El miedo a perder el poder

LOS consejeros de Presidencia y Educación de la Comunidad de Madrid, Salvador Victoria y Lucía Figar, dimitieron el jueves en un tiempo récord. En un partido político, como el PP, donde el verbo dimitir se conjuga en diferido y ladrones con años de pedigrí eran vitoreados hasta la misma mañana que salieron esposados de sus despachos, la marcha de ambos dirigentes a las 48 horas de ser imputados por un juez, fue un hecho insólito. Que nadie crea que se trató de un ataque de coherencia ni de un cambio de actitud frente a la corrupción auspiciado por Rajoy. Sencillamente fue un ejercicio de supervivencia. Cifuentes no tiene posibilidad alguna de lograr un pacto con Ciudadanos presentándose a la sesión de investidura con dos cadáveres políticos apestando en el ya bastante apestado Gobierno de la Asamblea de Madrid. Además, es una dimisión en la que se dimite de poco: les quedaban, literalmente, dos telediarios en el cargo ya que se acaba la legislatura.

Lo sucedido en la comunidad de Madrid es un ejemplo paradigmático de lo ocurrido en las instituciones con la perdida de muchas mayorías absolutas. Sobrevivir en el poder, cuando uno está a punto de perderlo, es lo único que ha movido en España a un cambio de actitud de los dos grandes partidos desde que la crisis se llevara por delante la mitad de los derechos conseguidos por los ciudadanos y sacara a la luz la inmundicia de todo lo robado en las arcas públicas. Ni apelando a la ética, ni a los valores, ni a la decencia, fue posible un cambio. Ni alcanzando cinco millones de parados, dos millones de familias en riesgo de pobreza y un nivel de exclusión social inaudito, se movieron los cimientos de los partidos. Tampoco los recortes en Sanidad, Educación o en prestaciones sociales, lo lograron. Ha tenido que ser el miedo a perder muchas cuotas de poder, lo que ha provocado este tembleque. Y desde el día 24 de mayo se expulsan a presuntos corruptos, se firman compromisos por la regeneración democrática y se vislumbra que ahora hay que hacer algo ante el drama de que un tercio de la población española esté sin trabajo.

Resulta muy difícil creer que es verdad la rapidez con la que muchos dirigentes del PSOE y del PP han abrazado las bondades de los nuevos tiempos sin mayoría absoluta en las instituciones. Cualquiera que los escucha ahora, podría hasta pensar que han perdido ediles y diputados a propósito. Y que ellos querían quedarse en minoría para poder abrir un periodo de consenso y de acuerdos. Hay que tener muy poco sentido del ridículo para decir muchas de las cosas que han dicho estos últimos días, pero no es la primera vez que escribo que el poder empieza como una satisfacción personal y termina convirtiéndose en una obsesión enfermiza

Muchos de los alcaldes que quieren mantener su alcaldía, merced a pactos o merced a acuerdos de investidura, se han tragado en los últimos días sacos de soberbia y toneladas de su propio ego para poder repetir el próximo sábado repetir en el sillón. Alaban compromisos de regeneración, se comprometen a rebajas de sueldo, anuncian recortes de cargos de confianza y han corrido, como locos, a firmar todo lo que le ponían por delante para garantizarse la alcaldía. Bueno será recordarles que la mayoría de las cosas que dicen que van a hacer a partir de ahora las pudieron hacer antes y se negaron. Y eso sucedió cuando disfrutaban de esa holgada mayoría absoluta que les permitía gobernar sus ciudades como si fuesen sus cortijos.

Es difícil saber que va a ocurrir en el futuro con Podemos y con Ciudadanos, pero han logrado cambiar el tablero y colocarle otro marco al sistema. Son dos partidos, a veces, oxigenantes. A veces, desesperantes. Pero al margen de ideologías, habrá que admitir que han traído aire fresco. De sus aciertos y de sus errores dependerá su propio futuro, ya que la política tiene una enorme capacidad de destrucción. No hay más que ver lo ocurrido con UPyD en apenas unos meses.

No estoy ni hablando bien ni hablando mal de Podemos ni de Ciudadanos ni de UPyD ni de esa Izquierda Unida que se tambalea. Sí creo estar reflejando una realidad: han abierto las ventanas en las instituciones para airear ese olor a rancio acumulado en su interior y están cuestionando una normalidad que no era normal. Son inexpertos, a veces torpes y acumularan muchos desaciertos. Ninguno más ni ninguno menos que los que están, pero han logrado poner contra las cuerdas a los dos partidos que se simultaneaban en el Gobierno de casi todas las instituciones de España durante décadas a base de un asfixiante bipartidismo, cargado de componendas, al que han logrado sacarle los colores.

Ni Ciudadanos ni Podemos ha ganado en casi ningún sitio. Sin embargo, han logrado hacer perder muchas mayorías absolutas que eran utilizadas como rodillos partidistas. Y sobre todo, han conseguido situar la lucha contra la corrupción y la hipócrita actitud del PP y del PSOE ante ella, como la condición central de sus exigencias para sentarse a dialogar. Van a meter la pata; tendrán que depurar sus estructuras por la entrada de mucho aprovechado y arribista que estoy convencidos se les ha colado; tendrán que explicar mejor fácil qué defienden y qué plantean, pero bienvenidos sean a la instituciones de este país algo que no es más de lo mismo de siempre.

España lleva años instalada en una podredumbre insoportable, con la colección de mangantes más grandes que haya dado nunca la historia de este país y con la respuesta más cochambrosa y vergonzante que los partidos implicados en ella hayan dado nunca, la de años mirando hacia otro lado. Casi todos los nuevos gobiernos que van a salir serán mejores que los anteriores. Da igual la ideología de sus alcaldes o de sus presidentes de comunidades autónomas, porque todas saben que no les vale gobernar como antes y que tienen que cambiar si no quieren que les cambien.

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