Un pleno no es la Santa Biblia

CUENTAN que el que fuese alcalde de Torremolinos, Pedro Fernández Montes, se dirigió un día a los grupos de oposición en un pleno para que expusieran las iniciativas que llevaban a la sesión. Fernández Montes, con su particular forma de entender la democracia, lo hizo bajo un lapidario prólogo: "Expongan sus mociones para que puedan ser rechazadas". En Torremolinos, en los tiempos de este ex alcalde popular, las mociones de la oposición se sacudían como las moscas: de un plumazo. Ni que decir tiene que Fernández Montes no era el único. Durante décadas, demasiados responsables políticos en muchas instituciones públicas gestionaron sus mayorías absolutas con la técnica del denominado rodillo, esa suerte de modelo de gestión que parte de una premisa insostenible en términos democráticos: a la oposición, ni agua. Por poner otro ejemplo de libro: las décadas de gobiernos mayoritarios del PSOE en la Junta, donde la oposición, no es que no lograra casi nunca que se aprobara una propuesta suya, es que tenía serias dificultades para que, al menos, se incluyera en el orden del día para votarla. Tan asumido lo tienen, que hasta en este legislatura lo están intentando en minoría.

El gran cambio político en las instituciones españolas se ha producido este año en las elecciones municipales y autonómicas. Incluso se vislumbra también para las próximas generales. Se trata de la ausencia de mayorías absolutas, consecuencia de la pérdida de apoyo de los dos grandes partidos que se han ido simultaneando en el gobierno de las instituciones durante la mayor parte de la democracia: PSOE y PP. Un nuevo tiempo de gobiernos en minoría, para el que muchos dirigentes están demostrando escasa experiencia. Tanto desde el Gobierno como desde la oposición. Gestionar en minoría nunca ha sido fácil, como tampoco lo es hacer oposición desde la mayoría. Sobre todo cuando se viene de años viviendo lo contrario. En el caso del gobierno, haciendo de su capa un sayo y ninguneando al contrario. En el caso de los grupos de oposición, dando igual la propuesta que hicieran, ya que sabían que no se iba a aprobar.

Quizás un buen ejemplo de todo lo que les estoy contando está ocurriendo en el Ayuntamiento de Málaga, donde en los plenos municipales se están produciendo algunas situaciones esperpénticas. En la última sesión del Consistorio de la capital, la nueva concejala del PP Elvira Maeso estaba desgranando las inconvenientes económicos de una propuesta de Málaga Ahora para reducir el precio del autobús a distintos colectivos de la ciudad, cuando de pronto le interrumpió el alcalde, Francisco de la Torre, para hacerle una pregunta: "Si decimos que no, ¿va a salir el no, o nos vamos a quedar solos votando no?". Y la concejala, convencida de que el equipo de gobierno no contaba con apoyo alguno, decidió cambiar de argumentario y apoyar la iniciativa.

Desde el inicio de este mandato, De la Torre y su equipo de ediles están gobernando con el complejo a quedar retratados en cada votación. Es una especie de miedo a la soledad del voto, por lo que les está resultando un suplicio acudir a las comisiones informaciones de cada área y a las sesiones plenarias sin disponer de mayoría para sacar adelante sus propuestas. A tenor de la evidencia, cualquiera diría que la estrategia lanzada por De la Torre a sus ediles es clara: asumir y apuntarse a casi todo lo que proponga la oposición. En el último pleno municipal salieron adelante cerca de 70 mociones, la mayoría de ellas propuestas por PSOE, Málaga para la Gente y Málaga Ahora. A casi todas ellas se fue enganchado el PP como podía, unas veces introduciendo matices; en otros casos, asumiéndolas en su totalidad.

Hasta ahora se decía que las promesas electorales se hacían para no cumplirlas, pero en Málaga se está a punto de alcanzar un estadio superior: las mociones en los Plenos se aprueban para no ejecutarlas. Podría parecer una sospecha, pero esta posibilidad empieza a ser tan real que los grupos de oposición han forzado la creación de una mesa de seguimiento para verificar que las mociones que se aprueban no caen saco roto y cada mes se van a reunir para comprobar qué ejecuta el equipo de Gobierno de lo que se dictamina en las sesiones plenarias.

El otro día al edil Raúl Jiménez, en una tertulia de representantes municipales en la cadena Ser, se le escapó un comentario que advierte de por dónde podrían ir los tiros: "El Pleno aprueba intenciones políticas, no es la Santa Biblia". Y ante el chaparrón que le cayó encima, tuvo que matizar diciendo que, una vez aprobadas, a las mociones hay que buscarle su encaje presupuestario, para volver luego a estropear la explicación afirmando: "Si sumamos todo lo que se aprueba en un Pleno, gastamos el presupuesto de los próximos diez años". No era la primera vez, en tan corto espacio de mandato, que a un miembro del Gobierno del PP se le escapaba que contra la manía de la oposición de aprobar mociones, está luego la voluntad del equipo de gobierno de no ejecutarlas, a pesar de que se apunte a todas ellas.

Está claro que estamos ante una legislatura distinta. Gobernar en minoría no es fácil, sobre todo si se alcanza el poder con un acuerdo de investidura y no con un pacto de Gobierno. O lo que es lo mismo, un acuerdo el que, en el caso de Málaga, Ciudadanos está actuando con el suficiente cuidado para no dejarlos caer en los momentos más delicados; pero sin agarrarlos de la mano lo bastante para que alguien pueda pensar que hacen pareja. Y en ese limbo acrobático vive Francisco de la Torre, un día acudiendo a una rueda de prensa conjunta con Juan Cassá para demostrar lo bien que va la relación entre ambos; y al día siguiente, intentado restarle importancia al acuerdo que, a sus espaldas, su socio de investidura alcanza con los demás partidos de oposición para dividir en dos las sesiones plenarias y reducir las mociones urgentes que puede realizar el equipo de Gobierno.

De la Torre está en un sinvivir en este mandato y cualquier día toma la palabra en un Pleno municipal para pedirle a la oposición que den cuenta de sus iniciativas, lanzándoles antes una advertencia como las que hacía Pedro Fernández Montes en sus tiempos de alcalde de Torremolinos. Claro, que en el sentido contrario: "Expongan ustedes sus mociones para que podamos aprobárselas todas". Al fin y al cabo, como se le escapó al edil Jiménez, un Pleno no es la Santa Biblia.

Artículo publicado en Málaga Hoy, 11-10-2015. Ilustración Daniel Rossel. 

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