Uno de los personajes más singulares del libro La desaparición de Stephanie Mailer,
el último relato de Joël Dicker, es un crítico literario que se llama
Meta Ostrovski. ¿Cuál es el cometido de un crítico?, le cuestiona una
periodista en la novela. Y responde: "Dejar establecida la verdad.
Permitir a las masas que separen lo bueno de lo que no vale nada".
Ostrovski, un auténtico engreído cargado de ínfulas del pasado, sostiene
"que actualmente todo el mundo quiere opinar de todo y hemos visto cómo
ensalzan auténticas birrias". Por eso a "nosotros, los críticos, no nos
queda más remedio que poner un poco de orden en ese circo, ya que somos
la policía de la verdad intelectual".
Leía este pasado mes de agosto la novela en este verano sin serpientes de verano
y pensé en el crítico que todos llevamos dentro. La actualidad fue tan
generosa durante estos días estivales que no ha sido preciso convertir
una noticia intrascendente en un atracón mediático, ya que era difícil
sustraerse al acalorado debate sobre la salida de los restos de Franco
del Valle de los Caídos, a la llegada a las costas de miles de
inmigrantes, a la retirada de los lazos amarillos o a la situación de
Venezuela, por citar algunos ejemplos. Y el principal problema es que,
estos temas, como las bicicletas, no son para el verano, ya que nos
pillan siempre muy acalorados para el debate.
Es imposible cerrar la Transición debajo de una sombrilla, a 40 grados a la sombra
Es imposible cerrar la Transición debajo de una
sombrilla, a 40 grados a la sombra. Como es imposible solucionar el
conflicto de Cataluña después de que te haya picado una medusa. Como
sostiene el personaje de Ostrovski, ahora todo el mundo queremos opinar
de todo y tenemos auténticas birrias de pensamiento. Opinar frente a dos
cervezas y un plato de espetos de sardinas, no es opinar. De ahí que
este verano, sin serpiente de verano, se hayan dicho muchas más
sandeces trascendentes que en veranos anteriores. España se nos ha
llenado de críticos. Terminó el Mundial que sacó el entrenador de fútbol
que todos llevamos dentro y nos hicimos críticos. No críticos con la
situación, sino críticos intelectuales. Nos hemos convertido cada uno de
nosotros en auténticos policías de la verdad intelectual. Y eso lo
mismo sirve para hacer un auténtico revisionismo del franquismo o para
decir lo que debe hacer el Gobierno con la querella presentada ante la
justicia belga contra el juez Llanera. Cualquiera sabe ya de todo.
En esta sociedad nos pasamos el día intentando
discernir lo bueno de lo que no vale nada leyendo 140 caracteres, por lo
que la consigna ha sustituido a cualquier argumento. ¿No hay en España
un problema más importante que exhumar el cadáver de Franco del Valle de
los Caídos?, se pregunta cualquiera en las redes sociales para
deslegitimar esta operación que llega con más de 40 años de retraso.
Para desgracia de algunos, la respuesta es fácil: no es incompatible
solucionar un error histórico que debería avergonzar a toda sociedad
democrática, con atender necesidades del presente. Que se sepa, quitar
al Valle de los Caídos la simbología de una dictadura no impide aprobar
los Presupuestos Generales del Estado para el próximo año, por poner un
ejemplo sencillo.
El problema de este verano es que se ha hablado de lo
mismo todo el verano. E iniciamos septiembre sin cerrar los temas con
los que se inició el verano. El éxodo de los inmigrantes desde sus
países de origen llenó la actualidad del invierno de anuncios y de
reuniones trascedentes para intentar solucionar esta crisis humanitaria.
Los vídeos que recogen desembarcos en las playas ha copado parte de la
actualidad de estos días estivales, lo que demuestra que apenas se ha
logrado nada. Tenemos un grave problema con este asunto, mientras se
siga considerando en Europa que nos llegan inmigrantes en situación
irregular, cuando realmente lo que nos llegan son seres humanos. Sobre
este asunto de la inmigración también tenemos las redes sociales llenas
de policías de la verdad: gente dispuesta a defender que el hambre se
soluciona subiendo la altura de una valla.
A veces, deberíamos cavar pozos con agujas, que es un
dicho de Turquía sobre la necesidad de la paciencia. En Cataluña, el
independentismo está acabando con la paciencia, pero no hay una solución
simplista para este conflicto. Ha continuado siendo otro de los asuntos
de este verano: el verano de los lazos amarillos. Ni cabe más demagogia
ni más policías de la verdad intelectual. Este asunto hace ya mucho
tiempo que se les fue de las manos a la clase política española. Y no
hay crítico capaz de poner orden en este circo.
Dejar establecida la verdad no es un asunto menor,
tan siquiera para el personaje de la última novela de Joël Dicker. En
cualquier conflicto o en cualquier debate interesado, ocurre como en las
guerras, que se consumen las mismas cosas por las que se está luchando:
la justicia y la decencia. En casi todos los debates de este verano sin
serpientes de verano, a la mayoría de nuestra clase política se
le ha vaciado el argumentario de decencia, por lo que muchos ciudadanos
hemos ido a la playa con la cabeza cargada de unas birrias de
pensamientos.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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