Y si para cuando venga el lobo han robado todas las gallinas





LA cantidad de personas que han aprendido en España a ser ladrones es infinita. En este país, hemos logrado la generación de chorizos más preparada de la historia. Desde los días de aventuras y fortunas del Lazarillo de Tormes hasta llegar a investigar a un grupo municipal de hasta 50 personas en Valencia, se ha evolucionado mucho en asuntos de sinvergonzonerío. Nada ha quedado al margen del pillaje. Aquí se ha trincado por tierra, mar y aire: desde los negocios de las inmediaciones de la Corona hasta las comisiones por la visita del Papa; pasando por el 0,7 de ayudas al Tercer Mundo hasta llegar a los curso de formación. Se ha trincado por depuradoras, por colegios, por actos electorales…

Por todo. Y han pasado o van a pasar por los banquillos, lo más granado de las instituciones del país: una infanta y su marido; un presidente de la patronal; presidentes autonómicos; pleno de presidentes de diputaciones en Valencia -tres de tres-; un partido político entero; diputados nacionales, autonómicos, provinciales, alcaldes y concejales. Así como directores generales de toda clase de departamentos públicos. Sin olvidarnos, de banqueros o de ejecutivos de algunas de las principales empresas del IBEX. O de sindicalistas, que de todo hay en la viña de la corrupción. Vale, vale, son una minoría en la inmensidad de las instituciones públicas. Pero vaya minoría tan escandalosa.

Dicen que para ser un buen ladrón no hay que ser ni muy gordo ni muy flaco, ni muy alto ni muy bajo, ni muy rubio ni muy moreno, para cuando la policía interrogue a la víctima no pueda dar demasiadas pistas. Nosotros los tenemos y los hemos tenido de todo tipo y colores: gordos, flacos, rubios y morenos. Ricos, más ricos, y algunos pobres. La primera premisa de un ladrón es considerar que los demás seres humanos somos tontos, para aprovecharse de nuestra imbecilidad y poder enriquecerse a nuestra costa. Y, en ese aspecto, somos una potencia mundial. No sólo nos toman por imbéciles para robarnos, sino que nos siguen considerando idiotas cuando les pillan in fraganti en pleno robo. Quizás este sea el hecho diferencial de los chorizos en España frente a los chorizos de países más avanzados, lo bien que conviven con la corrupción dentro de sus propios partidos.

No hay un solo imputado en la comunidad de Valencia que no tengo un video, un abrazo o un te quiero público con el presidente del Gobierno en funciones. Y no hay un ex presidente de comunidad autónoma condenado o imputado que no acumule una larga lista de elogios y un sinfín de muestras de peloteo de sus compañeros hasta el mismo día que lo detuvieron. En España se han puesto como ejemplos de gestión a grandes corruptos. Y siguen dando lecciones de democracia algunos personajes públicos que colocaron en altos niveles de representación institucional a chorizos que provocan vergüenza ajena. En cualquier otro país, estas cosas serían suficiente para que un dirigente político se fuera a su casa. En España, ni tan siquiera provocan ya sonrojo.

Aquí llevamos desde el día 20 de diciembre, la jornada de las últimas elecciones generales, poniendo por encima de la decencia la estabilidad política, como si un país democrático se pudiera construir sin unos mínimos valores éticos. No es la primera vez que escribo que, dentro de algunos años, cuando releamos lo que está sucediendo ahora, nos daremos cuenta de que España disfrutó de sinvergüenzas que lograron llegar muy lejos. Que tuvimos cargos públicos que fueron cleptómanos, indecentes en cargos internacionales y un buen número de caraduras a quienes les dimos trato de ilustrísimos señores. Y que este escándalo no lo solucionaron los partidos, sino los jueces; ya que hubo un triste día que la política decidió que las responsabilidades de sus propios políticos no eran de su competencia.

Toda esta pestilencia diaria es absolutamente irrespirable. Y resulta difícil apelar a la necesidad de un Gobierno en España, sin requerir primero unos mínimos niveles de decencia para empezar a entablar una negociación. El que maneja o haya manejado dinero público debe responder por cada euro gastado, como condición previa para sentarse en una mesa a imponer condiciones. Y allí donde se ha robado, hay un responsable penal por lo sustraído y un responsable político por ponerlo en el cargo para que pudiera robar. Unos por acción y otros por omisión deben ir a la cárcel o a sus casas, ya que resulta un bochorno que las negociaciones para formar Gobierno en este país compitan cada día en las portadas de los medios de comunicación con un rosario de casos de corrupción sin que ocurra nada, como si una cosa y la otra no tuvieran nada que ver.

Cada vez que un político, a estas alturas de lo que llevamos sabido y de lo que aún nos queda por saber, habla de la corrupción como de "casos aislados", entran ganas de vomitar. Y cada vez que un dirigente político dice que su partido es el primero en la lucha contra esta lacra, que sepa usted lector que nos está tomando el pelo. La corrupción es el primer asunto a discutir en cualquier negociación para formar un Gobierno decente. Debería ser una premisa indiscutible en democracia y la principal línea roja, ahora que se habla tanto de líneas rojas.



Un país no se puede construir apelando al miedo a que viene el lobo. Sobre todo, si mientras llega o no llega el lobo, los del corral han robado ya todas las gallinas.


Publicado en Málaga Hoy, con ilustración de Daniel Rosell. 

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