La Justicia que confundía a la mujer con un florero
El señor P. es uno de los protagonistas del libro del neurólogo americano Olivar Sacks El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
No es la primera vez que me refiero a este ensayo, una recopilación de
historias de pacientes con desórdenes cerebrales que se convirtió en un
libro de éxito y que catapultó a la fama a su autor. El señor P. era un
músico que tenía problemas para identificar las cosas, incluido a sus
propios familiares, por lo que a menudo se dirigía hacia los objetos
para entablar una conversación. Su mujer llegó a contar que una vez
sorprendió a su marido intentando comunicarse con el picaporte de una
puerta. El primer día que fue a la consulta, tras concluir la visita, el
señor P. se dirigía a la salida para ponerse su sombrero y, ante la
mirada incrédula del médico, agarró a su mujer para colocársela en la
cabeza. Su cerebro no era capaz de ver la totalidad de las cosas, sólo
identificaba detalles. De ahí que nunca relacionara la imagen con un
todo.
Rosalía Iglesias, la mujer de Bárcenas, no sabía que
su marido tenía cuentas en Suiza. Cuando iba al banco en la capital
helvética con su esposo entraban los dos con el coche por el garaje y
subían a los despachos, pero ella se sentaba en la sala de espera. Y
luego, cuando salía su marido del encuentro, nunca le preguntaba sobre
lo que había hecho. En el juicio, cuando le cuestionaron sobre la
fortuna familiar, ella se limitó a contar que, en su casa, los asuntos
del dinero los llevaba su marido: "Cualquier operación económica,
bancaria o administrativa referente al patrimonio o la gestión del mismo
recaía en él, por ser la persona con preparación y formación para
administrarlo". Aunque no está acreditado, todo hace indicar que en una
de las visitas al banco suizo, Bárcenas salió por la puerta olvidándose
a su mujer en la entidad. Ante la mirada incrédula del chófer, el ex
tesorero del PP intentó introducir un florero en el vehículo. La vasija
estaba instalada en la antesala del despacho del director y Bárcenas la
debió confundir con su mujer.
Cuando la infanta Cristina acudió ante el juez José
Castro en febrero de 2014 como investigada por el caso Nóos contestó con
579 evasivas las preguntas sobre su papel al frente de la sociedad
Aizoon, de la que era copropietaria junto a su marido Iñaki Urdangarín.
En 412 ocasiones dijo "no lo sé"; en 82 señaló "no lo recuerdo"; en 58
"lo desconozco"; siete "no me consta"; siete "no lo sabía" y un "no
tenía conocimiento", entre algunas otras evasivas. La infanta Cristina,
el primer miembro de la Casa Real con carrera universitaria y con un
trabajo bien remunerado en La Caixa, se limitó a declarar que ella se
ocupaba de los hijos, mientras su marido llevaba las cuentas. Sobre su
desconocimiento de todo hizo varios informes la Agencia Tributaria para
exonerarla, la Fiscalía para exculparla y hasta las tres magistradas en
la sentencia para absolverla. Tuvo que ser el juez que llevó la
instrucción, José Castro, quien se apercibiera de lo que realmente
ocurrió en el juicio. En el sumario alguien había confundido a la
infanta con un florero. Y contra un florero no hay responsabilidad penal
que valga.
Ana Mato llegó a ser ministra de España sin
percatarse de la facilitad con la que su marido cambiaba de coche; sin
descubrir lo poco que mermaba su cuenta corriente a pesar de los viajes y
sin advertir lo caro que resultan los dispendios, ya fuese un
cumpleaños o fuera una comunión. Su vida de pareja era ideal. Ella, una
alabada dirigente política del PP. El, un reconocido alcalde del mismo
partido. En su casa había gastos comunes, pero los caprichos se los
pagaba cada uno de su bolsillo. De ahí, el escaso conocimiento que tenía
Mato sobre la afición de su marido a cambiar de vehículo. Ella nunca
supo que recibía regalos de nadie. Tampoco está acreditado, pero un día
saliendo de su casa con destino al Ministerio, cuentan que le dio un
beso de despedida a un Jaguar. Al que llegó a confundir con su marido.
En España, durante los últimos años ha habido mucha
confusión con todo. Gema Matamoros, la mujer del alcalde de Majadahonda
confundió un día a su esposo con un bolso de Loewe de 3.000 euros que le
regaló Correa. Se fue y se lo colgó en bandolera creyendo que era a su
marido al que llevaba asido al cuello. Le ocurrió algo parecido a Isabel
Pantoja. Un día se despidió de Julián Muñoz en su despacho y se llevó
las llaves de un apartamento en Guadalpín pensando que se llevaba al
amor de su vida. Una confusión que tuvo también Maite Zaldívar con el
propio Muñoz. Igual no es verdad, pero cuentan que fue a su despacho y,
al despedirse, en vez de un sombrero se puso una papelera en la cabeza,
pensando que la bolsa de basura de su interior era idéntica a las que
Muñoz solía llevar a su casa.
Y esta es la historia del señor P que les quería
contar hoy. No la de los desórdenes cerebrales, sino la de los
estereotipos machistas y de sumisión. Esos desordenes que provocan que,
miles de años después de una dura lucha por la igualdad de género, haya
mujeres que se feliciten porque sus parejas las confundieron un día con
un florero. Y la Justicia, lo consideró luego probado.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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