El melasudismo y la estrategia del ñu





LO definió el otro día Manuel Jabois en El País con una palabra tan genial que no existe en el diccionario. Cuando Mariano Rajoy empezó el discurso de investidura el pasado martes, a las 16:00 de un día instalado en la recta final de agosto, en los bares de media España el hastío se convirtió en melasudismo absoluto. Estaban algunos recogiendo los bártulos para la vuelta a casa, otros contando las horas para incorporarse al trabajo y muchos, demasiados, sin empleo y sin vacaciones, cuando sus señorías empezaron a hablar en el Congreso en el momento justo en el que casi nadie les estaba escuchando, que es la mejor fórmula que existe para que la gente no se acuerde de que llevan ya ocho meses sin darle un palo al agua.

En agosto, las 16:00 es la hora de la siesta. O de la Vuelta Ciclista a España. Nunca, la hora de escuchar a Rajoy. A no ser que uno ponga el televisor, como cuando se pone un documental de la 2, con la intención de ayudar a coger el sueño. El presidente en funciones tiene además el tono exacto para un duermevela. Monótono y sin estridencias. Y muy reiterativo. Exactamente como la enésima repetición del documental del ñu por el Parque Natural del Serengueti. Al tercer salto del ñu corriendo delante del mismo leopardo de siempre uno cae en redondo, de la misma forma que se entra en un sueño profundo cuando un político habla por enésima vez de su intención de atajar la corrupción o anuncia el pacto de Estado por la Educación de nunca jamás a las cinco de la tarde con todo el terral recorriendo las calles de España.

A la gente hace ya mucho tiempo que le da igual 170 que 180, aunque esos diez escaños marquen la diferencia entre que Rajoy siga instalado en la Moncloa o tengamos que ir a unas terceras elecciones, que es la dicotomía que han decidido presentarle a los españoles los medios de comunicación en general y el PP en particular. La gente está cansada de este Gobierno en funciones, de no tener Gobierno y de la oposición. De que nadie se ponga de acuerdo en nada, salvo en culpar a Pedro Sánchez. La malograda investidura de Rajoy ha logrado algo impensable hasta hace poco tiempo, la unanimidad de las titulares de los diarios nacionales en contra de Sánchez, como si hubiese sido el líder del PSOE el que volvió a presentar su candidatura a presidir el Gobierno y no Rajoy.

Sánchez se ha convertido en el ñu de los documentales de la 2. En medio del duermevela de la investidura, cuando algún ruido te despertaba unos minutos y escuchabas de fondo a los dirigentes debatiendo en el Congreso, se intuía al líder del PSOE corriendo de Rajoy, de Rivera, de Iglesias y de los barones de su partido. Parecía el político que todos querían comerse, y al que todos acorralaban, para, en cualquier momento de descuido, darle un zarpazo y repartírselo a trozos. Una parte sustancial del PSOE ha decidido que Sánchez sea el ñu que hay que entregar a los cocodrilos para que se salve la manada. Ocurría en los documentales, cuando el inmenso rebaño de animales se lanzaba al valle del río Mara con la esperanza de que los depredadores sólo lograsen cobrarse varias presas, mientras los demás huían lo más rápido posible. De momento, esa es la única estrategia de los barones y los jarrones chinos del PSOE: la del ñu. Salvarse ellos, mientras los otros están entretenidos comiéndose a Sánchez.

En el Serengueti del Congreso, ese páramo donde la política se resuelve a mordiscos, Rajoy sigue aspirando a mantenerse en la cúspide sin dar una carrera, ni por San Jerónimo ni por las praderas africanas. Es como ese león de los mismos documentales que se pasa el día esperando a que otros le traigan la comida, para poder seguir luego tumbado a la bartola desde la certeza de que como rey el cargo le viene por naturaleza. Y que no hay más opción para dirigir esta selva que él o el caos. Si se fijaron bien, el presidente en funciones, durante su discurso de investidura, hizo todo lo posible para no despertar a nadie de la siesta. Ni a él mismo ni a los leones -tampoco a los de las puertas del Congreso- ni a los pocos que tenían encendido el televisor. Hubo que esperar hasta al día siguiente para que, al menos, rugiera un par de veces.



Ver el debate de investidura como si fuese un documental de la 2 es una especie de melasudismo que empieza con indignación y termina en ronquidos. El problema de este país no es que corramos el riesgo de acudir a unas terceras elecciones, el problema es que no hay quien se despierte de este mal sueño. Por eso, si tenemos que ir de nuevo a votar, que los partidos entreguen a todos sus líderes a los cocodrilos, para que la sociedad puede seguir avanzando. La estrategia del ñu, pero para todo el arco parlamentario. O el melasudismo a su enésima potencia.

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