La estabilidad y el coste diario del kilo de moción de censura





De la misma forma que las personas necesitamos del oxígeno para respirar; los mercados financieros, que son mucho más importantes que las personas, necesitan de una cosa que se llama estabilidad. De ahí que, puestos a elegir, entre poder respirar sin verse uno obligado a taparse la nariz por tanto hedor o tener estabilidad, nos digan siempre que la importante es la estabilidad. Lo descubrimos hace dos años con los retrasos en la investidura del Gobierno de Rajoy y nos lo han vuelto a recordar estos días con la moción de censura que sucedió a la sentencia de la Gürtel. 

Según las leyes macroeconómicas, que también son mucho más importantes que las jurídicas, cuando una sentencia asegura que un partido político mantiene desde el año 1989 una contabilidad B en sus cuentas, parece ser que lo importante es no hacer nada, no sea que cualquier cambio moleste a los mercados, venga la inestabilidad con su prima, la de riesgo, y se desplome la Bolsa. Estas cosas también las aprendimos los españoles hace dos años. Exactamente nos enseñaron que no debíamos nunca poner nerviosos a los mercados, tan sensibles como son ante cualquier cambio político. Y ahora, por si lo habíamos olvidado, nos lo han recordado a diario. 

Los mercados y, especialmente, la prima de riesgo, es una gran fuente de enseñanza que nos advierte de lo esencial frente a lo accesorio. Cuando un fallo judicial dice que Correa y el Partido Popular tejieron en España un "auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional a través de mecanismos de manipulación de la contratación pública central, autonómica y local, a través de su estrecha y continua relación con influyentes militantes de dicho partido", la prima de riesgo no sube. Porque la prima, la de riesgo, está en lo esencial. Y lo esencial es que el Gobierno de ese partido acababa de sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y suspenderlos ponía en riesgo la recuperación económica. 

Se atribuye a un economista británico de principios del siglo XIX, J.R. McColluch, el origen de un viejo chiste sobre el único requisito que necesita un loro para ser economista político. Más que un requisito, se trataba de aprender una sola frase: "Oferta y demanda, oferta y demanda". Si en vez de economista, el loro del chiste quisiera ser actualmente presidente de Gobierno, le resultaría aún más fácil el esfuerzo. Bastaría con que repitiera continuamente y sin parar: "Estabilidad, estabilidad, estabilidad…" Es el mantra de los tiempos que vivimos. 

Desde que el PSOE anunció la moción de censura, los loros de McCulloch, correctamente entrenados, no se cansaron de repetir el mismo mantra: "La Bolsa cae, la prima de riesgo sube y España está perdiendo la confianza de los mercados y la estabilidad". El argumentario tiene bemoles, ya que se trataba de sostener que una moción de censura nos costaba dinero y tiraba por tierra todos los sacrificios que hemos hecho los españoles, mientras que la corrupción por lo visto debe salirnos gratis. Pero claro, a ver cómo le explicamos lo contrario a los mercados si hasta han sido capaces de darnos cifras de lo que nos iba costando, en millones de euros, el kilo diario de moción de censura. 

Del precio que un país paga por la corrupción también existen cifras, pero esas no tienen importancia ni para los mercados ni para la estabilidad. Además son datos siempre aproximados, ya que la gente que mete la mano en las arcas públicas no suele ponerlo luego en la declaración de la renta. Tampoco los sinvergüenzas que se llevan el dinero a Suiza o a un paraíso fiscal comunican al Estado las cifras de lo extraído para que podamos equilibrar la balanza comercial, al tratarse de grandes exportaciones. En concreto, de grandes exportaciones de dinero público. 

Este país se jodió el día que los políticos decidieron que los asuntos de corrupción, asociados a las arcas públicas, sólo se dirimían en los juzgados, dejando también en manos de los jueces las responsabilidades políticas que todo dirigente debe asumir ante cualquier acto de indecencia que cometa alguien en su filas. No digo nada, si es el propio partido político el condenado por estas prácticas. Como todo era susceptible de empeorar, hemos asistido estos días a un debate endemoniado: mandar a freír puñetas la ética política y la decencia pública, porque esos valores -como atributos del ser humano- ni cotizan en bolsa ni dan estabilidad a los mercados. 

Todo era mucho más fácil. Y hasta un loro normal y corriente lo hubiese repetido en media frase. Cuando en política se mete la pata o la mano, se dimite. Y eso igual no da estabilidad a los mercados, pero eso es la esencia que debe regir la acción de Gobierno de cualquier dirigente en cualquier democracia. Una fórmula universal, la de la decencia, que sirve para todos, incluido al nuevo Gobierno en sus acciones, en sus omisiones, en los compromisos anunciados -entre ellos el de convocar unas elecciones en un tiempo razonable- y en los escondidos, si los tiene. Pero, sobre todo, en hacer lo que ha dicho que va a hacer y en no hacer lo que ha dicho que no va a hacer. 

Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.

 

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