El síndrome Floriano




CADA mañana, a primera hora, un grupo de asesores en cada partido político elaboran un documento que envían a sus militantes para que éstos defiendan la postura que tienen en un asunto concreto o lo que deben decir ante cualquier nueva polémica. Se llama argumentario y contiene una serie de consignas, instrucciones, munición contra el contrincante o cualquier frase ingeniosa con la que responder a las preguntas de un periodista en cualquier lugar de España. Dicen que lo hacen para unificar el mensaje y salir todos en tromba con lo mismo, evitando así que un político diga una cosa y otro, de su mismo partido, la contraria. El asunto tiene su miga, ya que parte de una premisa ridícula: evitar que los dirigentes puedan pensar por su cuenta y decir luego lo que piensan.

Lo voy a contar ahora. Hace tiempo lo advirtieron y se nos acabaron las risas diarias. Durante varios años un redactor de la emisora en la que trabajo, la cadena SER en Málaga, recibía diariamente el argumentario de un partido político. Alguien lo debió incluir por error en el listado y desde primeras horas de la mañana sabíamos lo que iban a repetir sus dirigentes políticos en Andalucía -era un argumentario regional- durante toda la jornada. En honor a la verdad, debo decir que aquel desliz de los encargados de los envíos nos sirvió de poco, era escasamente original y la mayoría de las veces se repetían las mismas consignas, llenas de frases hechas y escasamente ingeniosas. Eso sí, divertido era un rato.

Para que el sistema funcione, los primeros en recibir el argumentario son los portavoces de los partidos, los encargados de marcar la estrategia. En los asuntos más espinosos, un portavoz de un partido es la persona designada para evitar que el líder tenga que salir a la palestra a decir naderías. Hay partidos que concentran esta responsabilidad en su número dos. Se trata de una figura que, en muchos casos, tiene como misión decir las barbaridades que no puede decir el líder.

Todo esto viene a cuento de una crónica que leí el otro día en El País y que me partió el corazón. Al parecer, los mediáticos portavoces del PP que Mariano Rajoy nombró el pasado mes de julio, tras el batacazo electoral, están asqueados de tener que responder cada día a un reguero de preguntas sobre los escándalos de corrupción en su partido. Y en ella se contaba que se sienten "achicharrados, agotados y amortizados", a pesar de que apenas llevan ocho meses en el cargo. Cuentan que Fernando Martínez-Maíllo, Pablo Casado, Javier Maroto y Andrea Levy están abatidos y desmotivados, ya que allí donde le mandan -sea una radio, una rueda de prensa o una televisión- se enfrentan a un coloquio monotemático: la corrupción. Y los pobres, ya no saben qué decir.

Lo que más me llamó la atención del relato fue que el estado anímico de estos portavoces tiene nombre. Le llaman síndrome Floriano, en alusión al anterior portavoz del PP. Floriano, de nombre Carlos, es ese diputado extremeño que se pasó varios años comiéndose todos los marrones del PP y que tuvo que ser relevado cuando descubrieron que llegó un momento en que, antes de hablar, a los ciudadanos ya les entraba, con solo verlo, la risa floja.

Ofrecer explicaciones imposibles en una rueda de prensa no está al alcance de cualquiera. Hay muy pocos dirigentes con la capacidad de Esperanza Aguirre, que ha dimitido dos veces de sendas presidencias, se ha despedido otra vez de la política y sigue en un cargo público después de dedicarse, con un éxito incuestionable, a la captura de talentos. Nadie le indicó en qué cosas tenían que ser talentosos sus fichajes. En Andalucía, por poner un ejemplo más cercano, los ERE se han llevado por delante a varios portavoces del PSOE y del Gobierno en la Junta. Sentarse delante de un micrófono para decir que los "intrusos" que cobraron indemnizaciones en empresas donde nunca habían trabajado son errores administrativos, no está al alcance de cualquiera. O poner a Andalucía como modelo de otra forma de gestión que pone en primer lugar a los ciudadanos, con una tasa del paro del 30% después de tres décadas en el poder, tiene un mérito indudable. Repetir ambas cosas muchas veces durante mucho tiempo achicharra hasta al mejor comunicador del mundo. Hasta hace unos días, en la delegación del Gobierno de la Junta en Málaga se echaban a "mala suerte" quién iba a anunciar la nueva fecha de la nueva apertura de la Cónsula.

En Málaga, en el pasado mandato en la Diputación, el presidente Elías Bendodo decidió colocar a su número dos en la institución, Francisco Salado, como su portavoz ante los marrones varios. Era por entonces, también, alcalde de Rincón de la Victoria, y fue la voz de Bendodo ante la prensa frente a cualquier polémica, ya ocurriera en el organismo o en el partido. El punto álgido de su meritorio trabajo fue cuando llegó la condena a Martín Serón y Salado tenía que dar, un día sí y el otro también, explicaciones sobre cómo el PP lo mantenía en la alcaldía. Aquello casi acabó con su carrera política, más quemado mediáticamente que la pipa de un indio y perdiendo dos cosas: protagonismo en Diputación -donde hubo que recolocarlo- y despidiéndose de la alcaldía de Rincón.



Hay dirigentes del PP que sostienen que uno de los errores de Francisco de la Torre es el de pisar todos los charcos en primera persona. O lo que es lo mismo, que lleva demasiados años en primera línea de marrones, sin un número dos que le eche una mano en comerse alguno con él. Al alcalde de Málaga se le podrá censurar muchas cosas, pero hay que felicitarle por su capacidad para atender a los medios de comunicación ante cualquier cuestión que se le requiera. Claro que en política todas las cosas tienen su riesgo y a De la Torre le está resultando un mandato difícil en explicaciones, con un gobierno en minoría y tantos frentes abiertos. Tan complicado que, a veces, uno empieza a atisbar en De la Torre los primeros síntomas del síndrome Floriano. Ese estrés diario que provoca el intentar hacer comulgar a los ciudadanos con gemas, piedras preciosas y ruedas de molino.

Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell. 

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