La Santa Hermandad del hincha
El artículo más famoso que escribió Gabriel García Márquez sobre el fútbol lo tituló El Juramento. Apareció en El Heraldo
de Colombia en la década de los 50 y contenía una maravillosa
descripción de este deporte y de sus aficionados en el día en que
decidió formar parte de lo que él mismo denominó "La Santa Hermandad del
hincha". Aficionado al Junior de Barranquilla, el escritor asistió al
estadio en una jornada sonada: el domingo en el que su equipo se
enfrentó al Millonarios.
Tras confesar que acudió al estadio temprano, "como
nunca en mi vida había llegado tan temprano a ninguna parte", García
Márquez describía la iniciativa que habían tenido con él dos amigos
convencidos de que podían convertirlo a esa religión dominical. Y
escribió: "El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que
estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que
durante toda mi vida había tenido algo de lo que muchas veces me había
ufanado y que me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del
ridículo". Con una maravillosa prosa, decidió relatar lo que le iba
sucediendo en el partido: "Ahora me explico por qué esos caballeros
habitualmente almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando
se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores. Es
que con solo ese gesto, quedan automáticamente convertidos en otras
personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva
personalidad".
Pocos hay, como los escritores de Latinoamérica, para
escribir tan bien de fútbol. Tengo predilección por Eduardo Galeano,
autor de un pequeño libro que es un gran homenaje a este deporte: Fútbol a sol y sombra
se titula. Es una colección de artículos que tienen como protagonistas a
todos y cada uno de los actores que participan de este espectáculo,
entre ellos a los hinchas más fanáticos. Y dice así: "El fanático es el
hincha en un manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por
echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca (…) En estado de
epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí
está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club
constituye una provocación inadmisible. El enemigo, siempre culpable,
merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse,
porque el enemigo acecha por todas partes".
Es muy difícil explicar lo que está ocurriendo en la
política en España sin leer a García Márquez o a Eduardo Galeano
hablando de los hinchas del fútbol. En estos dos relatos, allí donde
pone aficionados o hinchas pongan ustedes militantes o compañeros de
partido, que les saldrán unos personajes muy parecidos; y allí donde
leen un enfrentamiento en un estadio de fútbol, intenten visualizar lo
mismo pero en un debate en el Congreso de los Diputados, verán como
descubren que casi todo son semejanzas. La pérdida del sentido del
ridículo, la pertenencia a una hermandad, la negación de la razón, la
manía de ir contra la evidencia o la coincidencia en que el enemigo
siempre está en todas partes. Y todos, como calamar en su tinta, con la
gorrita de su partido anclada hasta las cejas.
En España se milita o se está a favor de un partido
político de la misma forma que se es hincha de un equipo de fútbol, con
una manifiesta incapacidad para ver los penaltis que hace su propio
equipo y una deslumbrante imaginación para ver falta en todas las
acciones del contrario. No ha sido fácil llegar a este punto. En este
país, los partidos siguen siendo instituciones escasamente democráticas
en su organización interna, donde se premia la adhesión más que la
discrepancia, las consignas frente a las ideas y, sobre todo, el
sectarismo. Por eso cuando más huyen los ciudadanos de la política, más
solos se están quedando los partidos con sus hinchas.
Hay demasiados votantes que actúan ante sus líderes
como si formaran parte de un club de fans, de ahí que la sola existencia
de un contrario constituya por sí sola una provocación inadmisible. No
encuentro otra forma de explicar el sinsentido que supone tener que
escuchar o leer la tropa de incondicionales que salen a justificar lo
injustificable cada vez que salta una polémica en su partido. Son tantos
los ejemplos que necesitaría un libro para enumerarlos, pero bastaría
con echar un vistazo a los más recientes. Provoca hilaridad releer las
declaraciones de políticos del PP alardeando de la legalidad del máster
de Cifuentes o los tuits de dirigentes de Podemos apelando al "mundo
contra ellos" por la casa de Iglesias y Montero.
Militar en un partido político no es servir en una
guerra con vocación de soldado, ni los partidos santas hermandades de
hinchas, porque ni el enemigo es siempre culpable ni hay que retorcerle
el pescuezo a nadie. A veces, sin embargo, ocurre el milagro. Y en medio
de los gritos de apoyo de la enfervorecida hinchada, aparecen algunos
aficionados -desde el fondo sur del estadio- que ven algo que sus
compañeros han sido incapaces de detectar: que ha sido el líder del
equipo el que se ha metido un gol en su propia portería. Con todo, nada
comparable a ser, actualmente, un fanático de la Santa Hermandad del PP.
Eso sí que tiene tragaderas. La del hincha que defiende a su equipo en
medio de un trasiego de maletines.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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