Con un
poco de suerte, en este 2018 no habrá elecciones. Se trata de un año
excepcional, ya que desde la llegada de la democracia en España solo en
2002 y 2013 los ciudadanos no tuvimos una cita con las urnas. De momento
será mejor no echar las campanas al vuelo, ya que hay dos amenazas. De
un lado, que no se forme gobierno en Cataluña y haya que repetir las
elecciones autonómicas. De otro, que el PP no logre apoyos para sacar
adelante los Presupuestos Generales del Estado y haya adelanto
electoral. O las dos cosas, a la vez. Ya saben lo poco que dura la
alegría en la casa de los pobres.
2018 es un año de siembra. Las corporaciones entran
en la recta final de sus mandatos y los alcaldes preparan sus ciudades
para recibir las elecciones municipales de 2019 estirando los
presupuestos para culminar lo que no han hecho en los tres años
anteriores. Desde la llegada de la crisis, las promesas ya no son como
antes y ahora, ante la falta de dinero para proyectos estrellas, los
alcaldes se acuerdan de los barrios y arreglan aceras como si el único
mañana que existiera fuera la mañana del día de las elecciones. No
existe equipo de Gobierno que no haya rebuscado en las arcas públicas un
puñado de millones de euros para levantar zanjas en su ciudad. La
cercanía de unas municipales se puede medir por el número de agujeros de
las calles y por el color de las baldosas nuevas de las aceras.
Cuando salgan a pasear sepan que se pueden encontrar un alcaldable a la vuelta de la esquina
En Málaga, por ejemplo, el alcalde del PP, Francisco de
la Torre y su equipo, aprobaron hace unos meses 150 actuaciones en 11
distritos con el pomposo nombre de Plan de Inversiones Financieramente
Sostenibles. O lo que es lo mismo, un puñado de obras que se irán
ejecutando en este ejercicio para que estén prestas a inaugurar los
meses antes de las elecciones municipales. Otro tanto de lo mismo ha
ocurrido en Sevilla. El gobierno del socialista de Juan Espada dejaba
bien claro cuál era su prioridad para esta recta final de su mandato:
las obras en los barrios. Y a falta de dinero para proyectos de
relumbrón, aprobaba recientemente una treintena de actuaciones
diseminadas por todos los distritos.
Desde hace algunos años ya apenas se colocan primeras
piedras de nada. Y no digo ya, la última piedra de algo. Ahora se
trabaja más con la imaginación, buscando proyectos para aprovechar
edificios que se levantaron y que están vacíos de contenido. Por eso se
crean polos digitales en edificios sin destino; se buscan empresas
privadas para reciclar inmuebles municipales que se compraron para no
tener uso o se inauguran parques que no tienen pinta de parque. Los años
en que los ayuntamientos tiraban la casa por la ventana nos dejó un
inmenso paisaje de edificios a la espera de un destino en lo universal,
por eso en esta legislatura lo primordial ha sido el reciclaje.
Exactamente, buscarle una segunda oportunidad a esos proyectos que se
acometieron con un único denominador común: que costaran mucho dinero.
No todo iba a ser negativo en este año. Cualquier
manual de subsistencia para un alcalde incluye en la tapa del libro que
los impuestos municipales se suben sustancialmente en el segundo año de
legislatura, se suben poco o se congelan en el tercero y se congelan o
bajan un poco en el último. En este asunto, estamos de suerte los
ciudadanos: en 2018 toca no apretarle al cinturón a los contribuyentes
con los impuestos locales, por lo que iremos viendo en estos primeros
meses del año anuncio tras anuncio de los alcaldes proclamando la buena
nueva de que se bajará la presión fiscal, como si fuese poca la que ya
soportamos.
La tiesura de las arcas públicas ha llenado las
ciudades de proyectos inconclusos. En muchos ayuntamientos, se alcanza
la recta final de la legislatura con más inversiones en el debe que en
el haber; con un listado de incumplimientos mayor que el de
cumplimientos y con una realidad incuestionable: la mayoría tienen
graves problemas para financiar los servicios que prestan porque
acumulan deudas millonarias cuyos intereses se comen una parte
sustancial del presupuesto. Y frente al convencimiento que existe entre
los partidos políticos y el Gobierno Central sobre la necesidad de
cambiar el modelo de financiación de las comunidades autónomas, no
existe esa misma unanimidad en la otra necesidad, la de mejorar el trozo
del pastel de dinero público que debe transferirse a los ayuntamientos.
Y así les va a casi todos, desde que las plusvalías del ladrillo y los
convenios urbanísticos dejaron de llenar las arcas.
Por cierto, no hay elecciones municipales sin
candidatos a las alcaldías. Este será el año de los candidatos. De los
que aspiran a repetir, de los que aspiran a suceder, de los que aspiran a
seguir aspirando … y de los que no sabemos a lo que aspiran, si a irse o
quedarse. En cualquier caso y ante cualquier circunstancia, estén
atentos y cuando salgan a pasear por su ciudad sepan que se pueden
encontrar un alcaldable a la vuelta de la esquina. Y una zanja, por la
que caerse, en cualquier acera. Gasten cuidado, no vayan a tropezar con
la misma piedra de siempre.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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