El conde, el general, el Maradona, un avión y el puticlub de Sevilla
Acabo de terminar de ver la serie La Casa de Papel
en Netflix y me he quedado sorprendido por la historia. Qué manera más
inteligente de robar; cuántos años diseñando un atraco; qué gusto por el
trabajo bien hecho - al trabajo de mangar me refiero, no a la serie- y
qué relato más logrado. El escenario de la acción es la Fábrica Nacional
de Moneda y Timbre, donde mismamente se hacen los billetes. Y es que
hasta para robar se precisan unos estudios, una planificación y un gusto
por los pequeños detalles. Compara uno la serie con los casos de
mangoneo en España y no hay color. Es todo de una ordinariez y de una
cutrez que se le quitan a uno hasta las ganas de robar.
En España se ha robado mucho y de forma muy
ordinaria. Fue terminar la serie y leer a continuación los documentos
incautados al que fuera presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio
González, con los datos de la mordida que se repartieron por la compra
de una empresa en Brasil y daba vergüenza ajena. En los papeles salen a
relucir los seudónimos que empleaban para referirse entre ellos. Qué
poca originalidad, qué soez todo: "el conde", "el general, "el abuelo" y
"el Maradona". Hay que tener poca imaginación y ningún sentido del
ridículo para ponerse esos nombres. En La Casa de Papel sus
protagonistas se llaman como las capitales del mundo: Berlín, Tokio,
Nairobi… Eso es buscar la internacionalización, apostar por la
globalización y converger con el mundo, aunque sea robando. Se ve que
son personas leídas.
Y no es el caso Lezo en general e Ignacio González, en
particular, integrantes de una trama aislada de políticos chuscos. Es
todo parecido, de un cutre que tira de espaldas. Está pasando con la
última polémica en Andalucía, con la Fundación Andaluza Fondo de
Formación y Empleo (Faffe). De entrada, hay que tener mal gusto para
ponerle de acrónimo Faffe a un organismo público. Es un palabro
impronunciable y las iniciales de una banda, no de una fundación.
Resulta que la Guardia Civil está investigando si el responsable de este
ente, por llamarlo de alguna manera, utilizó la tarjeta de crédito para
pagar cursos de formación personalizados en un puticlub. Exactamente en
un puticlub, con todos los sitios que hay para poder formarse en
cualquier otra especialidad con más reconocimiento social. Y qué
justificación tan mala: con el calor del momento, se equivocó de
tarjeta.
Pero eso no es todo. La historia de la Faffe no hay
por dónde cogerla. Desde su puesta en marcha, alguien debió pensar que
la mejor manera de crear empleo era dándoselo a ellos mismos y aquello,
en vez de una fundación, se convirtió en una agencia de colocación que
llegó a tener a más de millar y medio de trabajadores, incluido algunos
dirigentes socialistas que perdieron el cargo y le encontraron acomodo
en el organismo. Cuentan los medios, citando un informe policial, que la
Faffe creó el que puede considerarse uno de los empleos más apetecibles
del mundo: un ex alcalde que, según el relato de sus propios
compañeros, cobraba por leer la prensa y dormir en el despacho. Ese es
un cambio de modelo productivo, el de no producir nada, y lo demás son
tonterías.
Por tener, la Faffe llegó a disponer de hasta de un
avión. No se alteren, no era el vehículo oficial de los jefes de la
Fundación. Se trataba de un aparato que les regaló Airbus para unos
cursos de formación especializados en aeronáutica. La Faffe fue
finiquitada después de que un informe del Tribunal de Cuentas advirtiera
que ni dos más dos sumaban cinco ni de cinco había que llevarse una. Y
con ello acabó el vuelo del avión, que quedó aparcado en una nave
industrial hasta que a alguien se le ocurrió un día preguntar por su
paradero. Como en Andalucía hemos sido siempre muy ocurrentes, el avión
-que, como es lógico, tras siete años de abandono no le quedaba un botón
que le funcionara- ha encontrado nuevo destino. Se le ha cedido al
ayuntamiento de La Rinconada para colocarlo en una rotonda, con el
sorprendente propósito de homenajear a la industria aeronáutica. Qué
destino final más metafórico: de servir para la formación de los
desempleados a permanecer parado el resto de su vida.
En La Casa de Papel, todos sus protagonistas
tenían un largo historial delictivo antes de que fueran fichados para el
gran golpe que iban a dar. Hay en la serie especialistas en butrones,
en informática, en armas e incluso en tener la cara muy dura. En
definitiva, unos auténticos profesionales en el arte de delinquir. Todo
lo contrario de lo que ocurre en la realidad española, en la que nos
roba ya cualquiera. Colocas a un cargo de medio pelo en una
administración y cuando te quieres acordar se ha llevado el tío hasta el
sillón donde se echaba la siesta. Y además lo hace con un nivel de
desvergüenza que provoca náuseas.
Además de grandes indecentes en puestos importantes,
caraduras que llegaron a tener cargos internacionales; banqueros con
sueldos millonarios y pensiones de infarto; empresarios que cambiaban
mordidas por adjudicaciones de obras; e incluso partidos que se
financian en B, la pillería en España nos ha llenado el paisanaje de una
insufrible colección de horteras. Tipos que colocan un Miró en un
cuarto de baño; que esconden el dinero en un armario de IKEA; que
ofrecen un "volquete de putas" para lograr el silencio de sus
compinches; que se van a París a comer langostas como si no hubiera un
mañana o incluso que acumularon ahorros para merendarse una vaca asá,
dentro de ese casi infinito etcétera de ordinarieces varias que harían
eterna esta columna.
No es sólo que hayan saqueado las arcas públicas,
es que lo han hecho provocándonos, además de indignación, auténtica
vergüenza ajena. Es la otra casa de papel, la de la fábrica nacional del
papel higiénico.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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