El PSOE, la orilla y el mar

CUANDO la hija de Manuel Fraga, Carmen, decidió en las pasadas elecciones europeas no repetir como candidata y renunciar a su reelección como eurodiputada en Bruselas, se le ocurrió una magnífica frase para justificar su despedida: "Llevo aquí más años que la orilla del mar". Al escritor gallego Manuel Rivas estas palabras le impresionaron y escribió un artículo advirtiendo que se precisan por lo menos 20 años de asiento en un cargo público para gestar una frase de adiós tan contundente, ya que ante ese argumento, ni cabe discusión alguna sobre su posible continuidad ni resquicio para convencerla de seguir en el cargo.

Las listas del PSOE al Congreso de los Diputados por las provincias andaluzas las encabezaron en 2011 líderes políticos con más años en el cargo que la orilla en el mar. Sobre algunos se podría decir que alcanzaron la costa, antes incluso de que llegaran las olas. Y allí se instalaron desde la primera glaciación. Por eso, uno de los hechos más trascedentes en la historia del PSOE en Andalucía en los últimos años se puede producir antes de que finalice este 2015. La despedida de la política de un grupo de dirigentes que, arriba o abajo, llevan tres décadas sentados en un escaño. Se trata de Manuel Chaves, Alfonso Guerra, Francisco Barrero, Consuelo Rumí, y otros dirigentes que, sin llegar a encabezar la lista, figuraron en puestos que les garantizó media vida en el Congreso, como José Antonio Viera o Gaspar Zarrías. Ninguno repetirá en estos comicios.

La gran renovación en el PSOE de cara a las generales obedece a dos razones esenciales. El tiempo y los ERE. Así tituló el otro día este periódico una crónica de Juan Manuel Marqués. Lo primero es pura cuestión biológica. El tiempo pasa y nos vamos haciendo viejo, que cantara Pablo Milanés. Lo segundo, ha sido un importante añadido. El poder desgasta y, a veces, lo hace tanto que un político se siente obligado a marcharse sin disponer de tiempo para soltar una mínima frase de despedida. Son los suyos, los que más le apremian para que el adiós sea rápido en su ejecución y corto en su explicación. Es el caso de muchos de los afectados por esta profunda renovación.

En España cuesta mucho trabajo que alguien decida abandonar voluntariamente la política, pero el día que uno de ellos lo anuncia salen manos de todos los sitios para ayudarle a recoger los bártulos. La renovación de los liderazgos en los partidos políticos se ha hecho siempre sobre la base de un refrán muy español: "El muerto, al hoyo, y el vivo, al bollo". Y así, congreso tras congreso, se han ido sustentando los relevos en todas las formaciones políticas.

En la crónica a la que me he referido decía su autor que en la Cámara Baja todavía quedan en esta legislatura tres diputados de la famosa foto de la tortilla donde no se comió tortilla, Alfonso Guerra, Manuel Chaves e Isabel Pozuelo. De esta última, también se dice que no va a continuar, por lo que de aquella famosa instantánea, icono de la historia del PSOE andaluz, no quedará en la próxima legislatura ni uno solo de sus integrantes en activo. Nada excepcional, si tenemos en cuanto que la foto se realizó en la primavera de 1974 y sobre ella han pasado ya cuatro décadas. Lo anormal era que todavía algunos se reconocieran en la foto sentados en sus escaños.

Abandonar la política no debería ser muy difícil, aunque la realidad se empeñe en demostrar lo contrario. En España ocurre un hecho muy curioso, casi todos los partidos y casi todos los políticos están de acuerdo en limitar los mandatos, lo que pasa es que están de acuerdo que esa limitación les afecte a los demás, pero no a ellos. Y así llevamos años de debate. Algunos han demorado tanto su marcha que les terminaron corriendo a gorrazos para que se fueran y se han dado casos insólitos con las despedidas. Hace unos días, las autoridades de trabajo le abrieron un expediente a un partido político por despedir a uno de sus dirigentes en diferido. Menos insólitos son los ejemplos de la denominada puerta giratoria, un procedimiento de búsqueda de empleo tras salir de la política -no propio únicamente de nuestra idiosincrasia-, pero del que podemos sentirnos líderes en Europa.

Como en cualquier otro país del mundo, en España hay políticos que se han dejado y se dejan la piel en el empeño de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, ya sea en el Congreso o en cualquier otra institución pública; pero también hay políticos que se han dejado el culo pegado a un escaño en el Congreso sin más trabajo en cada legislatura que ese "sublime momento onomatopéyico" -en definición del propio Manuel Rivas- que le permite abroncar ruidosamente al contrario o aplaudir ostensiblemente al líder.

La política es un servicio público, no una profesión para toda la vida. Cualquier dirigente debería saber que las posibilidades de que te arrolle una ola son directamente proporcionales al tiempo que llevas en la orilla. Y hay quien alcanzó la costa antes de la llegada del mar.

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