La falsa leyenda del periódico de Yrigoyen
SE contó durante mucho tiempo que durante el segundo mandato del presidente argentino Hipólito Yrigoyen (1928-1930)
sus asesores más directos, al objeto de no preocuparle en demasía ante
la situación que atravesaba el país, hicieron imprimir un diario
especial para él, donde solo se incluían noticias favorables de
Argentina. Aquello quedó para la posteridad como el Diario de Irigoyen
y hubo que esperar bastante tiempo para que los historiadores
comprobasen que la leyenda sobre ese peculiar periódico era
absolutamente falsa y que fue un invento de sus adversarios políticos
para echarlo del poder. En España, demasiadas veces, uno tiene la
impresión de que algunos dirigentes están rodeados de asesores que todas
las mañanas, junto al café, le entregan a sus jefes su particular Diario de Irigoyen.
Hace unos años un antiguo ministro de Exteriores británico, neurólogo en su actividad profesional, llamado David Owen publicó un libro titulado En la enfermedad y en el poder. Tras seis años estudiando el cerebro de los líderes de la clase política en el mundo logró darle carta de naturaleza científica a una situación que todos sospechábamos: el poder se les sube a la cabeza a aquellos que lo ostentan durante demasiado tiempo. A esta patología, la de "emborracharse de éxito", le puso un nombre: el síndrome de Hubris, una especie de delirio que sufren los políticos con varios síntomas fácilmente reconocibles. Una excesiva confianza en sí mismos, el desprecio absoluto hacia los consejos de quienes le rodean y un progresivo alejamiento de la realidad.
Decía Owen que la patología tiene varias fases que se van sucediendo bajo un parámetro común. El dirigente lleva al cargo con inseguridad e intenta rodearse de los mejores. Una vez se asienta en el sillón, empieza a acomodarse y va expulsando de su círculo a aquellos asesores o cargos de confianza que le incomodan o reprenden algunas de sus actuaciones. Y llega un momento, -un momento que se acelera de forma proporcional al tiempo que se lleva en el poder- , que ese dirigente se quita de al lado a todo aquel que ni le ríe las gracias ni le rinde pleitesía. Durante ese tiempo, el político en cuestión va viendo crecer su autoestima a base de palmadas y halagos de la legión de incondicionales que le rodea, para alcanzar al final un estado de ensimismamiento total. En lenguaje coloquial, lo que se denomina pérdida absoluta de la pelota.
El síndrome de Hubris es una especie de sustituto del espejo. Y en él se miran los dirigentes con la misma intención que lo hacía la madrastra del cuento de Blancanieves, exclusivamente para escuchar que no hay nadie más brillante y mejor gestor que él. Cuando un político lleva mucho tiempo en un cargo, sus asesores le quitan la voz al espejo para que no les llegue el sonido de la respuesta. Esta historia de los espejos les puede parecer una metáfora, pero es real como la vida misma. No es baladí que el pasado martes el presidente en funciones de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, le pidiera a Rajoy que se mirara justamente ante un espejo y que, en esta ocasión, esperase la respuesta. Se lo advirtió horas después de que Rajoy, ante la Junta directiva Nacional de su partido, le cuestionara a sus miembros: "¿Ejecutiva, ejecutiva, hay algún candidato para las Generales mejor que yo? Y él mismo hiciera de espejo y de Blancanieves: "Creo que soy el mejor".
Al final la realidad depende mucho del prisma desde el que se mira. A Rajoy le resulta imposible entender, leyendo todos los días el Diario de Mariano y un periódico deportivo, que en las próximas Elecciones Generales le den la espalda los ciudadanos del país, esa España llena de españoles que son españoles y donde hay muchos españoles. A él, que nos sacó de un rescate, nos enseñó la luz al final del túnel y logró que en España ni se hablara de la crisis ni del paro, estas cosas le resulta imposible de entender. De hecho, se le está abriendo una debacle en el partido que amenaza con llevárselo por delante y él sigue leyendo los porcentajes de pases de la liga de fútbol y esperando la llegada del Tour.
En Málaga ha ocurrido algo parecido con los espejos. En concreto, en el Salón de los Espejos de la Casona del Parque. A De la Torre, en su ámbito le pasa como a Rajoy, que no le entra en la cabeza que los malagueños no le hayan dado una holgada mayoría absoluta después de una legislatura que situó a la ciudad hasta en las páginas culturales de The New York Times. Es lo que tiene mirar la realidad de la capital desde las hojas de un catálogo del Pompidou, que en él no hay advertencia alguna sobre la posibilidad de que un tipo de Asturias que vive en Rincón de la Victoria le esté moviendo el sillón y ni siquiera se le ponga al teléfono cuando lo llama.
