Cuándo vamos a levantar la mano

Tom Wolfe, el considerado padre del Nuevo Periodismo, ha escrito un nuevo libro. Se llama El Reino del Habla y es un acercamiento a los misterios del lenguaje. Wolfe sostiene que el lenguaje es una creación humana y despotrica en el texto de uno de los grandes lingüistas, Noam Chomsky, que ha defendido siempre que el habla es una capacidad innata que fue mejorando con la evolución. Cuenta la hija de Tom Wolfe que su padre estaba tan entusiasmado con el estudio de esta materia, que su familia decidió introducir ciertas reglas en las reuniones cuando sacaba este tema en la conversación. Cuando algunos sentían que el razonamiento del escritor se lo habían escuchado al menos cinco veces, levantaban la mano para enviarle una señal, en un intento de que no volviera a contarles otra vez lo mismo.

El periodismo se ha convertido en el reino del habla, y no precisamente va mejorando con la evolución. Apenas se cuentan noticias y dedicamos cientos y cientos de páginas, miles de audios de radio e inagotables imágenes de televisión a dar pábulo cada día a las mismas declaraciones de los mismos representantes políticos. Se repiten frases como consignas; se reproducen testimonios que ya se han dicho antes y se publican argumentos que destilan una enorme simpleza. Se llama periodismo de declaraciones y está ahora en su punto más álgido.

La ausencia de un acuerdo para lograr un Gobierno en España, las dos elecciones seguidas y las cuatro sesiones de investidura sin apoyos suficientes para votar a un presidente han llenado los medios de comunicación de palabrerío. Todos los días hay cientos de dirigentes políticos diciendo cosas para no decir nada. Ni nuevo ni interesante. Y nadie levanta la mano para advertirnos que nos está repitiendo la misma historia desde hace ya nueve meses.

Claro que si en España levantáramos la mano, como hacía la familia de Tom Wolfe, cada vez que un político repite argumentario, cualquiera que nos mirara desde el cielo pensaría que en este país nos pasábamos el día haciendo la ola. O que estamos ante una epidemia de golondrinos que se habría extendido como la peste por las axilas de todos los españoles. Padecemos una saturación de verborrea, por eso antes de que muchos de nuestros dirigentes hablen ya podríamos levantar la mano para advertirles que sabemos lo que van a decir. La clase política es tan tremendamente partidista que la pedrería verbal se ha convertido en un modo de adscribirse a un determinado sector. No se habla para decir algo, sino para declarar a que trinchera se pertenece.

"El lenguaje político -decía Orwell- está diseñado para hacer que las mentiras suenen a verdades y que sea respetable el crimen". Hay países en el mundo que han abierto un proceso en su parlamento al presidente del Gobierno por mentir, algo que en España aceptamos con una normalidad que asusta. En este país cada día se miente más y mejor, de ahí que las encuestas solo se puedan entender sobre la base de que hemos pasado de tragarnos medias verdades o comulgar con grandes ruedas de molino. El curso político se ha iniciado con todos los partidos diciendo lo mismo que decían antes de las vacaciones y los medios de comunicación publicando idéntico palabrerío. Vivimos en un continuo dèjá vu de palabra y de obra. Con todo, lo más detestable es que los hechos hace tiempo que dejaron de ser más relevantes que las opiniones. Aquí nadie se pone de acuerdo tan siquiera sobre la realidad en la que vivimos, lo que hace imposible alcanzar un mínimo de consenso sobre hechos objetivos. Y los hechos objetivos son que la corrupción nos come y que el paro es un drama inaceptable. Difícilmente se puedo constituir un Gobierno con los diputados tapándose la nariz ante el nauseabundo olor que destila cada día la corrupción.

Habría que levantar la mano para advertir que estamos cansados de escuchar siempre lo mismo. Pero sobre todo habría que levantar la voz, para interrumpir este diálogo de besugos en el que nuestros políticos llevan meses instalado. Tom Wolfe cuestiona abiertamente en su nuevo libro la teoría de la evolución en el lenguaje y lo expresa de forma muy gráfica: "Decir que los animales evolucionaron para dar origen al hombre es como decir que el mármol de Carraca evolucionó para dar origen al David de Miguel Ángel". Como argumento es más que discutible, pero como frase resulta genial.

Sería como plantear que el cenit de la evolución de la democracia que inventaron los griegos en Atenas hace 2.500 años es sostener que la gobernabilidad de un país está por encima de la decencia en política. Y eso es lo que quieren que creamos.



Por eso, lo más triste de todo es que nadie se atreve a levantar la mano para pedirles que se callen.

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