La Andalucía vacía
La
Andalucía vacía es un titular que he pillado prestado. Se lo he cogido a
Sergio del Molino, que hace un par de años escribió un ensayo magnífico
sobre una de las grandes hemorragias de este país, la despoblación. Su
libro se llama La España vacía y en él relata un viaje por un
fenómeno que se repite, pero ahora de forma casi inadvertida: los
humanos se están convirtiendo en una especie en extinción en demasiados
pueblos de la geografía española. Y eso está ocurriendo sin que,
aparentemente, le importe a nadie. O al menos, sin que se tomen medidas
para paliarlo.
Atajate es el pueblo más pequeño de la provincia de
Málaga. Tiene 167 habitantes, de los que apenas 37 son menores de 30
años. Hay un colegio, al que asisten 11 niños. Las localidades más
próximas para poder luego estudiar Secundaria son Cortes de la Frontera y
Ronda. Para desplazarse a la Ciudad de Tajo hay un autobús que sale
todas las mañanas a las ocho y vuelve a las dos del mediodía. Si lo
pierden, no hay ningún otro en todo el día. Tampoco los fines de semana.
El alcalde de Júzcar, el segundo pueblo más pequeño de la provincia de
Málaga con 226 habitantes empadronados, se llama Francisco Lozano y hace
apenas unos días lanzó una advertencia a quien quisiera escucharlo:
"Cerrar el colegio es convertir el pueblo en un desierto". En el colegio
hay ocho niños, que serán seis el próximo año. Dos de ellos pasan al
instituto y con ellos la posibilidad de cierre.
En las dos últimas décadas, 43 municipios de la provincia
de Málaga han perdido población. En algunos casos, entre el 25% y el
35% de sus habitantes. Esta provincia, como otras grandes zonas
geográficas de España, se ha partido en dos: un litoral, liderado por la
capital, con un incremento incesante y un interior que se va
deshabitando de forma silenciosa pero sin pausa. Es común en toda
Andalucía, en incluso aún más grave en provincias como las de Almería y
Granada. El fenómeno de la despoblación en el mundo rural amenaza la
supervivencia y la continuidad de cientos de pueblos. Lo advirtió
recientemente el presidente de la Federación Andaluza de Municipios y
Provincias (FAMP), a su vez presidente de la Diputación de Sevilla,
Fernando Rodríguez Villalobos, poniéndole cifras. En Andalucía existen
206 pueblos con menos de mil habitantes, lo que supone el 26,5% de los
778 municipios de la comunidad. En términos demográficos, mil habitantes
es el umbral por el que se considera que un pueblo está en peligro de
desaparición.
Es un hecho evidente que la mayoría de los pueblos
andaluces han experimentado un salto cualitativo en cuanto a mejoras de
equipamientos e infraestructuras, pero hay un problema en el que apenas
se ha avanzado: el empleo. La oportunidad de disfrutar de un puesto de
trabajo es el mayor pegamento que une a un ciudadano con su municipio.
Sin expectativas laborales, los jóvenes se marchan del medio rural. Y
ese fue, es y seguirá siendo, el principal causante del despoblamiento. A
partir del trabajo, una persona decide dónde vive. Y eso hace que se
mantengan las escuelas y crezcan los servicios.
Hasta ahora, las administraciones públicas han hecho
lo posible por mejorar los pueblos -en equipamientos educativos,
sanitarios y deportivos, también en materia de comunicaciones-, pero se
están mostrando incapaces de generar empleo. El PER no deja de ser un
parche para el sostenimiento de las economías del medio rural, pero con
nula capacidad de generar expectativas de futuro; y los Grupos de
Desarrollo Rural, de los que existen más de medio centenar en Andalucía,
tienen cierta capacidad para atraer pequeñas inversiones, pero ninguna
para lograr que grandes compañías apuesten por el campo. Quizás estas
políticas han servido, durante años, para que la Andalucía interior no
sufriera, de forma tan rápida, el despoblamiento que han vivido otras
comunidades españolas, pero las estadísticas demuestran que el abandono
ha sido un goteo silencioso y constante que amenaza ahora con dejar a
una parte de Andalucía casi vacía de habitantes. No es, sin duda, el
éxodo que se vivió entre las décadas de los 50 y los 70, pero sí un
asunto que debería estar, y no lo está, en un primer plano de la agenda
política de la comunidad.
En 2013, la Unión Europea ya alertó a España de que
debía tomar medidas ante este fenómeno generalizado. Poco después el
Gobierno decidió crear el denominado Comisionado para el Reto
Demográfico, a solicitud de los ejecutivos autonómicos en una
Conferencia de Presidentes. No se conocen muchas iniciativas o proyectos
que se hayan puesto en marcha por parte de este Comisionado, a pesar de
que en esa Conferencia hubo unanimidad en considerar que la
despoblación en España era un problema de Estado. En aquel 2013, en el
que Bruselas llamaba la atención al Gobierno por la situación, los
Presupuestos Generales del Estado eran un catálogo de recortes debido a
la crisis. En el Ministerio de Agricultura cayó sensiblemente el dinero
previsto para algunas partidas. Entre otras las destinadas a los seguros
agrarios, desarrollo rural, modernización de explotaciones y ayudas
para la instalación de jóvenes agricultores.
A la espera de que alguien se tome en serio este reto
demográfico, en Alpandeire, otra pequeña localidad malagueña de 246
habitantes, el Ayuntamiento dispone un día a la semana de un autobús
para que los vecinos puedan desplazarse a Ronda a realizar sus
operaciones bancarias. En Málaga, casi una veintena de municipios ya no
cuentan con oficina alguna. En Granada, son más de la mitad las que no
disponen de entidad de ahorro. Casi idéntico tanto por ciento que el
número de municipios que no alcanzan el millar de habitantes. En la
Andalucía que se va quedando vacía, los primeros que se largaron fueron
los servicios privados, mientras la tiesura que nos trajo la crisis
adelgazó las arcas de los pequeños ayuntamientos hasta dejarlos sin
recursos.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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