La felicidad de Susana Díaz
CUANDO Susana Díaz
perdió las primarias frente a Pedro Sánchez bajó a Andalucía con una
convicción: al mal cuerpo, buena cara. Tras unos primeros meses
complicados, decidió centrarse en la realidad andaluza y desde entonces
no hay entrevista o declaración pública donde no incluya la felicidad
como atributo de su existencia. “Soy feliz” proclama a los cuatro
vientos ante todos los que quieran escucharla. Se mostró “feliz de estar
en Andalucía” tras la designación de Sánchez como secretario general
del PSOE; anunció en septiembre de 2017 que tenía “cara de felicidad”
tras lograr la aprobación de los presupuestos de ese año y volvió a
sentirse feliz porque “mi tierra merece no tener la inestabilidad que
hay en el conjunto de España” cuando en octubre pasado confirmó que
adelantaba las elecciones.
Si nos atenemos a sus declaraciones, la candidata del
PSOE a la presidencia de la Junta de Andalucía también se ha sentido
“contenta” en la precampaña electoral. Ni
la coincidencia con el tramo final del juicio de los ERE –“soy decente y
en cinco años de Gobierno no tengo manchas”– ni su comparecencia en el
Senado ante la comisión creada por el PP para investigar las cuentas de
los partidos políticos, han alterado, al menos públicamente, ese
supuesto estado de felicidad que le acompaña. En el Senado, donde pudo
pasar algunas de sus horas más complicadas, los cachorros del PP
aliviaron la comparecencia de Díaz lanzando una serie de montajes en las
redes sociales con tan dudoso gusto que se les volvió en contra. El
traspié de Nuevas Generaciones reforzó su estado de felicidad y le
permitió insistir en el contraste de sus mensajes frente el estado de
crispación que ella achaca al resto de los partidos.
Que nadie dude que Susana Díaz seguirá haciendo de la
felicidad el eje de su discurso para la reelección en el cargo. “Soy
feliz, estoy contenta y tengo ganas”, repite de forma insistente. Para
luego añadir: “Frente a los que vienen a Andalucía a hablar mal de mi
tierra, yo me siento feliz de trabajar para mejorar la sanidad, la
educación, la ley de dependencia…”, como si su estado de felicidad fuese
determinante para conseguir un estadio superior, el de lograr la
felicidad de todos y cada uno de nosotros, los andaluces. Un concepto
antiguo que le debemos a Aristóteles: el
bien individual para lograr el bien colectivo, como bien supremo. Y su
búsqueda, como un derecho inalienable de los ciudadanos. Y qué mejor
mensaje, si hasta la Constitución de Estados Unidos, desde la
declaración de Independencia, tiene como objetivo político el logro de
la felicidad.
“A mí me gustar ganar y hay quien cada vez que queda
segundo se alegra y se pone contento, pero los estados de ánimo
colectivos se gestionan mejor siempre desde la victoria”, le reprochó en
su día a Sánchez cuando perdió dos veces las elecciones generales
frente a Mariano Rajoy. La frase vale
también para ahora. En esa pelea que mantienen PP y Ciudadanos por
quedar segundos. La felicidad, en política, suele ir ligada a la
victoria y, muchas veces, no es más que un estado de ánimo. Hay quienes
dicen que, en unas elecciones, un candidato solo es feliz en dos
momentos de la campaña: el día que empieza y el día que termina, pero
Díaz parece haber decidido ir a las elecciones en un estado de felicidad
permanente.
Alguien podría decir que no se entiende tanta felicidad
en la presidencia de la Junta. Y que Andalucía arrastra todavía
innumerables problemas para que su principal dirigente política esté tan
contenta. Quizás la explicación tenga que ver con eso que se dice
coloquialmente, lo de que la felicidad siempre va por barrios. Y en
estos comicios parece más difícil que la oposición consiga el Gobierno
de la Junta, que el PSOE alcance los 40 años de poder ininterrumpido en
Andalucía. La última encuesta que debió alegrarla la mañana a Susana
Díaz fue la del pasado miércoles del CIS, donde pronostican una victoria
del PSOE con casi un triple empate entre Podemos, Ciudadanos y PP.
Después de cuatro décadas, alguien duda que no sea un motivo de
felicidad presentarse a los comicios con todas las previsiones a favor
de ganarlos.
En Andalucía ya tuvimos un presidente que también se mostró feliz. Fue Manuel Chaves
y alcanzó ese ansiado logro de la felicidad en 2004, cuando volvió a
revalidar la mayoría absoluta para el PSOE. “Me siento feliz como un
pájaro. Estoy como en una nube de la que me tendré que bajar”, declaró a
Iñaki Gabilondo en una entrevista en la cadena Ser al día siguiente del
recuento. Una nube es el sitio donde nos imaginamos a un político
cuando la alegría le invade. Lo excepcional de Susana Díaz es que cuando
todavía tan siquiera se hablaba de un posible adelanto electoral, ella
hacía meses que había alcanzado ese estadio de la felicidad que
continuamente nos dice que le acompaña. Y, desde entonces, lo único que
nos espera aguardar es si el próximo 2-D termine o no subida a una nube.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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