“Putillas” de confianza, qué vergüenza.



Cuentan que cuando Francisco Granados, el que fuera consejero de Presidencia de la Comunidad de Madrid, iba a la Feria de Sevilla se hacía traer desde Barcelona a sus “putillas de confianza”. Algunos dirigentes siempre han tenido muy presentes la unidad de España en todos los aspectos de su vida, incluso en los momentos de regocijo. Y no hay mejor escenificación de que el país no se rompía que un madrileño en la habitación de un hotel de Sevilla con una chica de Barcelona. Ese momento, más que un encuentro íntimo, debía parecer una especie de cumbre autonómica del folleteo patrio.  

Existe una larga tradición española de festejar los negocios en un burdel, pero llevarte en avión a una mujer que tiene que destinar su cuerpo a alegrarle la feria a un cargo público supera con creces las más altas cumbres del sinvergonzonerío. Hay que ser muy cutre para incluir, junto al coche oficial, una compañía pagada por un empresario a cambio de un contrato de una obra pública. 

No hay que esperar nunca de los sinvergüenzas grandes gestos de moral y de ética, pero estarán conmigo que en España los tipos que nos ha robado a manos llenas desde los estamentos públicos son casi todos unos auténticos impresentables. Hemos tenido demasiados dirigentes que se pasaban el día golpeándose el pecho de tanto amor a su patria y aprovechaban la noche para contar billetes para llevárselo a Suiza. O acudiendo a manifestaciones en favor de la familia, para en cuanto podían olvidarse de la suya frente a las luces de neón rojo en el escaparate de cualquier establecimiento de carretera.

Cuanto queda todavía de esa España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María. Esa España de moral hueca, trincones y vividores a cuenta del contribuyente. Qué vergüenza más grande.

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