Dos bodas y un funeral
La última vez que un partido político logró alcanzar la mayoría absoluta en unas elecciones
en Dinamarca fue en el año 1909. En los últimos comicios, que se
celebraron en junio de 2015, hasta diez formaciones políticas obtuvieron
representación en el Parlamento. Dinamarca vive desde hace más de un
siglo con normalidad la pluralidad de partidos en sus instituciones y la
estabilidad viene, en la mayoría de las veces, por un denominar común,
la agrupación por un lado de las fuerzas de izquierda y centro
izquierda; y, de otro, las de derecha y centro derecha. Ambos bandos
están liderados por dos partidos políticos prominentes que, sin embargo,
nunca alcanzan el 25% de los sufragios.
Cuando la candidata de Adelante Andalucía, Teresa Rodríguez, anunció en la recta final de la campaña electoral,
que “quede quien quede por encima en estos comicios, la norma de la
próxima legislatura es que tenemos que ser nórdicos a la hora de hacer
política”, estaba diciendo algo de cajón. Que Andalucía, como también
España, va a precisar de una nueva forma de gobernar, donde los pactos o
los acuerdos puntuales deberán ser la norma frente a décadas de
mayorías absolutas que ya no existen. De ahí que sean cuales sean los
resultados de esta noche, Andalucía va a tener una legislatura incómoda,
porque de las urnas saldrá un Gobierno incómodo –sea cual sea ese
ejecutivo– que precisará de un socio de investidura o de Gobierno que
también estará incómodo.
La incomodidad debería ser el estado natural de un
político responsable. Un dirigente debe sentirse incómodo en su sillón,
ya que cuando se acomoda mucho lo cree suyo y para siempre. Andalucía
es un ejemplo de ello. Para que un partido esté cerca de cuarenta años
gobernando de forma ininterrumpida y otro perdiendo las elecciones de
forma también casi ininterrumpida en ese mismo periodo de tiempo, se
tienen que dar dos circunstancias: que el primero haya estado muy cómodo
en el Gobierno y el segundo más cómodo todavía en la oposición. No es
posible una cosa sin la otra.
El dilema del erizo es una parábola que escribió Arthur Schopenhauer
en 1851. Trata de un grupo de erizos que, para combatir el frío,
deciden buscar la proximidad corporal entre ellos. El problema es que
mientras más se acercan, más dolor les causan las púas del otro; a la
vez que, cuanto más se alejan, más frío tienen. El filósofo alemán
cuenta que los erizos se ven obligados a ir cambiando la distancia hasta
que encuentran lo que denomina como separación óptima, que no es otro
que la más soportable entre ellos. Ni que decir tiene que la
gobernabilidad en Andalucía para los próximos cuatro años se va a
dirimir por el dilema del erizo.
Apenas hay una certeza del previsible resultado de esta
noche, que todos necesitarán el apoyo de otro, ya sea para lograr la
investidura o para acordar un Gobierno. Y acabe el asunto en boda o lo
haga en matrimonio de conveniencia, se terminarán cerrando incómodas
alianzas aunque se nieguen acuerdos. Para algunos el dilema será a cara o
cruz. Es el caso del candidato del PP. O Juanma Moreno
consigue los escaños suficientes para que la suma con Ciudadanos les
otorgue a ambos la mayoría en el Parlamento o, políticamente hablando,
en esta misma noche del recuento se celebrará el sepelio del quinto
aspirante de los populares a presidir la Junta en cuatro décadas, tras Antonio Hernández Mancha (AP), Gabino Puche, Teófila Martínez y Javier Arenas.
Todas las aspiraciones del centro derecha en Andalucía pasan porque sea
posible celebrar una boda entre ambos. Si los números no dan, ni habrá
boda ni convite; uno de los miembros de la pareja tendrá que abandonar
el que ha sido su hogar en los últimos tres años y medio; mientras el
otro, estará en disposición o no, de volver al enamoramiento anterior.
Le guste o no que se lo recuerden a Ciudadanos, su relación con el PSOE
en esta legislatura igual no ha sido de matrimonio, pero nadie puede
tener dudas de que han funcionado como una pareja de hecho.
A pesar de que todos dan por segura la victoria del PSOE,
las elecciones andaluzas están más abiertas de lo que parece. Las
cábalas planean sobre una certeza y varias incógnitas. La certeza es la
victoria del PSOE, pero sin mayoría absoluta.
Y, a partir de esa premisa, las incógnitas son diversas. De un lado,
que la boda de Ciudadanos y PP alcance la mayoría del Parlamento. De
otro, que no sea suficiente, pero que sumen más escaños juntos que el
PSOE. Y finalmente, que el PSOE sume más diputados que la suma de
Ciudadanos y PP. Sobre la primera posibilidad, ya les he ofrecido el
horizonte: trato o muerte.
Sobre los dos últimos casos, se abre más el abanico: que el PSOE intente recuperar el amor que se le rompió con Ciudadanos
de tanto usarlo, algo difícil a tenor de lo dicho; o que busque un
matrimonio de conveniencia con Adelante Andalucía en el que uno consiga
la investidura y el otro la presidencia del Parlamento. Y, tras ello, a
pelear cada iniciativa en la cámara. Teresa Rodríguez quiere ser nórdica
en política, pero primero tendrá que resolver el dilema del erizo:
hasta dónde establece un grado de separación óptima para que no le
duelan las púas. Es la única otra boda posible, ya sea de conveniencia o como pareja de hecho.
De ahí que, de todas las opciones posibles e, incluso de
las casi imposibles, una es la peor: repetir las elecciones porque no
haya manera de formar gobierno. Ese sería el funeral.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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