El pinchazo de la burbuja de la militancia
Ser
militante de un partido político es una de las pocas cosas en la vida
que puedes seguir siendo incluso después de muerto. Uno se muere y deja
de ser lo que eras, salvo si eres afiliado a un partido político, ya que
esa condición la puedes seguir disfrutando años y años después de tu
propio sepelio. Los censos están llenos de personas que un día dejaron
de existir en la tierra, pero que siguen figurando como miembros de un
partido. Lo descubrió el PSOE hace algunos años y lo acaba de certificar
el PP. Los censos se llenan con personas fallecidas que no van a
reuniones, por razones obvias; no acuden a congreso alguno, por la misma
razón obvia; no pagan sus cuotas, por idéntica obviedad; pero que
siguen figurando en los listados, aunque ni están ni se les espera. Por
razones tan obvias como las anteriores, claro.
Hace un par de años en un congreso del PP en Gijón
descubrieron que se les habían muerto cien militantes y que seguían
vivos y coleando en el censo oficial del partido. Ganó un candidato la
contienda, su contrincante pidió la nulidad en un juzgado y el
instructor del caso obligó a la dirección a entregar el listado de
afiliados. Fue cotejar los nombres e ir descubriendo fallecidos, uno a
uno hasta alcanzar el centenar. Hubo otra sorpresa. Sobre 16 militantes
no se tuvo certeza absoluta sobre si seguían o no en este mundo, pero se
podía intuir su paradero: todos tenían más de cien años y uno de ellos
frisaba los 108.
Ocurrió algo parecido en Madrid, en 2007. Tras acceder
Cristina Cifuentes a la presidencia del PP en esta comunidad decidió
aliviar el censo de militantes del partido, por aquel entonces por
encima de los 94.000. Concluyó el recuento dejándolo en 68.427.
Cifuentes explicó que a 4.227 los habían dado de baja por diversas
razones, entre ellas una de cajón: la constatación del fallecimiento.
Peor fue el número de ilocalizables, más de 24.690 militantes de los que
fueron incapaces de conocer el lugar donde habitaban. Lo realmente
asombroso es que para estas primarias, el PP ha seguido computando en
Madrid los casi 29.000 afiliados que Cifuentes depuró, obviando muertos y
desconocidos, a pesar de la dificultad que conllevaba ponerse al día de
las cuotas desde la tumba.
De la curiosa fórmula de contar afiliados en esta
formación política, por explicarlo en sencillo, se podría llevar a una
conclusión: el PP es un partido al que una vez se entra, nunca se sale.
Militar en esta formación política es como el matrimonio católico pero
en más, ya que ni la muerte los supera. Y así, desde que Manuel Fragua
fundó Alianza Popular y José María Aznar la convirtió en Partido
Popular, se han ido acumulando afiliaciones sin restar bajas hasta
alcanzar la friolera de 869.533, el supuesto mayor número de militantes
que tiene un partido político en toda Europa. O dicho de otra forma, más
que un listado de afiliados, se podría concluir que el PP tiene un
árbol genealógico gigante con todas las personas que un día pasaron por
su sede y firmaron un papel, aunque luego no pisaran las dependencias
nunca más en su vida.
El problema es que estas cuentas no hay quién se las
trague y que este algoritmo casero para contar militantes es una enorme
milonga que cada dirección mantiene sin purgar para aumentar el número
de compromisarios a repartirse en su provincia, que va siempre en
relación al número de afiliados y a los votos obtenidos en su
circunscripción. Cuantos más de cada cosa, mejor para sus intereses. De
ahí que nadie esté dispuesto a poner al día su censo, si no lo hacen
todos los demás. El dilema es simple: o todos quitamos a nuestros
muertos, o los muertos seguirán teniendo derecho al voto.
Los datos de inscritos en el proceso para elegir al
próximo presidente del PP ha sacado a la luz la auténtica realidad de
esta formación política. De un lado, que languidece en cuanto a número
de militantes y afiliados por los casos de corrupción, por la pérdida de
poder y por la desafección ciudadana. De otro, que, como también le
ocurrió al PSOE en su día, se ha convertido en un partido de cargos
públicos, de cargos orgánicos y de cargos de confianza, pero no de
militantes. El profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de
Valencia Juan Rodríguez Teruel realizó un estudio sobre los
compromisarios del PP que asistieron a los congresos de este partido en
2008 y 2012 con una conclusión muy reveladora: el 73% de ellos, en el
primer caso, y el 79%, en el segundo, eran cargos orgánicos del partido.
Los militantes de base brillaron por su ausencia.
Ese es el gran riesgo que corre el PP en sus primeras
primarias. Si con un censo inflado de 869.533 afiliados, la realidad es
que poco más de un 7% de ellos se han inscrito para votar, la
militancia seguirá brillando por su ausencia y acudirán a las urnas,
mayoritariamente, cargos públicos, orgánicos y aquellos que esperan
alcanzar ese estatus. Y de ahí saldrán, para la segunda fase de las
primarias, los mismos que ya decidieron en los congresos de 2008 y 2012.
Exactamente, los cargos a los que les interesan que los muertos sigan
teniendo derecho a voto. Por la sencilla razón de que, una vez muertos,
no votan, pero mantienen la burbuja de la militancia.
Publicado en Málaga Hoy. Ilustración de Daniel Rosell.
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