El fiasco de Tabacalera y las cuevas que supervisó un fontanero
DE todos los disparates que se han hecho con dinero público tengo cierta predilección por las Cuevas de Navalcarnero (Comunidad de Madrid, 26.000 habitantes). El alcalde de la localidad, un tipo del PP que llevaba 20 años al frente del Consistorio y que arrastraba hasta tres imputaciones, decidió horadar el subsuelo de una plaza del pueblo y edificar una cueva. La obra se realizó sin proyecto técnico, sin dirección facultativa y sin supervisión de técnicos competentes. Ni que decir tiene que nunca dispuso de permiso ni de autorización de Patrimonio. De hecho, la única persona que consta en los expedientes administrativos como responsable del proyecto fue, durante los diez años de trabajo, un fontanero municipal.
La cueva ya no es una cueva, sino dos kilómetros y medio de galerías con tres niveles de profundidad. Aunque los trabajos comenzaron en 2004, el ya ex alcalde le llegó a otorgar 350 años de antigüedad. Y tiene su historia la polémica. Según el catastro de Ensenada de 1753, en Navalcarnero, aparecen reseñadas en esa época más de 125 cuevas, que podrían alcanzar las 200 según la catalogación actual. Se trata, en la mayoría de los casos, de túneles construidos por particulares bajo sus propias viviendas para utilizarlos como despensas. El rumboso alcalde sostenía que esa red fue creciendo hasta convertirse en un laberinto subterráneo que permitía cruzar el pueblo de punta a punta. Una fantasía del primer edil, le reprochaba siempre la oposición. La realidad es que el ex alcalde decidió continuar el proyecto y allí donde no había cueva, levantar una nueva y otorgarle, del tirón, tres siglos y medio de antigüedad. Para darle credibilidad al invento, colocó en las galerías desde vírgenes, hasta columnas de estilo clásico y efigies de corte medieval. Y así hasta gastarse la friolera de 30 millones de euros.
Las Cuevas del Navalcarnero es un ejemplo de ese sinfín de obras faraónicas que se levantaron en España en los tiempos en que toda tontería que se le ocurría a un alcalde en su ciudad era posible siempre que costara una cantidad vergonzante de dinero. Que el coste fuese un disparate era condición indispensable para poder estar al nivel de las grandes ocurrencias de otros municipios. De esos tiempos disponemos todavía de ilustres edificios: un aeropuerto en Castellón donde nunca se ha posado un avión; varios trenes AVE a los que nadie se ha subido o la famosa biblioteca sin libros de Villareal. En Málaga, donde nunca nos privamos de nada, lucen esplendorosos desde hace años varios edificios que no tienen presente: una cárcel sin presos en Archidona y un hospital sin enfermos en el Valle del Guadalhorce; aunque -como me ocurre con las Cuevas de Navalcarnero- en el caso de esta provincia tengo especial predilección por el edificio de Tabacalera, ubicado en la capital malagueña. Debe tratarse de unos de los inmuebles municipales del mundo que ha tenido más posibles destinos, sin que todavía haya encontrado el suyo. Lo mismo sirve para albergar un puñado de piedras preciosas que un montón de coches. O un polo cultural. O un polo tecnológico. O la nada, que es su principal contenido desde la rehabilitación del inmueble.
De todos los fiascos de Francisco de la Torre en sus años en la alcaldía, lo del edificio de Tabacalera empieza a ser infumable. Aquello comenzó como las Cuevas de Navalcarnero, con un proyecto de rehabilitación con el que recuperar las antiguas instalaciones de la fábrica de tabaco que terminó costándole al Consistorio 32 millones de euros. Su primer destino, antes incluso del Museo del Automóvil, fue también un vehículo rodado. En concreto, una moto que le vendieron a De la Torre: un Museo de las Gemas que no había por dónde cogerlo. Aquel fue el museo más efímero de la historia cultural de Occidente, ya que se abrió una mañana sin nada en su interior y a las dos horas ya se había cerrado. Eso sí, durante algunos meses, el promotor del museo de las gemas pudo disfrutar de un apartamento en las instalaciones y pasearse por ellas en pijama y zapatillas. Desde ese día, el Ayuntamiento de Málaga y la empresa Art Natura llevan litigando en los juzgados por quítame de aquí esas piedras. Y lo que te rondaré morena que le queda todavía a este desastre que, de momento, le ha costado al ayuntamiento 5,6 millones de euros. Es el dinero que se pagó por tener los derechos de poder exhibir unas gemas que nunca se llegaron a exhibir.
Desde entonces hemos disfrutado de un polo cultural que nunca ha existido y de otro polo tecnológico que nunca se instaló. El cacareado proyecto para convertir las instalaciones en un centro de formación de diseño y contenidos digitales ha sido un éxito absoluto. Primero hubo que renunciar a la mitad de los 9,2 millones de fondos europeos que tenía concedida la iniciativa, al no prosperar las negociaciones con la universidad privada que iba a realizar la actuación. El intento de adjudicarlo mediante un concurso a la medida fue tan descarado que parte de la documentación municipal llevaba hasta el logo de la empresa privada, por lo que la chapuza hubo que retirarla de inmediato. De este desastre se salió con el anuncio del alcalde de seguir adelante con el proyecto en solitario. Y se acaba ahora, prácticamente, de esfumar su futuro, al no existir financiación. Se ha cruzado en el camino otro proyecto de la ciudad de nunca jamás: el Hotel Moneo en Hoyo Espartero. El dinero que tenían que poner sus promotores iba a ir destinado al polo tecnológico de Tabacalera. Con lo que, ahora mismo, ni hay hotel ni hay polo.
Tanto Navalcarnero como Tabacalera han terminado en una gran galería. En el caso del municipio madrileño, en una red de galerías horadada en el subsuelo de la ciudad a la que han otorgado 350 años de antigüedad cuando apenas tiene diez. En el caso de la capital malagueña, se trata de otra galería, pero una galería de despropósitos horadados en los presupuestos municipales durante diez años y cuya solución habrá que confiar en que no sea equiparable a los tres siglos y medio que tienen las cuevas. No me refiero a la antigüedad de la fábrica de tabaco, sino al tiempo que nos falta para que el inmueble tenga un uso completo, antes de que los rusos se llevan el Museo y antes de que salga huyendo el dueño de la colección de automóviles, que no es la primera vez que amenaza con arrancar los motores y pillar las de Villadiego. Claro que no todas las soluciones están agotadas. Siempre quedará la posibilidad de poner al frente del proyecto al fontanero municipal. Tal y como hizo el ex alcalde de Navalcarnero.
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