Rajoy se hace socialista en la intimidad



Cuentan que el que fuera presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, en su última etapa en el cargo se fue haciendo cada día más desconfiado, más susceptible y más solitario, hasta que llegó un momento en que no se fiaba de nadie, ni tan siquiera de él mismo. Inmerso, como estaba, en un gran escándalo político, aseguran que por la noche, cuando se quedaba solo, se llenaba una copa y se daba un paseo por la mansión presidencial para hablar con los retratos de los expresidentes del país. Como es obvio, no se conoce mucho de los monólogos que mantenía con los cuadros, y todo hace indicar que nunca recibió respuesta alguna. Eso sí, dejó en la retina de los que le vieron hablar con los retratos el aislamiento y la soledad que vivió durante su etapa final en la Casa Blanca.

Mariano Rajoy logró el pasado domingo en las elecciones generales los votos suficientes para decir que había ganado, pero no los bastantes ni para proclamarse presidente ni para gobernar en minoría. Es la típica victoria que resulta muy difícil de celebrar, de ahí que cuando en la noche electoral salió al Balcón de Génova para festejar los resultados fue complicado discernir si Rajoy estaba dando saltos de alegría o seguía aún con el tic en la pierna que se le desató en el debate cara a cara con Pedro Sánchez. A tenor de la imagen que daban sus acompañantes, más parecía lo segundo que lo primero. Rajoy dejó entrever que, una semana después, aún le votaba la pantorrilla y se le dispersaba el ojo.

Es difícil saber si Rajoy se ha fumado un puro esta semana hablando con los retratos de los expresidentes del Gobierno de España, entre otras cosas porque tres de ellos aún viven y puede llamarlos por teléfono. Es casi seguro que ha tenido la tentación de preguntarles a cada uno de ellos, en la soledad de la números y los porcentajes, qué ha hecho él para merecer este resultado. Posiblemente a Rajoy le gustaría preguntarles a sus antecesores cómo lo hicieron ellos, ya que no lo debió tener fácil Adolfo Suárez para sacar adelante el Pacto de la Moncloa o mantener unida a la UCD; ni le debió resultar sencillo a Felipe González seguir en el cargo con el apoyo de CiU y el PNV. También Aznar pasó su propio quinario. Y tuvo hasta que aprender a hablar catalán en la intimidad para lograr el voto de los diputados de CiU, en esa frase que ha pasado a la historia de los extraños amigos de cama que hace la política.

Rajoy estaba convencido, antes del recuento, que esta nueva legislatura pasaba por vestirse de naranja en la intimidad. Y que Ciudadanos con su abstención le mantendría en el cargo, como hizo CiU o el PNV con sus antecesores. Los números no salen y Rajoy se encuentra ahora con una victoria sin podio y 123 diputados sin aliados, lo que le obliga a mirar al PSOE para poder mantenerse en el cargo. ¿Quién le iba a decir a Rajoy que, a estas alturas de su vida política, iba a tener que hacerse del PSOE en la intimidad? Y que para renovar la presidencia precisa los apoyos del partido político cuyo líder le llamó indecente en la poca intimidad de un debate televisado que vieron cerca de diez millones de personas.

Rajoy se ha quedado, a estas alturas, sin un expresidente con quien hablar. Con Aznar no puede ni en retrato. Preguntarle a Aznar, sobre lo que debe hacer, no entra en sus planes. Hace mucho tiempo que su mentor le advirtió que, en hasta cuatro ocasiones -europeas, andaluzas, municipales y catalanas- , el Partido Popular iba a la deriva y no le hizo ningún caso. Y el otro día reapareció por Génova, después de varios años sin hacerlo, para pedirle un congreso extraordinario y cuestionar su liderazgo. Con Adolfo Suárez la conversación es imposible y casi peor lo tiene con Zapatero, después de un mandato poniéndolo a cardo por la supuesta herencia que le dejó. Queda Felipe González, con el que nunca ha tenido mucho entendimiento, aunque ha sido el único que, al menos en alguna ocasión, insinuó que podría no haber más salida que esa gran coalición que tanto repelús provoca en las filas socialistas.

El todavía presidente iniciará, después de Navidad, una ronda de conversaciones en la que corre el riesgo de no entenderse con nadie. Después de un mandato gobernando como si no hubiese otro partido más que el suyo en el Congreso de los Diputados, será complicado alcanzar acuerdos con formaciones políticas a las que ha ninguneado sistemáticamente desde el Gobierno a base de decretos ley y de sacar adelante, desde la mayoría absoluta, leyes a las que se oponía toda la oposición en la cámara. En España, muchos han empezado a sacar toda la artillería pesada para que el PSOE se abstenga en la investidura, algo que este partido ya ha rechazado. A los socialistas de Pedro Sánchez le han salvado 350.000 votos y la ley D´Hont para no sucumbir ante Podemos. Propiciar la investidura de Rajoy les sitúa en el precipicio, el mismo sitio donde le colocaría un adelanto electoral. Sería de torpes aceptar, que el PP le coloque en el tejado de Pedro Sánchez el problema que tienen ellos con Rajoy.



Hay otras opciones. Rajoy podría terminar el paseo en solitario por los pasillos del Congreso colgando su propio retrato en la galería de ex presidentes. Y preguntarse, delante del cuadro, si las elecciones del pasado domingo no le situaron ya en el pasado. O sea, en la historia de este país.


Publicado en Málaga Hoy 27 de diciembre de 2015. Ilustración Daniel Rosell

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