La política y el estado de ánimo







La vida sigue, desde los tiempos de Julio Iglesias, con unos que vienen y otros que se van. Y mientras eso sucede, la felicidad se empeña en ir cambiando de barrio. La felicidad es consecuencia siempre de un estado de ánimo. Y la política cambia, siempre, por un estado de ánimo. Por eso mientras en el PP se suceden los días de luto, en el PSOE se festejan los ministros de Pedro Sánchez como si se tratara de fichajes de un club de fútbol. Cada hora, un anuncio y un puñado de vítores. Y así hasta que el miércoles se presentó la plantilla completa. Nunca se configura un equipo del gusto de todos, pero hay cierta unanimidad en considerar que le ha quedado a Sánchez un Gobierno "bonito", en expresión de varios analistas. 

El principal mérito de Sánchez es haber convencido a un nutrido grupo de cualificadas personas para que lo acompañen en un Gobierno que ni tiene fecha definida ni demasiadas garantías de éxito como consecuencia de su debilidad parlamentaria, pero que ha supuesto una bocanada de aire fresco que ha sido agradecida por muchos. Mediáticamente no es que se haya cambiado de Gobierno en España, es que parece que se ha cambiado de siglo. Con tantos inconvenientes, el nuevo presidente ha logrado un ejecutivo muy aseado, cargado de expertos en las distintas materias y que ha sorprendido a propios y a extraños. Casi todo en el ejecutivo suena bien, que no es un mal punto de partida. Ahora se trata de gobernar, que suele ser más difícil que nombrar, sobre todo cuando apenas se dispone de 84 diputados como sustento. 

Parece evidente que Sánchez quiere desde el Gobierno pegarle un impulso al PSOE para darle la vuelta a las encuestas y, cuando los números le salgan, convocará elecciones. Es ahora quien tiene el decreto de la convocatoria por el mango. También parece obvio que ha hecho un Ejecutivo para media legislatura, con la intención de que repitan la mayoría en la siguiente. No le será fácil, pero ha logrado algo inmediato: quitarle ese carácter mortecino y de tristeza a la situación política en España. La cruda realidad será otra cosa. De momento poco previsible, ya que todo está sucediendo a una velocidad de vértigo. 

La política es, esencialmente, un estado de ánimo. Y revertir ese estado de ánimo en un partido, e incluso en una parte de la sociedad, es el mayor logro al que puede aspirar un dirigente político. Sánchez cambió el ánimo de los militantes del PSOE, que habían abandonado las sedes de su propio partido y llevaban años de espaldas a sus dirigentes, en las primarias contra Susana Díaz y eso le llevó a la victoria. La moción de censura con la que ha alcanzado la Presidencia y su nuevo Gobierno, ha provocado algo similar, que haya gente que considere que hay otras formas de hacer las cosas y les haya levantado el ánimo. El ánimo se basa esencialmente en expectativas y aunque es mucho más difícil levantarlas que frustrarlas, durante un tiempo te ofrece unas magníficas alas con las que volar. El partido político Ciudadanos llevaba meses en España disparado en las encuestas agarrado únicamente a un estado de ánimo. 

El nuevo presidente del Gobierno es un político descarado que se ha salido del libreto. Cometió, según muchos, el disparate de enfrentarse a todo el mundo para intentar un imposible. Ganar unas primarias en su partido contra todo y frente a todos; y afrontar luego un segundo imposible, alcanzar la presidencia de un Gobierno de la noche a la mañana con los cañones de Navarone disparándole desde todos los frentes. Se le podrá criticar muchas cosas, pero no su empeño -cabezonería, si quieren- en cambiar una normalidad que dejó de ser normal hace bastante tiempo. 

Sánchez tiene como único respaldo una fragilísima mayoría parlamentaria, pero ha logrado en unos días algo más imperceptible pero más importante: un estado de ánimo, muy generalizado, a favor de que este país precisa de cambios y que ahora son posibles. Y son muchos los ciudadanos que reclaman un reseteo, con él en La Moncloa o quién esté a partir de ahora; sea con el PSOE o sea con cualquier otro partido. España, tan ocupada en salvar la economía, lleva años lastrando dos problemas esenciales, una sensación ciudadana de que las instituciones que les representan han perdido su capacidad de transformar y mejorar la sociedad en la que viven; y una gran desafección hacia los principales actores que lo deberían hacer posible, que no son otros que los partidos políticos. Poner fin a esa dinámica es responsabilidad de todos, no solo del nuevo Gobierno o del que venga después. 

Todos los partidos que apoyaron a Sánchez, e incluso los que no le otorgaron el voto de sus diputados, coincidieron en señalar que Rajoy, el candidato del partido más votado en las últimas elecciones, debía salir del Gobierno tras la sentencia por corrupción de la trama Gürtell. Como esa fue la razón esencial y la base de la moción de censura, esa es también la mayor exigencia para el que llega: la decencia y la pulcritud en el manejo de cada céntimo que gaste de las arcas públicas. Eso es lo esencial, pero conveniente también sería que, durante el tiempo que dure en el cargo, ventile todas las habitaciones de las instituciones del Estado para que entre aire fresco. Aunque sólo sea para que pueda proclamar, el día que tenga que irse, que deja un país donde se respira un poco mejor que cuando llegó. Y es que una buena ventilación y una bocanada de aire tienen una enorme capacidad para cambiar los estados de ánimo. 


Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell. 

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