El verano que vinieron tantas medusas como turistas
Este año el
verano no ha sido histórico para el turismo. La recuperación de otros
destinos competidores y las altas temperaturas que han afectado al norte
de Europa -países emisores de millones de turistas con destino España-
han provocado un descenso en el número de visitantes a nuestras playas.
Al menos, eso dicen los datos de julio, que hablan de una caída de casi
un 5% con respecto al año pasado. La ministra de Industria, Comercio y
Turismo, Reyes Mora, ha intentado quitar trascendencia a esta bajada y
lo ha hecho como lo habría hecho cualquier responsable de turismo de
cualquier administración desde que existe el turismo y desde que hay un
responsable de ello en cada administración: "Tras años excepcionales,
hay una normalización de los flujos turísticos. Se debe apostar por la
calidad y no por la cantidad, así como por la diversificación para
evitar destinos saturados".
"Apostar por la calidad y no por la cantidad" es la
primera frase que aprende un cargo público nada más ver al primer
turista que aterriza en su país, comunidad autónoma o pueblo. Para
cuando llega el segundo, ya se está felicitando por el incremento. Y
para el tercero, ya está buscando la manera de que vengan más. Al final
el turismo, como industria, no cambia desde su viejo modelo de la década
de los años cincuenta. Se gestiona como una fábrica de coches a la hora
de medir sus resultados. Si en una planta automovilística se valora la
producción del año en función de los vehículos que han sido capaces de
poner en la calle, el turismo se rige por unos parámetros cuantitativos
similares: el número de viajeros que recalan en España. De ahí que, en
términos estadísticos, llevamos años festejando temporadas más
históricas que las anteriores, pero esperando que sean menos históricas
que la siguiente. Y cuando eso ocurre, nadie plantea dudas sobre su
eficiencia y sobre su futuro.
El turismo se gestiona como una fábrica de coches a la
hora de medir sus resultadosClaro que hay que apostar por la calidad,
pero háganlo de una vez por todas
La racha histórica se acaba de romper. Seguramente no es
para echarse a temblar, pero si para echarse a pensar. Lo primero que
debería de preocupar de este pasado mes de julio no son los turistas que
se han quedado en sus países o han preferido otros destinos, sino los
muchos que han decidido venir a nuestras playas y se han encontrado con
que varios días no han podido darse un baño por los enjambres de medusas
que han llenado las aguas del litoral. La presencia de medusas es un
problema de primer orden para la oferta turística y las distintas
administraciones tendrán que ponerse las pilas para saber interpretar
este fenómeno que está ocurriendo en el mar y darle una solución. No hay
campaña de promoción capaz de contrarrestar la imagen, en las
televisiones de medio mundo, de toneladas de medusas esparcidas sobre la
arena de la playa. Ni el mayor stand de Fitur, ni la mejor promoción en
Londres durante la World Travel…
En el turismo llevamos muchos años jugando con las
cosas de comer. Y, entre ellas, además de este problema con las medusas,
está una de las mayores muestras de incompetencia de las
administraciones públicas: no haber culminado todavía las obras que se
precisan para que las aguas se viertan depuradas al mar. Es un auténtico
bochorno que, a estas alturas y después de llevar más de 40 años con
un Plan de Saneamiento Integral para la Costa del Sol, este verano la
Unión Europea anunciara una nueva multa a España de 12 millones de euros
por los reiterados incumplimientos en materia de depuración, en un país
cuya principal actividad económica es el turismo y cuya oferta está
basada, esencialmente, en el baño en sus playas.
Las obras del saneamiento integral de la Costa del
Sol fueron declaradas de interés del Estado para agilizar sus trámites
en la década de los 80 y la última fecha para su finalización, después
de los tropecientos plazos incumplidos, la han fijado en 2020. Cuatro
décadas, que se dice pronto, para dejar de escupir suciedad al mar.
Cuarenta años anunciando cada verano una solución tercermundista para
tapar esta vergüenza: unos barcos, con grandes espumaderas, intentando
retirar esa costra que las olas van llevando a la orilla. La imagen es
demoledora, ya sea suciedad -vertidos arrojados al mar- o ya sea
arcilla, como señalan estudios recientes. Es todo tan difícil de
entender como el hecho de que, todos los inviernos, el temporal nos deje
sin playas y haya que traer arena de otros sitios. Y destinar millones
de euros a regenerarlas para tenerlas listas en Semana Santa. Año tras
año y a veces más de una vez al año, sin que a nadie se la haya ocurrido
todavía algún tipo de actuación para impedirlo.
Claro que hay que apostar por la calidad, pero por
favor háganlo de una vez por todas. No es un negocio muy complicado el
de sol y playa. Tiene dos patas y una de ellas -el sol-, no depende de
nuestros gestores públicos. Se trata de centrarse en la otra pata, en
tener inmaculadas las playas y cristalina el agua del mar. En ello se
resume todo. Las comunicaciones, los servicios, el ocio, la gastronomía y
la enorme oferta diversificada están ya garantizadas, pero eso es
incompatible con la presencia de medusas, los vertidos al mar y la
suciedad de la arena.
Y todo para no tener que repetir lo único que ha sido
histórico este verano. El hecho de que el 31 de agosto fuera el día que
más empleo se destruyó en la historia de España: 304.642. A una
velocidad de 15.000 puestos de trabajo perdidos por hora.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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