Los eufemismos y el lenguaje de madera






Los políticos españoles son de lo más ingenioso a la hora de utilizar los eufemismos. La crisis económica nos trajo algunos brillantísimos: movilidad exterior, para los jóvenes que se van de España para buscar trabajo en el extranjero; novedad tributaria, para anunciar un nuevo impuesto; ajustes y austeridad para no decir recortes; crecimiento negativo para no pronunciar recesión; o el tique moderador, para hablar del copago farmacéutico, entre un largo etcétera. No son menores las ocurrencias lingüísticas en el ámbito de la corrupción política, con eufemismos que llegaron a alcanzar la capacidad de un trabalenguas con aquella "indemnización en diferido en forma de simulación", o sea argucia presidencial para no llamar a los corruptos por su nombre que encumbró a Rajoy con una frase harto repetida: "Esa persona de la que usted me habla". 

La escritora Cristina Peri Rossi decía que el lenguaje, creado, en principio, para expresar la realidad, ha inventado su propia máscara. Y es utilizado, muchas veces, para ocultarla, respondiendo a determinados intereses. Por eso, decía, que no hay eufemismo inocente. En la comunicación política, el eufemismo va acompañado casi siempre de lo que se denomina en Francia langue de bois (lengua de madera), expresión que viene de los discursos de los líderes de la antigua Unión Soviética, que hablaban mucho, pero nunca decían nada. Podría poner múltiples ejemplos de esta oratoria de la nada, pero copio una explicación que leí en un artículo cogiendo varios párrafos de una canción de Serrat: "Propiciar un diálogo de franca distensión que les permita hallar un marco previo que garantice unas premisas mínimas que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida sólido"… Y así hasta el infinito de las frases huecas.
Un buen gobernante siempre debería tratar a sus ciudadanos como personas adulta
Todo esto viene a cuento de la información oficial que dio el Ministerio del Interior para anunciar el traslado a la nueva cárcel de Archidona de unos 500 inmigrantes que habían llegado a Murcia y que se encontraban en situación irregular en España. La nota, de poco más de un folio, incluía las dos cosas a las que me refiero en este artículo, un largo eufemismo para no llamar a las cosas por su nombre; y el lenguaje de madera, todo un lujo de palabrería para no contar lo esencial. Y lo esencial era que enviaban a los inmigrantes a una prisión, palabra que para evitarla en el texto fue sustituida en tres ocasiones por la expresión "centro" y en dos por "recinto". Y a partir de ahí comenzó la trampa.
Si en vez de meter a los inmigrantes en unas instalaciones habilitadas como recinto penitenciario, el Ministerio del Interior hubiera tenido que poner en venta la nueva cárcel de Archidona, el anuncio sobre las bondades del centro no hubiera diferido mucho. Aquí llevan el exhaustivo relato del eufemismo que convertía una cárcel en un recinto multiusos con categoría cinco estrellas: 1.008 habitaciones distribuidos en 12 módulos residenciales y cuatro polivalentes. Completamente nuevo, perfectamente equipado con edificio de enfermería, taller ocupacional, aulas de enseñanza, gimnasio con duchas, vestuarios y peluquería con barbería. Las instalaciones cuentan con climatización por radiadores, ducha de agua mezclada con posibilidad de regulación de temperatura, inodoro y lavamanos, detección de incendio para control de posibles fuegos o interfonía para comunicación con el puesto de control. 

Todo ello aderezado con varios párrafos de lenguaje de madera: "El Ministerio está trabajando en cumplimentar la normativa europea en materia de inmigración y acogimiento y, asimismo, también está consensuando con las distintas fuerzas parlamentarias el nuevo modelo de Centros de Internamiento que quiere aprobar el Gobierno en las próximas semanas…" Ni que decir tiene que el anuncio, que incluía el supuesto visto bueno de los jueces que han respaldado la decisión, eludía un dato esencial: la ley española prohíbe expresamente que los inmigrantes sean internados en prisiones. Y como consecuencia de ello, le han llovido las críticas al Gobierno, en general, y al Ministro del Interior, en particular. Críticas y varias denuncias en los juzgados contra la decisión. 

La reiterada utilización de eufemismos o las explicaciones con lenguaje de madera de la que tanto hace uso la clase política española parte de una premisa que, además, les debería sonrojar: pensar que la inteligencia de los ciudadanos está bajo mínimos. Y la realidad es que, a estas alturas ya de tantas medias verdades y tantas posverdades, deberían haber aprendido que cada día es más difícil que el personal trague con ruedas de molino. Un buen gobernante siempre debería tratar a sus ciudadanos como personas adultas, por ello la decisión se podría haberse tomado de forma más fácil. Por ejemplo: sale el ministro del Interior y explica que tenemos un problema temporal con la llegada de más de mil inmigrantes en un fin de semana. Plantea la necesidad de ubicarlos, excepcionalmente, en una cárcel que no ha entrado en funcionamiento todavía, por lo que no hay presos en su interior. Admite que los centros de internamiento de extranjeros son más cárceles y están en peores condiciones que este recinto penitenciario sin estrenar. Reconoce, finalmente, el problema de que no hay medios para tratar con dignidad a estas personas y anuncia las medidas que se quieren poner en marcha para paliar la situación. 

Igual muchos no cambiaríamos de opinión y seguiríamos pensando que un inmigrante en situación irregular no puede estar en una cárcel, pero, al menos, se hubieran ahorrado el ridículo de hacernos creer que la realidad de las cosas mejora cambiándoles el nombre. O haciendo un anuncio publicitario de la memoria de calidades y las comodidades que tiene vivir en una cárcel.


Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell. 

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