbitrariedad y la discrecionalidad en las ayudas a las
empresas en crisis.
Por esto último, el PSOE decidió hace tiempo esconder
a estos antiguos líderes políticos en el hueco de la escalera de la
historia. Y todos dejaron de ser quienes fueron, incluso antes de
dirimirse el caso. Sin embargo, es ahora la Justicia la que tiene que
determinar si aquello sucedió por el mal uso de un procedimiento
administrativo del que se aprovecharon unos sinvergüenzas o fue por el
método de Gutmann: la creación de un sistema que permitió el borrado de
parte de los controles administrativos y por el que se daban
subvenciones con informes hechos casi a martillazos entre empresas,
sindicatos y administración.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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