La medalla laica y los urbanitas de izquierda
De todos
los dirigentes de Podemos que han salido a defender que el alcalde de
Cádiz, José María González, y su grupo municipal, Por Cádiz sí se puede,
votaran a favor de concederle la Medalla de Oro de la Ciudad a la
Virgen del Rosario, el más original con diferencia ha sido Juan Carlos
Monedero. Y mira que han sido todos ingeniosos. Monedero, en un artículo
en Público, llegó a escribir párrafos tan inverosímiles como
éste que reproduzco a continuación: "Porque la Virgen de los humildes,
aun siendo cierto que trabaja más tiempo para los poderosos que para los
pobres, ayuda a que los golpeados imaginen la vida un poco menos
miserable. Y eso, nos guste más o menos, hay que respetarlo".
Es difícil añadirle una palabra más a semejante
argumento, salvo que uno leyera la entrevista publicada en estas páginas
a Pablo Iglesias sobre el asunto y descubriese la milonga de la medalla
laica y la teoría de los urbanitas de izquierdas, esos que, según sus
palabras, deben de aprender a respetar "esas tradiciones arraigadas en
los pueblos".
Que Podemos vote a favor de conceder una medalla de oro a
una Virgen no hay quien lo entienda, pero lo más inaudito de todo han
sido los argumentos para justificarlo. Iglesias ha reconocido que para
alguien como él, de Madrid, el asunto le sonó al principio raro. Pero
que, una vez se lo explicaron, lo entendió todo. Será una cuestión de
mala suerte, pero somos muchos los andaluces que vimos raro el asunto al
inicio y luego, cuando nos lo explicaron, además de raro, nos pareció
absolutamente incomprensible. Igual es que aquí vamos con la boina
calada en la cabeza y no dejamos sitio para el entendimiento. Ya saben,
el problema de no ser urbanitas ni vivir en la capital del reino.
Coincido siempre con Antonio Muñoz Molina cuando
muestra su perplejidad sobre lo que una vez denominó la Andalucía
obligatoria, ese fervor indiscriminado por las tradiciones religiosas y
folclóricas que, lejos de amainar, aumenta con los años. Muñoz Molina no
es que esté en desacuerdo con estas tradiciones, lo que le ocurre al
escritor jiennense -y a muchos más, entre los que me incluyo- es que
sigue sin entender la convicción con la que los partidos de izquierdas
decidieron un día abrazar estos actos y ponerse al frente de ellos,
multiplicando las partidas presupuestarias, aumentando los días de
fiesta y colocándose en primera fila de cualquier acontecimiento, sea
una procesión, un carnaval, unas berzas en un barrio o una paella
insufrible en mitad de un descampado.
Con la llegada de la democracia, los ayuntamientos
andaluces se llenaron de gobiernos de izquierda que nos hicieron pensar
que vendrían acompañados de corporaciones más laicas y más cuidadosas a
la hora de favorecer manifestaciones que insistieran en los tópicos
asociados a esta tierra. No fue exactamente así. Como las urnas eran la
fiesta de la democracia, los ayuntamientos decidieron celebrarlo muchas
veces al año y no había un municipio sin su Semana de la Paz o sin su
Semana Cultural, pero también sin sus verbenas en cada barrio y sin sus
fiestas religiosas.
Como toda fiesta nos parecía pequeña, en muchos
municipios se decidió ampliar los días y se levantaron espacios públicos
para la algarabía, hasta llegar al disparate de acondicionar zonas para
que los jóvenes pudieron beber alcohol sin molestar. Ya casi nadie se
acuerda de los botellódromos. Y allí estuvieron las
corporaciones, gastando millones en urbanizar descampados para
convertirlos en recintos feriales con alumbrado, agua y calles
asfaltadas. Todo, con un único destino: utilizarlo durante una semana al
año. Y en ello seguimos. Hace unos días el Ayuntamiento de Málaga
presentó un nuevo recinto ferial para una barriada, cuando desde hace
años cuenta con uno amplísimo para toda la ciudad que es un secarral
durante 355 días. Se ha habilitado en Campanillas, una zona de la ciudad
que no dispone desde hace años de piscina municipal por un fiasco de
concesión privada que acabó en los tribunales y con las instalaciones
desmanteladas. Ni que decir tiene que la piscina sigue sin solución,
pero para la feria ya cuentan con unas instalaciones modélicas.
Un buen día alguien decidió que una parte sustancial
de nuestra identidad como pueblo tenía que ver con las tradiciones
religiosas y después de muchos años rajando del papel de la Iglesia
durante la dictadura, las autoridades locales se lanzaron a potenciar la
Semana Santa, el Corpus o la romería al Rocío, por citar algunos
ejemplos, hasta convertirlo en acontecimientos multitudinarios, sin que
haya comparación posible con ningún otro acto en poder de convocatoria.
No hay nada que censurar a ello, las cofradías son las organizaciones
que integran a más personas en torno a algo en Andalucía. Eso sí, nos
hemos tenido que acostumbrar a que declarados alcaldes ateos no tengan
problema alguno en encabezar el desfile de autoridades delante de una
procesión o que haya codazos entre los munícipes para dar el toque de
campana a la salida de un trono.
Con estos antecedentes, a nadie le debería extrañar
la decisión del alcalde de Cádiz. Si me apuran y aunque no lo comparta,
estaría incluso dispuesto a entenderlo si el argumento es que se trata
del primer edil de todos los gaditanos y lo ha pedido una parte
importante de la ciudad, aunque esto último tan siquiera parezca
probado. Lo que resulta un bochorno es la salida en tropel de los
dirigentes de Podemos para justificar la decisión con argumentos tan
peregrinos como insustanciales. De esta formación política se esperaba,
como esperamos de aquellos primeros ayuntamientos democráticos, que
rebajaran un poco la caspa allí donde gobiernan y que introdujeran algo
de laicidad en una sociedad donde es tan discutible que el Ministerio
del Interior condecore a una Virgen como que un Ayuntamiento le otorgue
una medalla. Lo que no se puede tragar es que consideren impresentable
lo primero y justifiquen luego lo segundo.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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