Los pelotas

La mayoría de los casos de corrupción que están saliendo en España serían imposibles sin los pelotas. En un país sin abrazafarolas nunca hubiera ocurrido una historia como la del Instituto Nóos, un chiringuito creado por el yerno del Rey que se infló a recibir subvenciones de las principales Administraciones públicas ofreciendo servicios más que discutibles. Si detrás del Instituto Nóos en vez de Urdangarín hubiera estado cualquier otra persona, difícilmente las comunidades de Balearas y Valencia les hubieran hecho entrega de seis millones de euros para promover foros deportivos, por citar sólo un ejemplo. El negocio de Urdangarín y su socio Diego Torres no es más que un enorme caso de aprovechamiento económico del peloteo real. Y no me estoy refiriendo al auténtico.

 También la trama Gürtel, en sus distintas ramificaciones, fue posible gracias al trabajo coordinado de una sucesión de pelotas. Correa les bailaba el agua a los consejeros y alcaldes de la Comunidad de Madrid; el Bigotes les hacía la rosca a los de la Comunidad Valenciana; Camps le daba coba a Urdangarín en Valencia y Jaume Matas le echaba flores en Baleares. El mérito de Correa fue lograr una conjunción planetaria de aduladores con dinero público, amigos del alma y pelotas. Las conversaciones telefónicas grabadas a la trama Gürtel son todo un ejemplo del dominio del peloteo a nivel de Primera División.

Hacer la rosca, bailar el agua, dar vaselina, echar flores o dar coba no son más que fórmulas para fingir admiración hacia una persona, normalmente de rango superior, a base de halago y adulación, con el objeto de conseguir algo de él. ¿Qué hay detrás de la actual actitud de Bárcenas? Esencialmente, que el extesorero del PP se quedó sin aduladores. Bárcenas descubrió un día que no había nadie que le elogiara, que huían de él como de la peste y que su cohorte de pelotas lo dejaban de lado. Lo suyo, lo de ahora, es despecho. Una consecuencia de la soledad del repartidor de prebendas. A él, que llegó a tener despacho sin tener cargo, secretaria sin tener oficina y pagos de las cuotas de la Seguridad Social sin tener contrato, lo quisieron largar de malas maneras. Sin que nadie le hiciera la pelota como antes. Como hasta anteayer mismo.

Cuando un dirigente político se enfrenta a un caso de corrupción salen un montón de aduladores a apoyarlo. Pero el día que desaparecen los pelotas, ese día acaba todo para él y empieza un proceso para borrarlo de la memoria. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer decía que cada persona tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa. Y está claro que a nadie le interesan ahora los recuerdos vividos con Bárcenas, Urdangarín, Correa, Guerrero, Matas o tantos otros personajes que un día, no hace demasiado tiempo, no daban un paso sin una cohorte de pelotas a su alrededor. La pérdida de los aduladores es el primer síntoma del descenso social. El segundo, pasar a la condición de apestado. Los presuntos corruptos de hoy fueron, en su día, grandes acumuladores de elogios. Ahora malviven en las portadas de los medios de comunicación y en los sumarios judiciales, rechazados por muchos de los abrazafarolas que competían por ver quién era capaz de decirle el halago más sonrojante.

El peloteo institucional y político es un grave problema de este país. El debate sobre el estado de la nación ha sido un buen ejemplo de ello. Es imposible entender, para cualquiera que no sea ellos mismos, los aplausos de los diputados a sus líderes en el Congreso hablando de la situación de un país con seis millones de parados y cuyas instituciones están achicharradas por la corrupción. Por eso muchos de ellos, más que representar a los ciudadanos, parecían formar parte de un gran club de palmeros, gente capaz de reírle todas las gracias al líder cuando este daba cuenta en sede parlamentaria de todas nuestras desgracias.

@jmatencia  Los pelotas

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