La sangre no hace buena tinta
El pasado
lunes, apenas unas horas después de que la Guardia Civil confirmara que
el cadáver encontrado a cuatro kilómetros de la localidad onubense de El
Campillo era el de la joven Laura Luelmo, el delegado del Gobierno en Andalucía, Alfonso Gómez de Celis, acudió a la entrega de los premios Malagueños de Hoy del diario Málaga Hoy.
Contó que hasta casi el último minuto se pensó si asistía o no al acto,
pero al final decidió cumplir con el compromiso que había adquirido y
estuvo. En su intervención intentó contar algo difícilmente narrable: el
dolor que había provocado en la familia de Laura
un hecho tan trágico como la muerte de su hija. Por eso, trasladó,
primero a los periodistas, y luego a todos los asistentes, un deseo. Que
fuéramos extremadamente escrupulosos con la información y con los
detalles que íbamos a ofrecer en nuestros medios de este trágico
asesinato.
Lo pidió porque aseguró que se lo habían pedido a él los
padres de Laura Luelmo. Sus familiares reclamaron tener un conocimiento
al minuto por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de
todo lo que le había sucedido a su hija, tanto de los hechos, como del proceso de investigación,
para no tener que enterarse por los medios de comunicación de nada que
no supieran ya. En el periodismo hay una pregunta constante, de la que
todos sabemos la respuesta, pero que se incumple de manera reiterada:
¿Qué debe hacer un periodista ante el dolor? No es tan complicado, nos
hemos dado códigos deontológicos que lo dejan muy claro y extraigo, de
uno de ellos, una posible respuesta: En el tratamiento informativo de
los asuntos en que medien elementos de dolor o aflicción en las personas
afectadas, el periodista evitará la intromisión gratuita y las
especulaciones innecesarias sobre sentimientos y circunstancias.
La sangre no hace buena tinta fue el título de una conferencia que ofreció el periodista Alfonso Armada
hace algunos años en un curso organizado por la Federación de
Asociaciones de Periodistas de España que se llamaba El periodista ante
el dolor. Con ese mismo título Francisco Gor,
que fue defensor del lector en el diario El País, se hacía otra
pregunta crucial en un texto donde analizaba este asunto. ¿Cómo
compaginar el deber de informar en situaciones de dolor con el respeto
de los derechos de las personas que las protagonizan en circunstancias
tan extremas para ellas? Gor lo tenía claro en sus argumentos. No se
trata, decía, de ocultar la realidad informativa del dolor, sino de
respetar a las víctimas, siendo extremadamente rigurosos y exactos en la
elaboración de contenidos relacionados con ese hecho trágico.
Las hemerotecas están llenas de mal periodismo.
Y especialmente, de mal periodismo en situaciones de dolor. Algunas muy
malas crónicas he leído estos días sobre lo sucedido alrededor de la
búsqueda de Laura Luelmo, pero no ha sido eso lo más grave. Han sido
peores muchos de los comentarios que se sucedían detrás de las
informaciones. El asesinato de Laura Luelmo, como otros asesinatos
anteriores, tiene una enorme capacidad para arrancarnos lo peor a cada
uno de nosotros. Más aún, cuando a las horas se detiene a un individuo
como presunto autor del crimen que reúne casi todos los estereotipos que
podríamos atribuir a una mala persona, por no escribir otras cosas.
Aquí en el periodismo, ya no hay medias tintas. Y menos todavía, en la
política. A la mañana siguiente, unos sacaban la bandera de la prisión
permanente revisable para darse con ella en la cabeza los unos a los
otros, sin que nadie haya levantado la voz sobre un sistema carcelario que debe buscar la reinserción y que tantos ejemplos ofrece de lo contrario.
Todos, y yo el primero, hemos sentido en primera persona
la ira que nos produce que un tipo que había asesinado a una mujer de 88
años de edad, con otra condena por robo e intimidación, estuviera en la
calle, presto para cometer otro asesinato.
Y pocos somos capaces de repetir públicamente lo que nos hemos dicho en
nuestro adentro cuando hemos visto publicada la foto del detenido. Pero
esa nuestra mala hostia, sólo nos justifica ante este trágico suceso. Y
suman ya tantos.
El problema es mucho más hondo. A las pocas horas de que
transcendiera la aparición del cadáver se hizo viral por las redes
sociales una felicitación de año nuevo que, acompañada por un dibujo de
una mujer y una adolescente, decía textualmente: “Por un 2019 en el que cada niña y mujer que sale de su casa, vuelva sana y salva”.
Quizás como muchos de ustedes, yo también la colgué en mi muro de
Facebook. La segunda persona que escribió un mensaje sobre esa foto
puso: “Es terrible tener que pedir esto”. Lo es. Absolutamente terrible.
No tengo capacidad alguna, más allá de sentir una enorme
pena, de hacerme a la idea de lo jodido que puede ser este mundo para la
familia de Laura. Una joven profesora de 26 años que consigue, con
ilusión, un contrato para sustituir una baja en un colegio. Decide
trasladarse a cientos de kilómetros para enseñar plástica a unos
alumnos. Se instala en una casa que le alquila una compañera. Lleva
apenas poco más de una semana y decide salir a dar un paseo o a correr a
las cuatro de la tarde por las inmediaciones de donde se alojaba. Y en
el camino pierde la vida. Es asesinada. ¿Y saben cuál fue el único
motivo del asesinato? Que Laura era una mujer.
La detención del asesino confeso puede resolver este
crimen, pero Laura y todas las mujeres que han muerto a manos de la
violencia machista, se merecen algo más. ¿Qué debe hacer una sociedad
ante tanto dolor y miedo? ¿Qué debe hacer el periodismo?
Lo primero, recordar que la sangre no hace buena tinta. Lo segundo, que
apelar a las vísceras no hace buena política. Y lo esencial, insistir
en que tenemos un problema mucho más profundo que requiere de educación,
de un cambio sustancial en la sociedad y de un convencimiento: es
inasumible que las mujeres, por el hecho de serlo, no puedan disfrutar
del mismo espacio de libertad personal que el hombre por miedo a que las
maten.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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