Alguien
dijo que las crisis en los partidos políticos son una eterna disputa
entre la gente que quiere entrar a mandar y aquellos que no quieren
salir, por eso cuando en el PP se da por cerrado el debate interno que
ha llevado a Pablo Casado a la presidencia de esta formación política no
se hable ahora de otra cosa sino de la situación en la que quedan los
que lucharon sin cuartel por impedírselo. Por muchos llamamientos a la
unidad que se hagan, por muchas fotos en las que aparezcan juntos y por
muchos halagos que se derramen en las redes sociales, la realidad es
terca como una mula: si haces una apuesta por un candidato y tu
candidato pierde, lo normal es que, más pronto que tarde, el que hizo la
apuesta termine perdiendo. Da igual lo que se anuncie o se diga. Es
cuestión de tiempo.
No hay debate interno en un partido político, ya sea
desde una lucha por el poder o desde un intento de rearme ideológico,
que no acabe en dos bandos enfrentados. Y cuando eso sucede, que nadie
tenga duda de que en uno de esos dos bandos se alinearán los críticos
con los que mandan. En la mayoría de los casos, dirigentes que en su día
fueron desplazados de las actuales direcciones; cabreados por sus
relevos en los cargos o ninguneados en puestos de escasa
responsabilidad. ¿Es posible pensar que a Juan Ignacio Zoido, Esperanza
Oña, Francisco de la Torre, José Antonio Nieto o José Enrique Fernández
de Moya, por citar algunos ejemplos, les ha unido el perfil ideológico
que ha representado Pablo Casado en las primarias, como unos minutos
antes le unía María Dolores de Cospedal? ¿O no sería más fácil creer que
todos tenían en común serias desavenencias con el liderazgo de Juanma
Moreno en Andalucía o con los presidentes provinciales que se tiraron en
plancha en apoyo de Soraya Sáenz de Santamaría?
Por muchas fotos que se hagan juntos y halagos en las redes, la realidad es terca como una mula
El aparato del PP en Andalucía sacó pecho en las
primarias de este partido con la victoria en la primera vuelta de Soraya
Sáenz de Santamaría. Lo hizo aludiendo al peso determinante de la
militancia popular en esta comunidad autónoma, por el número de
compromisarios que aportaban al congreso. Lo hizo colocando a un puñado
de dirigentes en el núcleo duro del entorno de la ex vicepresidenta del
Gobierno. Y lo hizo alardeando públicamente de su hipotética victoria,
pidiendo incluso que se integrará con ellos el otro candidato. En buena
lógica, si al final perdieron el envite y otros lo ganaron apostando por
Casado, ahora mismo hay un buen número de dirigentes andaluces
esperando que salgan unos para poder entrar ellos.
Y esto no es un decir. Esperanza Oña, recién
estrenada en el Comité Ejecutivo Nacional del PP encabezado por Pablo
Casado, soltó en su primera entrevista pública una frase que no dejaba
dudas. Cuestionada sobre si se trataba de una derrota definitiva de
Javier Arenas en Andalucía, dejó claro que no era sólo de él: "Con todo
el respeto que se merece, estamos en una nueva etapa y tiene que serlo
en todas las provincias y territorios." Oña lo tiene claro. Para ella la
victoria de Casado es una oportunidad para acometer la renovación en
Andalucía, que "lo pide a gritos tras 40 años en la oposición". Parece
obvio que los cambios son sólo cuestión de tiempo, el que tarde en
celebrarse las próximas elecciones en la comunidad autónoma. Juanma
Moreno ya ha sido confirmado como candidato, entre otras razones porque
no hay tiempo de cambiarlo, pero de sus resultados va a depender su
futuro y el de otros muchos que se posicionaron con él en la pugna entre
Santamaría y Casado.
Arriba o abajo, es una situación similar a la que
vive el PSOE andaluz con Susana Díaz y su derrota frente a Pedro
Sánchez, con una salvedad muy importante: que a los socialistas las
encuestas le auguran una nueva victoria electoral y el poder une mucho.
En el horizonte de Díaz está ganar las autonómicas por segunda vez
consecutiva, la enésima para su partido. Al líder del PP andaluz, los
sondeos le vaticinan que perderá otra vez y, a lo peor, con menos
diputados de los que tiene ahora. Un mal horizonte para él y los suyos.
Con todo, lo más determinante es la situación que se ha creado en
Andalucía. Tres de los cuatro líderes regionales andaluces están
actualmente en la esquina contraria a los que mandan en sus partidos:
Susana Díaz, Juanma Moreno y Teresa Rodríguez, de Podemos. Es un hecho
absolutamente excepcional, que se produce además en una comunidad donde
se celebrará la primera contienda electoral de la nueva generación de
dirigentes políticos que se disputan el poder en España. Susana Díaz y
Juanma Moreno serán los carteles electorales del nuevo PSOE y del nuevo
PP, de Pedro Sánchez y Pablo Casado, respectivamente. Lo que son las
cosas.
Por cierto, si existe alguien al que le quepa duda de
que en todo conflicto de poder el que pierde siempre paga, no hay nada
más que escuchar al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, y su
especial arte con las indirectas. A lo largo de sus mandatos, apenas ha
necesitado insinuaciones para desprenderse de sus ediles cada vez que le
incomodaba alguno y sin una palabra más alta que la otra lleva camino
de quitarse de su próxima candidatura al presidente de su partido en
Málaga, Elías Bendodo, al que le reprocha que se tirara en plancha en
favor de Soraya Sáenz de Santamaría y no le diera bola a los otros
candidatos que se presentaban a las primarias. No le gustó a De la Torre
que Juanma Moreno y Bendodo le planearan en su día su relevo. Y desde
entonces, actúa con ellos con la elegancia del erizo, ese animal que
saca las púas para alejar todo lo que le molesta.
Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell.
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