Reflexiones para no regalar el voto


Tengo el ensayo de Antonio Muñoz Molina Todo lo que era sólido entre mis libros de cabecera. Es un relato construido desde la distancia sobre lo acaecido en España en los años del despilfarro, un ensayo que este escritor debería continuar algún día con lo sucedido después, esta época del saqueo que estamos viviendo ahora. Nada de lo robado en este país hubiera sido posible sin grandes dosis de amnesia colectiva, sin tanta tolerancia hacia los corruptos y sin tanta dejadez hacia la incompetencia. Por eso, hay una parte sustancial de responsabilidad que está en nuestro haber como ciudadanos.

"Ha terminado el simulacro", dice Muñoz Molina "si la clase política española quiere seguir viviendo en él es una estafa que ya no podemos permitirles". Pero sobre todo, que no podemos permitirnos los ciudadanos. Nos hemos quejado hasta la amargura de años de estrecheces y austeridad sin que muchos de los políticos que nos representan hayan tenido la decencia de renunciar a uno solo de sus privilegios. Hemos rajado en las redes sociales, nos hemos indignado, nos hemos cabreado y nos hemos sentido utilizados. Pero hoy, cada uno de los ciudadanos que habitan en este país, tienen la posibilidad de acudir a las urnas para designar al alcalde de su ciudad y al presidente de su comunicad autónoma, en el caso algunas regiones de España. Y ahí, en el voto está la solución. No hay otra en democracia. Y esa es la parte de responsabilidad que, como mínimo, nos corresponde para poder cambiar las cosas que no nos gustan.

El año es largo y tras las elecciones municipales, vendrán las generales. Quién sabe, si al final no tenemos que volver a acudir a las autonómicas. Yo he decidido colocar un cordón sanitario alrededor de la papeleta que introduciré en la urna, sea en un caso o sea en cualquier otro. No pienso regalar mi voto a un corrupto, ya que si lo hago le estará dando una patente de corso para que pueda seguir robando. Tampoco se lo daré a nadie que me haya mentido o que me haya tomado por tonto. Especialmente seré beligerante con aquel o aquellos que hayan insultado mi inteligencia. No lo he hecho nunca, por lo que seguiré sin hacerlo: acudiré a las urnas sin llevar la nariz tapada y sin llevar los pies manchados de mierda. Allá aquellos que se presenten a unos comicios sin haber limpiado su estercolero.

Tengo un amigo que colocó un decálogo en las redes sociales, una especie de mínimos exigibles a un gobernante. Copio varias cosas que considero irrenunciables: no confundir el partido y la institución; no tomar al elector por imbécil; no mentir y no rodearse de mediocres dóciles sino apostar por los mejores. Junto a ello, un compromiso irrenunciable para el que ose pedir mi voto en las próximas elecciones generales. También lo copio, porque en estas cosas no se trata de ser original sino de exigir con contundencia. La propuesta es de Soledad Gallego Díaz: "Poner en marcha una comisión de personalidades independientes, con medios y autoridad para investigar cuánto dinero público se ha empleado en el rescate de las entidades financieras quebradas, para no ser el único país en el que los ciudadanos no van a recuperar esas cantidades entregadas a la banca". Y esta otra a la que también me sumo. "No votar a partido alguno que prometa medidas contra la corrupción, si antes no expulsa de forma inmediata a cualquier cargo público sospechoso, no ya de un delito, sino de malas prácticas en el ejercicio de su desempeño". Se acabaron los casos aislados, estamos rodeados de podredumbre y ya no valen las medias tintas.

No voy a votar a profesionales de la política; ni a dirigentes que antepongan los mercados a las personas; ni a pelotas, pero tampoco a salvadores de la patria. A nadie que diga que se presenta a las elecciones porque su pueblo se lo pide: no tengo aprecio por ese tipo de gente. A estas alturas, ni nadie me vende una moto ni le compro a nadie una burra. Reniego de los tránsfugas y rechazo a todo aquel que tiene una ideología para la mañana y otra para la tarde. Solo confío en el dirigente que sea capaz de anteponer el trabajo de los que no tienen trabajo al suyo propio. Al que tiene por su cargo y al que tienen cuantos les rodean. En un país con cuatro millones y medio de parados, me importa un bledo el empleo de cualquier cargo público que lo pierde por indecente.

Ya es hora que cada uno elija cuando quiere ser un ciudadano adulto y asuma su parte de responsabilidad en lo que está ocurriendo. Voten, al que les plazca, pero vamos a intentar entre todos recuperar la decencia en este país. Y reflexionen, por si les sirve de algo, todo lo que he contado se resume en una cosa, cuando regalas tu voto, tú eres siempre el regalo.

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