A oscuras con la vida



Hace unos días falleció en Reus una anciana de 81 años. A Rosa le habían cortado la electricidad en su inmueble por impago y para poder subsistir utilizaba velas. La anciana murió sola. En concreto, más sola que la una. Cuando se tienen 81 años y se es pobre de solemnidad apenas quedan fuerza para nada, ninguna para tener que malvivir a oscuras con la vida. Desde que falleció, el Ayuntamiento de Reus, la localidad catalana donde ocurrieron los hechos, y Gas Natural Fenosa, la compañía eléctrica que cortó el suministro, nos han colmado de palabrería vana, culpándose entre ellos de lo sucedido en vez de avergonzase los dos por lo ocurrido. 

Con la historia de esta anciana de 81 años y con el sueldo del presidente de una de las compañías eléctricas españolas, exactamente con ese que gana más de 40.000 euros al día, se podría escribir un relato demagógico excelente. Un relato que empezara afirmando que las eléctricas se forran en España. Y que lo llevan haciendo desde siempre, con la aquiescencia de los distintos gobiernos que se han simultaneado en este país. Desde los Consejos de Ministros y luego, algunos de ellos, ocupando un puesto en los consejos de administración de esas empresas. Se privatizó este servicio para que hubiera competencia y la única competencia que ha habido es la de ver quién gana más dinero. 

Es un chollo de negocio: si consumes pagas, si no consumes también pagas y si no puedes pagar, te cortan el consumo. Mucho hablar de nuevos contadores inteligentes, pero nadie explica que la inteligencia de los contadores la única aplicación práctica que tiene es que los usuarios paguemos cada día más. Con la llegada del frío, la gente se nos muere en España de pobreza. La pobreza es una enfermedad de la crisis. Una epidemia. En los últimos diez días llevamos cinco muertes: por incendios ocasionados por velas, por cortocircuitos provocados por las malas instalaciones eléctricas, por estufas… Y van cien en lo que llevamos de año. La mayoría personas mayores que vivían solas. Más solas que la una. 

Con todos los euros ganados por las eléctricas por los kilovatios no consumidos y que nos cobran sin gastarlos, se podría realizar una tarifa social estupenda. Cada vez que alguien se lamenta por algo de puro sentido común es un populista. Y por eso es populismo plantear que hay servicios esenciales del que debe disponer todo el mundo en un país medianamente civilizado, entre ellos el agua y la luz. Estamos dándole normalidad a cosas que eran increíbles hasta hace nada, a no ser que consideremos normal que una empresa le pueda cortar la luz a una mujer de 81 años de edad sin conocer tan siquiera la situación en la que se encuentra. Son demasiadas las cosas anormales que estamos normalizando. Por ejemplo, mantener un mercado laboral que incluye trabajos que no dan para vivir; o un Estado del bienestar sostenido por organizaciones como Cáritas o Cruz Roja; o un sistema de sostenibilidad familiar basado en estirar hasta donde se puede la pensión de los abuelos en la triste creencia de que con el poco dinero que comen dos puedan mal comer cinco. 

Un par de días antes del fallecimiento de esta anciana de Reus, volví a leer en los medios malagueños la olvidada historia de un bloque de viviendas en esta ciudad que acumula más de una década sin luz y sin ascensor. Esta es la cuarta vez que escribo del inmueble de calle Cabriel, un edificio propiedad de la Junta, pero cuya rehabilitación es competencia del Ayuntamiento. Allí ni hay ascensor ni tampoco contadores y la gente vive, unas veces con enganches ilegales y, otras, con velas. En el bloque se ha caído todo, menos la cara de vergüenza a los responsables políticos que llevan trece años incumpliendo todo lo prometido. En la mayoría de los pisos se han instalado ocupas y los antiguos moradores, los pocos que quedan, son ancianos que llevan años sin poder salir de sus pisos. 

Algunos de ellos han subido al cielo antes de que el ascensor que le prometieron llegara a su planta. Se tuvieron que morir, para poder abandonar el piso donde mal vivían. Cualquier día la muerte le alcanzará a alguno en otro accidente: por una vela, por una caída desde uno de los dos huecos existentes de los dos ascensores que no existen, o por un nuevo incendio. Son ya once los que se han producido en el edificio. Ese día las administraciones liquidaran el asunto tirándose las competencias de cada uno a la cabeza de la incompetencia de los dos. Hace nueve años -la friolera de nueve años-, la Junta anunció que regularizaría la situación de los inquilinos instalados, como paso previo a que el Ayuntamiento iniciara la rehabilitación del edificio. Y allí siguen, a oscuras con la vida. 

Hay muchos accidentes que no ocurren por accidente. No es la primera que escribo que vivimos tan rápido que exigimos morir con los días contados, ya que esta sociedad apenas tiene respuestas para una agonía prolongada. Tenemos sistemas de protección, pero fallan casi siempre frente a los más vulnerables. La austeridad ha quitado de las arcas públicas millones de euros destinados a gasto social, por eso hay gente que se nos muere sin que tuviera la más mínima intención de morirse o que malviven en un lío de competencia entre administraciones. Desde el año 2008, cuando comenzó la crisis económica y este país empezó a disparar todos los indicadores de pobreza, el recibo de la luz se ha incrementado en un 52%, elevando hasta siete millones las personas que no pueden tener de una temperatura adecuada en su casa. Y eso es una vergüenza. 


Artículo publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell. 

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