La liturgia de las despedidas

Hay tantas respuestas e interpretaciones sobre la decisión de Griñán de abandonar a finales de agosto la presidencia de la Junta que se nos ha olvidado hacerle la principal pregunta: ¿Por qué anunció hace un mes en el Parlamento Andaluz que no se iban a precipitar los acontecimientos y que agotaría la legislatura? Nos hemos acostumbrado a que los dirigentes políticos digan una cosa y hagan la contraria, por eso asumimos como normal que cuando Griñán dijo que se quedaba, realmente estaba confirmando su marcha.

El escritor y político uruguayo, José Enrique Rodó, decía que “los partidos no mueren por muerte natural, siempre se suicidan”. El PSOE en Andalucía inició un proceso de suicidio político el día que decidió orillar un escándalo mayúsculo en las tripas de la Consejería de Empleo, una trama de corrupción que durante diez años desvió más de 150 millones de euros de las arcas públicas hacia un largo listado de aprovechados, comisionistas e intermediarios. Sostener que todo eso ocurrió durante una década sin que nadie advirtiera, detectara, ocultara o alentara la más mínima irregularidad fue una torpeza mayúscula que es la gran consecuencia de todo lo que está ocurriendo ahora. El mar siempre devuelve los restos del naufragio.

Griñán es un político imprevisible y, a veces, difícil de interpretar, pero no tiene un pelo de tonto. El discurso donde anunció su decisión de no repetir fue una invitación a propiciar una despedida colectiva: la marcha de una clase dirigente que lleva tres décadas instalada en la política española. También en Andalucía. Griñán no se va para que entre savia nueva; se va para que entre, savia no contaminada. En el mejor de los casos, sobre la mayoría de las personas que han dirigido al PSOE en Andalucía en las últimas décadas recae la responsabilidad política de crear un monstruo administrativo que fue incapaz de detectar un fraude millonario a las arcas públicas. La justicia determinará cuántos de ellos, además, tienen responsabilidades penales en este escándalo de corrupción.

La marcha de Griñán y su sustitución por Susana Díaz, una dirigente política sin relación alguna con el Gobierno durante la década prodigiosa de los chanchullos en la Consejería de Empleo, pretende evitar el suicidio al que se dirigía el PSOE en Andalucía, con la posibilidad de encontrarse con un auto judicial que incluyera como imputados a una parte del actual Gobierno autonómico, incluido su presidente. Lo dijo el otro día Griñán: “En septiembre habrá un nuevo Gobierno que obligará al PP a hablar de la política que quiere para Andalucía, no de los ERE”.

Quizás Rajoy no lo sepa pero cuando la semana que viene acuda al Senado —el Congreso está de obras— para ofrecer su versión del caso Bárcenas esté dando también un paso en su despedida. Es verdad que su final no tiene fecha, pero será más pronto que tarde. El presidente del Gobierno podrá dar explicaciones, pocas o ninguna; podrá anunciar de nuevo que va a concluir la legislatura, e incluso repetir que volverá a presentarse, pero ya nunca nada será igual. Rajoy se terminará yendo. Como se fue Álvarez-Cascos, como desapareció Arenas, como dimitió Aguirre, como salieron corriendo Camps, Rato o Matas. Todos siguen estando, pero casi ninguno está del todo. O sólo están en los papeles de Bárcenas, que es como estar a un paso de no seguir estando.

Se equivoca el PP en orillar la trama de financiación ilegal de este partido durante dos décadas, como se equivocó el PSOE en Andalucía restando importancia al fraude de los ERE. El PP, con el caso Bárcenas, va también camino del suicidio, por eso no hay más que dos alternativas: o muere —políticamente hablando— la cúpula que ha dirigido al partido en las últimas dos décadas o se derrumba el PP con todos dentro. Atentos por tanto a Rajoy cuando anuncie que va a agotar la legislatura, igual —como ocurrió con Griñán— está aplicando la nueva liturgia de las despedidas.

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