Los sindicatos y la reputación

Todos los avances sociales han sido siempre arrancados a dentelladas. Desde la revolución industrial, los trabajadores tuvieron que pelear por cada mínima mejora de sus condiciones de empleo. Y no hubo nunca ni un único derecho que no se consiguiera por la lucha de los obreros en cada una de sus fábricas. Fueron los levantamientos de los trabajadores los que acabaron con la esclavitud en las colonias africanas de los países europeos; fue la Asociación de Trabajadores de Inglaterra la que elaboró en 1836 la denominada Carta del Pueblo, exigiendo el voto universal y secreto; y fue el 1 de mayo de 1886 cuando una huelga obrera paralizó Chicago para reclamar la jornada laboral de ocho horas, en un conflicto que acabó en un juicio contra cinco trabajadores, cuatro de ellos condenados a la horca y un quinto que se voló la cabeza en su celda.
El movimiento sindical en el mundo nació en el siglo XIX y fue la respuesta al empeoramiento de las condiciones de trabajo que surgió de la revolución industrial. En esa época, las clases sociales se redujeron a dos: la trabajadora y la capitalista. Y como reacción ante la explotación laboral, surgieron los movimientos obreros y se gestaron las primeras organizaciones del proletariado. La historia es tan larga que sería de ilusos resumirla en estas líneas, pero la conclusión es única: los avances sociales alcanzados para mejorar las condiciones de empleo desde que el mundo es mundo se han logrado por la unión de la clase trabajadora.
Cuestionar la lucha sindical y los sindicatos no es que sea un error mayúsculo, es además un sinsentido. La actual crisis económica amenaza con llevarse por delante derechos sociales que costaron sangre, sudor y lágrimas, por eso los sindicatos vuelven a ser tan necesarios como en aquella revolución industrial. El cambio que estamos viviendo es tan doloroso como aquel que sufrió la vieja Europa en el siglo XIX: la falta de empleo por la entrada de las máquinas y el empeoramiento de las condiciones para los que trabajaban.
Una vez dicho esto, resultan dolorosamente vergonzantes las informaciones que llevamos meses leyendo sobre las supuestas irregularidades en el uso de subvenciones a la UGT en Andalucía, a lo que hay que añadir la participación de antiguos dirigentes en la escandalosa trama de los ERE fraudulentos. UGT decidió escudarse en una supuesta campaña mediática contra este sindicato cuando empezaron a salir las primeras informaciones, pero la realidad de las denuncias abruma desde hace tiempo. De confirmarse, tan siquiera una pequeña parte de las irregularidades, estaríamos ante un escándalo mayúsculo: el dispendio y el mal uso de dinero público que tenía que ser utilizado para la formación de los trabajadores y que, presuntamente, sirvió para pagar congresos, cuchipandas de feria y otras celebraciones.
UGT en Andalucía había decidido retrasar hasta enero del año que viene la convocatoria de un comité extraordinario para analizar la situación. La reunión llega tarde y se convoca más tarde todavía, cuando las presuntas irregularidades han achicharrado ya al sindicato, en su credibilidad y en su reputación. La reacción es tardía y las explicaciones pocas y torpes. Era evidente que el secretario general de la UGT en Andalucía, Francisco Fernández Sevilla, no iba aguantar hasta enero y presentó su dimisión. Con todo, el asunto no se va a solucionar con su marcha. Se ha jugado con fuego con los cursos de formación y también con esa concertación social tan bien retribuida por la Junta a sindicatos y empresarios, pero tan poco eficiente para la creación de empleo. Resulta descorazonador que en este país con tantas de sus instituciones en decadencia y con el creciente desapego ciudadano hacia la clase política, haya que leer informaciones sobre las actividades y los usos de algunos dirigentes sindicales que causan vergüenza ajena. @jmatencia

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