Y si pudiéramos orinar como ellos hablan







David Lloyd George fue un político inglés que llegó a ser primer ministro durante la última etapa de la Primera Guerra Mundial y los primeros años de la posguerra. Era tal su incontinencia verbal y su capacidad para la oratoria que un periodista de la época, Arnold Bennet, escribió una crónica sobre una intervención suya en el Parlamento que incluía este párrafo textual: “Fue capaz de hablar sin interrupción durante ciento diecisiete minutos, y en todo ese periodo no fue pillado ni una sola vez utilizando un argumento”. A su proverbial dialéctica también se refirió un día su homónimo francés, George Clemenceau, primer ministro de Francia, en mitad de las negociaciones que se produjeron tras la guerra: “¡Ay, si yo pudiera orinar como él habla!”.
Así está la oferta política, como una especie de catálogo de bonos descuento
Transcurrida ya más de la mitad de la campaña de las elecciones andaluzas, ya nos gustaría decir que sería muy grato poder orinar igual de bien que hablan nuestros candidatos. Unos dicen que esta vez sí, que esta vez nos solucionan el problema del paro; el que menos nos promete 600.000 puestos de trabajo y la que más nueve puntos de rebaja del diferencial con España; de impuestos, rebajas masivas de unos y otros; de libros, gratis total desde los tres años; de sanidad, más hospitales dicen uno, subidas de sueldo para los médicos, replican otros; en Educación, más profesores, más centros bilingües… y así está la oferta política, como una especie de catálogo de bonos descuento para los próximos cuatro años. Una lástima que durante los diez días que llevamos de mítines, encuentros y debates, no se le haya escapado todavía a candidato alguno un argumento que sustente cómo se va a pagar todo esto. Y a qué aspiramos y hacia dónde queremos ir.
Desde la llegada de la crisis las campañas electorales estaban siendo muy tristes
Desde la llegada de la crisis, las campañas electorales estaban siendo muy tristes. Con la tiesura de las arcas públicas, ningún partido prometía nada: todo era austeridad y todos eran recortes. Los próximos comicios en Andalucía son los primeros desde la supuesta salida del túnel y aunque es evidente que la mejora económica no ha llegado a muchísimas familias, si parece haber alcanzado a los programas electorales, que han vuelto a recuperar el vigor de antaño. En esta campaña hay candidatos que están prometiendo cosas que desde hace muchos años no prometía nadie y otros que han recuperado casi todas las promesas que nunca jamás hicieron. Vivimos días en los que no hay que olvidar aquella famosa frase del ex presidente Jacques Chirac: “Las promesas electorales solo comprometen a quien se las cree”.

Desde que en España no hay bipartidismo, las promesas son más un brindis al sol que antes. Si sabemos, de antemano, que ninguna formación política va a formar un Gobierno en solitario, cómo nos creemos unas propuestas que nos hace cada uno por su lado. Los programas electorales han sido siempre un acto de fe, pero ahora tan siquiera lo son, ya que el que consiga ganar las elecciones tendrá que dejar de lado buena parte de lo que nos propone y asumir las que le imponga el que va a darle sustento, ya sea como socio de Gobierno o de investidura. Y no digo yo que eso esté mal, sino más bien todo lo contrario, pero deberán reconocer los partidos que la mayoría de sus promesas van a tener menos vida que una pompa de jabón.
Desde que no hay bipartidismo, las promesas son más un brindis al sol que antes
Claro que este problema es menor, frente al que teníamos antes. Durante el bipartidismo, la política en España comenzó a irse al garete cuando muchos ciudadanos empezaron a acudir a las urnas con la nariz tapada. Los partidos lo sabían y pedían el apoyo a sus siglas como un mal menor frente al otro, con la apelación constante a la futura gobernabilidad y la necesidad de mayorías estables. Este reiterado soniquete auspiciaba, elección tras elección, que los ciudadanos votaron muchas veces, en vez de por convencimiento, por descarte. Por eso, no llevamos los ciudadanos media vida hartos de estar hartos para que estos ansiados parlamentos plurales terminen siendo instituciones bloqueadas por la incapacidad de los dirigentes políticos de alcanzar acuerdos.

Cada día hay menos gente dispuesta a que dos únicos partidos se sigan repartiendo el cotarro y votan por opciones distintas, por lo que la responsabilidad de buscar acuerdos y constituir luego mayorías queda en el haber de las distintas formaciones políticas una vez los votantes depositan sus papeletas en las urnas. El cambio es radical. Los ciudadanos, de un tiempo a esta parte, parecen haber decidido que, si alguien tiene que taparse la nariz, que sean los políticos a la hora de pactar y no ellos a la hora de votar. Seguro que, para eso, encuentran un argumento en el discurso, mientras los ciudadanos esperamos poder, un día, orinar como ellos hablan.

Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.

 

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