El otro gran afectado por el síndrome de Hubris en la provincia de Málaga ha sido el todavía alcalde en funciones de Torremolinos, Pedro Fernández Montes. El otro día advirtió a los ciudadanos de este municipio que se iban a enterar de lo bien que él gobernaba en cuanto entraran otros, que es la máxima expresión de auto admiración a la que puede llegar un político después de mirarse ante un espejo. En su caso, las razones de verse afectado por la enfermedad del poder están más que justificadas. Fernández Montes nunca dispuso de un Diario de Pedro, pero ha visto siempre la realidad de Torremolinos desde su propia televisión municipal. Y así era fácil despistarse. En su televisión solo sale él y los miembros de su equipo de gobierno, y no hay constancia de un solo minuto televisivo donde Fernández Montes o algunos de sus concejales se criticaran a sí mismos.
Hace unos años un antiguo ministro de Exteriores británico, neurólogo en su actividad profesional, llamado David Owen publicó un libro titulado En la enfermedad y en el poder. Tras seis años estudiando el cerebro de los líderes de la clase política en el mundo logró darle carta de naturaleza científica a una situación que todos sospechábamos: el poder se les sube a la cabeza a aquellos que lo ostentan durante demasiado tiempo. A esta patología, la de "emborracharse de éxito", le puso un nombre: el síndrome de Hubris, una especie de delirio que sufren los políticos con varios síntomas fácilmente reconocibles. Una excesiva confianza en sí mismos, el desprecio absoluto hacia los consejos de quienes le rodean y un progresivo alejamiento de la realidad.
Decía Owen que la patología tiene varias fases que se van sucediendo bajo un parámetro común. El dirigente lleva al cargo con inseguridad e intenta rodearse de los mejores. Una vez se asienta en el sillón, empieza a acomodarse y va expulsando de su círculo a aquellos asesores o cargos de confianza que le incomodan o reprenden algunas de sus actuaciones. Y llega un momento, -un momento que se acelera de forma proporcional al tiempo que se lleva en el poder- , que ese dirigente se quita de al lado a todo aquel que ni le ríe las gracias ni le rinde pleitesía. Durante ese tiempo, el político en cuestión va viendo crecer su autoestima a base de palmadas y halagos de la legión de incondicionales que le rodea, para alcanzar al final un estado de ensimismamiento total. En lenguaje coloquial, lo que se denomina pérdida absoluta de la pelota.
El síndrome de Hubris es una especie de sustituto del espejo. Y en él se miran los dirigentes con la misma intención que lo hacía la madrastra del cuento de Blancanieves, exclusivamente para escuchar que no hay nadie más brillante y mejor gestor que él. Cuando un político lleva mucho tiempo en un cargo, sus asesores le quitan la voz al espejo para que no les llegue el sonido de la respuesta. Esta historia de los espejos les puede parecer una metáfora, pero es real como la vida misma. No es baladí que el pasado martes el presidente en funciones de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, le pidiera a Rajoy que se mirara justamente ante un espejo y que, en esta ocasión, esperase la respuesta. Se lo advirtió horas después de que Rajoy, ante la Junta directiva Nacional de su partido, le cuestionara a sus miembros: "¿Ejecutiva, ejecutiva, hay algún candidato para las Generales mejor que yo? Y él mismo hiciera de espejo y de Blancanieves: "Creo que soy el mejor".
Al final la realidad depende mucho del prisma desde el que se mira. A Rajoy le resulta imposible entender, leyendo todos los días el Diario de Mariano y un periódico deportivo, que en las próximas Elecciones Generales le den la espalda los ciudadanos del país, esa España llena de españoles que son españoles y donde hay muchos españoles. A él, que nos sacó de un rescate, nos enseñó la luz al final del túnel y logró que en España ni se hablara de la crisis ni del paro, estas cosas le resulta imposible de entender. De hecho, se le está abriendo una debacle en el partido que amenaza con llevárselo por delante y él sigue leyendo los porcentajes de pases de la liga de fútbol y esperando la llegada del Tour.
En Málaga ha ocurrido algo parecido con los espejos. En concreto, en el Salón de los Espejos de la Casona del Parque. A De la Torre, en su ámbito le pasa como a Rajoy, que no le entra en la cabeza que los malagueños no le hayan dado una holgada mayoría absoluta después de una legislatura que situó a la ciudad hasta en las páginas culturales de The New York Times. Es lo que tiene mirar la realidad de la capital desde las hojas de un catálogo del Pompidou, que en él no hay advertencia alguna sobre la posibilidad de que un tipo de Asturias que vive en Rincón de la Victoria le esté moviendo el sillón y ni siquiera se le ponga al teléfono cuando lo llama.
El otro gran afectado por el síndrome de Hubris en la provincia de Málaga ha sido el todavía alcalde en funciones de Torremolinos, Pedro Fernández Montes. El otro día advirtió a los ciudadanos de este municipio que se iban a enterar de lo bien que él gobernaba en cuanto entraran otros, que es la máxima expresión de auto admiración a la que puede llegar un político después de mirarse ante un espejo. En su caso, las razones de verse afectado por la enfermedad del poder están más que justificadas. Fernández Montes nunca dispuso de un Diario de Pedro, pero ha visto siempre la realidad de Torremolinos desde su propia televisión municipal. Y así era fácil despistarse. En su televisión solo sale él y los miembros de su equipo de gobierno, y no hay constancia de un solo minuto televisivo donde Fernández Montes o algunos de sus concejales se criticaran a sí mismos.
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