Los líderes que nunca se quitaron las chaquetas





En una de las primeras sesiones de las Cortes Constituyentes de la República cuentan una divertida anécdota del presidente, Julián Besteiro. Ocurrió en el verano del año 1931, en una jornada con un calor espantoso en Madrid. Uno de los diputados se dirigió a él y le preguntó en medio del sofocón estival: "Señor Presidente, ¿podemos quitarnos las chaquetas? Y Besteiro, que era un político con bastante sentido del humor, le contestó: "Sí, señorías, pero cada uno la suya". Durante los últimos cuatro meses en España el principal problema en las negociaciones para configurar un Gobierno ha tenido que ver con las chaquetas, exactamente con la incapacidad de los dirigentes políticos de este país de quitársela en una reunión sin miedo a salir del encuentro sin ella. Han negociado cada uno pensando que cualquiera de los que tenían enfrente podía robarte la cartera, que es lo que la mayoría de las personas guardamos en el bolsillo izquierdo de la chaqueta.

Ha ocurrido con todos. Algunos líderes socialistas nunca se fiaron de su secretario federal, Pedro Sánchez, por eso limitaron tanto sus movimientos. Si miran un poco hacia atrás, comprobaran que el máximo dirigente del PSOE acude siempre a todas las reuniones del partido con una camisa blanca y una chaqueta casi siempre idéntica, consciente que es la única forma que tiene de identificarla si cualquier compañero intenta ponérsela. Pablo Iglesias las veces que ha acudido a los encuentros con el Rey asistió sin chaqueta, lo que en principio se interpretó como un gesto de escasa cortesía. El tiempo parece demostrar que fue completamente intencionado: evitaba confundirse y salir de la reunión con la chaqueta de Felipe VI. De hecho, durante algunos momentos en las negociaciones empezó queriendo la vicepresidencia y al final abdicó de un puesto para el que nunca lo eligieron, como ocurre con los reyes.

Cuando Sánchez y Rivera escenificaron juntos su acuerdo de Gobierno, ninguno de los dos se quitó la chaqueta. Si el pacto hubiera tenido garantías de salir adelante, igual se hubieran relajado y quizás hubieran aparecido en mangas de camisa y remangados, dispuestos a ponerse a trabajar de inmediato. No fue así, ellos salieron vestidos para la ocasión. Y luego, nunca lograron los respaldos suficientes para disponer de esa ocasión.

Mariano Rajoy, el presidente del PP, alcanzó la Moncloa esperando sentado a que pasara José Luis Rodríguez Zapatero con la chaqueta de la crisis hecha jirones. Le robó la cartera al PSOE con un programa electoral que incumplió desde el primer y comenzó a gestionar España desde una pantalla de plasma, para que nadie pudiera ver con nitidez como iba zurciendo los rotos que le provocaba en su indumentaria cada escándalo en su partido y cada medida tomada en contra de lo anunciado. Y así durante cuatro años, sin una reunión ni un pacto con la oposición, gobernando a base de decretos y sin un encuentro informal con nadie en el que poder sacudirse los lamparones que iba acumulando en la chaqueta.





En cuatro meses de negociaciones, Rajoy ni se remangó la chaqueta para proponer una iniciativa, ni se ajustó los botones para despedirse de tamaña inacción. Visitó al Rey, le dijo que no le encomendara Gobierno y se fue a La Moncloa a verlas venir. Allí se colocó la bata de boatiné, encendió su puro, escuchó los escándalos de Valencia, de su ministro Soria y de Granada como el que escucha llover, y esperó. Esperó, con la misma paciencia que dedicó a la caída de José Luis Rodríguez Zapatero, como se iba estrellando Pedro Sánchez y Albert Rivera.

Los partidos han decidido, ante su manifiesta incapacidad para quitarse las chaquetas y ponerse a trabajar, que se repitan las elecciones, aún con el riesgo de que todo puede acabar igual o muy parecido. Ellos no van a cambiar a sus candidatos, por lo que supone que esperarán que seamos los ciudadanos los que cambiemos nuestro voto. Este fracaso de ellos, lo quieren convertir en una equivocación de los ciudadanos a la hora de acudir a las urnas. Y ninguno tiene ya un as en la manga, en la manga de la chaqueta.

En España, la política se hace a cara de perro desde demasiado tiempo atrás. Y nadie se fía de nadie. Cuatro meses después de las elecciones, tenemos los mismos problemas de antes: una tasa de paro insostenible; unos niveles de corrupción insoportables; y un grado de desafección hacia la política indefendible en un país democrático. Este podría empezar como ocurrió en otra sesión histórica de las Cortes en la República, cuando Ángel Ossorio y Gallardo, que fue ministro de Fomento con Alfonso XIII, describía la situación política del país de forma tan lúgubre, que en un momento de su discurso adoptó su tono más patético y exclamó:

"¿Qué será de nuestros hijos?".

Del fondo del salón de sesiones se oyó una voz que dijo: "¡De momento, al de su señoría le hemos hecho subsecretario!".



Ante la situación que está viviendo actualmente España, alguien podrían preguntarse como hizo Ángel Ossorio: ¿Puede permitirse este país esperar otros cuatro meses para configurar un Gobierno? Y la sociedad responder al unísono: ¡Sus señorías, de momento, se han tirado cuatro meses cobrando sin darle un palo al agua y están dispuestos a afrontar una nueva legislatura sin asumir responsabilidad alguna por el fracaso!


Publicado en Málaga Hoy. Con ilustración de Daniel Rosell. 

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