La democracia del último minuto.




carles Puigdemont es el presidente de la Generalitat de Cataluña por el síndrome del último minuto. En la política, como en el fútbol, el último minuto también tiene 60 segundos y puede ocurrir como decía César Luis Menotti, que "cuando falla todo, hay que terminar jugándose la vida". Los minutos finales suelen ser los reservados para las opciones heroicas o para las prudentes retiradas. Frente a lo que planteaba Menotti, una opción heroica, hay otro entrenador que se llama Bilardo que defendía lo contrario, la prudente retirada: "Lo que no se logró en 85 no se logra en cinco minutos; ya que si un equipo se vuelve loco, termina perdiendo lo que tiene".

Puigdemont ha llegado al cargo en el último minuto y de penalti inexistente, cuando la hinchada recogía los bártulos y en su equipo entraban en situación de infarto. El asunto tiene guasa, ya que se trata de una agrupación de varias formaciones políticas que se presentó a las elecciones con un cabeza de lista, que proponía a otro de Presidente y que acabó entregando el mandato a un tercero distinto. Y que para lograrlo alcanzó un acuerdo con uno de los equipos contrarios. Un pacto por el que una formación política se deja vencer en los últimos sesenta segundos, mientras dos de sus jugadores se pasen al otro equipo hasta garantizarle la supremacía en el campo durante toda la temporada.

Como decía el ex futbolista Valdano, el fútbol es una representación teatral en la que nunca se sabe dónde está el nudo de la obra. Una situación idéntica a la de la política, donde la realidad siempre tiene la capacidad de superar cualquier ficción. En Convergencia, siempre confiaron en la inconmovible fe y en las capacidades taumatúrgicas de su líder carismático, que en los últimos años, en las circunstancias más adversas y ante las más increíbles ocurrencias, ha demostrado una enorme capacidad para redimirse in extremis. El profeta de la independencia y el gran vendedor de humo, se presentó antes sus devotos levitando en una rueda de prensa en la que anunció que la CUP, para exculpar las veleidades cometidos ante él, había hecho ya examen de conciencia y de arrepentimiento, por lo que para redimir sus pecados debían entregar a dos de sus diputados a un sacrificio público. Así se las gastan los líderes: "Hemos logrado lo que las urnas no nos dieron". La frase más desafortunada escuchada en un país democrático.

Hay muchos que sostienen que el Gobierno de España también se va a dirimir por el síndrome del último minuto, aunque sería deseable que no alcanzara el mismo nivel de esperpento que con lo ocurrido en Cataluña. Estamos todavía en la mitad del encuentro, con los equipos tanteándose. Un tiro, un rebote, un pase y, todos, a la espera de un error del contrario. Rajoy, como siempre, jugando al catenaccio. Amarrando el resultado, sin arriesgar, sin fantasía. Inmóvil. A la defensiva. Apelando a la tradición espartana de los jugadores peleones pero sin brillo. El PSOE, con Pedro Sánchez, intentando armar jugadas, con algunos de sus principales delanteros haciéndose los remolones y poniéndose zancadillas entre ellos mismos. En definitiva, los socialistas buscando soluciones quirúrgicas de urgencia frente a dos formaciones políticas que ni se buscan ni se encuentran, Podemos y Ciudadanos.

Si el futuro que nos depara la democracia en España es el ansiado fin del bipartidismo, como ocurre con el fútbol con el Real Madrid y el Barcelona, muy difícil se nos plantea los sesenta segundos del último minuto para investir presidente y configurar un Gobierno. De momento, hay un acuerdo para poner a los que se sentarán en la Tribuna donde fijar las reglas del juego. España es de los pocos países de Europa que no ha tenido un ejecutivo estatal con miembros de distintos partidos políticos. O un Gobierno liderado por un partido que no fuera el que ganó las elecciones. Eso, ni es bueno ni es malo. Es únicamente una circunstancia. El escritor Manuel Rivas dice que a diferencia de los países aburridos, en España nos tomamos los sustos en serio. Y estamos en un sin vivir. En vez de preocuparnos sobre si vamos a no tener Gobierno, montamos un escándalo por una cabalgata de Reyes en Madrid; por una diputada que acude con su bebé al hemiciclo; o con otro diputado que se pasea con sus rastas delante del presidente en funciones. Mientras, normalizamos la presencia de un imputado tomando posesión de su escaño; o nos acostumbramos a que el Estado, a través de la Fiscalía Anticorrupción y Hacienda, presionen para exonerar al primer miembro de la familia Real que se enfrenta a un juicio.



Vivimos otros tiempos y nadie parece entenderlo. A la política, como al fútbol, le faltan ciudadanos y le sobran hooligans. El Congreso parecía el otro día una jornada de puertas abiertas, lleno de gente de la calle. Y eso, además de sano, debería interpretarse con absoluta normalidad. Así es la democracia, todo lo contrario a lo que se vive en las gradas de un partido de fútbol. Y nada en la política se arregla bajo el síndrome del último minuto. Aunque muchos quieran hacernos creer que cada minuto son los últimos 60 segundos de la democracia.

Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell. 

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