El año de la salchicha


El periodista Steven Adolf, corresponsal en España del diario holandésDe Volkskrant, ha escrito un libro sobre los emigrantes españoles que salieron del país en los años 60 en busca de trabajo. Entre las historias que recoge, figura de la un gaditano llamado Antonio Ríos que emigró a Ámsterdam con lo único que tenía, una maleta de cartón y el certificado académico de la mayoría de los pobres de entonces: el analfabetismo. Cuenta este inmigrante que durante las primeras semanas comía carne en lata para ahorrar dinero. Y le gustaba. Hasta que un día el carnicero le preguntó que cómo estaba su perro. No tengo perro, le contestó. ¿Entonces las latas para quién son?, insistió. “Madre mía”, reaccionó Antonio. Durante todo ese tiempo había comido carne para perros.

Recuerda el corresponsal que muchos, al igual que Antonio, nunca habían salido antes de su pueblo y llegaron a un país con horarios y costumbres muy diferentes. Reclamados como mano de obra barata por la floreciente industria holandesa, vivían hacinados en campamentos o pisos compartidos que no tenían ni ducha. En 1963, en una de las minas donde trabajaban estos españoles, convocaron una huelga salvaje porque después de terminar la jornada laboral, en el campamento, en vez del jamón que le prometieron para cenar, les daban una salchicha. Rebelarse era una condición indispensable en un trabajador ante los abusos.

Adolf fue entrevistado por este periódico con motivo de la aparición de su libro. En el encuentro se le cuestionó por la situación actual de España y dijo que le sorprendía que este país aún siguiera manteniendo el savoir vivre, a pesar de las dificultades, y que los ciudadanos “no exijan responsabilidades políticas”. El actual Gobierno de Rajoy llegó al poder prometiéndonos jamón y nos endiña cada día las salchichas que cocina la Alemania de Merkel, pero a diferencia de lo que ocurrió con aquellos españoles analfabetos de hace 50 años, los florecientes ciudadanos que hemos nacidos en democracia, cultos y preparados, estamos tragando con ruedas de molino y apenas exigimos responsabilidades por esta gran estafa diaria.

En este año de tropelías, corrupciones y sinvergüenzas de las más diversas índoles, el mejor diagnóstico sobre la causa de lo que está ocurriendo en España lo ha hecho un periodista holandés desde la distancia: los españoles no exigen responsabilidades a sus políticos, pero seguimos resistiendo como si no pasara nada. “Vivimos en un país tan raro que ni nos sorprende que registren la sede del partido del Gobierno. Lo que nos asombra es la tardanza”, decía el otro día una periodista en las redes sociales. La guardia civil sale cargada de documentos de la sede del PP, a la misma hora que los miembros del Gobierno del PP entraban en la reunión del Consejo de Ministros, con la normalidad de un día cualquiera. La de no ofrecer nunca explicaciones por nada.

Los registros en la sede del PP y en las oficinas de la UGT en Andalucía han sido el colofón a este año que hemos vivido indignadamente. Para rematar, este desastre moral saltó también la imputación de los responsables de la patronal andaluza, lo que pone en entredicho 20 años de Concertación Social en Andalucía con un gasto total de 128.000 millones de euros para políticas de empleo con un resultado espectacular: 37% de tasa de paro en la comunidad.

Alguien dijo que el aguante de los ciudadanos es una amnistía para los responsables políticos y que nada cambia desde la resignación. Demasiadas cosas que han sucedido este año han sido insoportables. La mayoría de vergüenza ajena. Por eso hay que exigir responsabilidades políticas, una vez y otra. Y, luego otras tantas veces más. Nos están dando salchichas cuando nos prometieron jamón, y como no andemos listos nos colocan la carne de perro en lata. Y en contra de lo que le ocurría al inmigrante gaditano, nosotros sí sabemos leer lo que pone en el envase. @jmatencia

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