La nueva burbuja de las promesas
Después de años muy difíciles para los vendedores de milongas, en estas elecciones municipales los candidatos han recuperado el nivel de promesas de antes de la crisis.
En Málaga, por ponerles un ejemplo, ya nos han ofrecido más de 300
policías, 50.000 árboles, 25.000 puestos de trabajo, autobuses gratis,
peatonalizar media ciudad y hasta una exposición universal para 2026,
que es una promesa no ya para el mandato que viene, sino para el
siguiente. No es un hecho excepcional la capital malagueña, leo como en
otras muchas ciudades andaluzas se están prometiendo cosas como en los
tiempos en los que cualquier gasto era factible, incluidos aquellos
dedicados a algo que no servía para nada. Las ciudades acumulan
edificios que se levantaron en la época de bonanza que todavía están a
la espera de tener una dedicación, lo que no está evitando que se
anuncien nuevos proyectos con el que incrementar el patrimonio de las
cosas de nunca jamás.
Ni que decir tiene que todos los candidatos prometen,
pero resulta curioso que los más rumbosos sean los que aspiran a
repetir. Como si no llevaran ya tiempo suficiente para haber hecho
realidad las cosas que nos anuncian como nuevas. En Málaga, por seguir
con el ejemplo, existe un enorme catálogo de proyectos inconclusos
que arrastran quinquenios de retraso y que se presentan ahora como si
acabaran de ser paridos. Hay promesas que se heredan de un mandato a
otro; incluso que las suelta un partido y las recoge otro con igual
éxito que el anterior: nunca se hacen. De ahí que, uno coge el programa
de algunos candidatos y más que planificar la ciudad del futuro lo que
cualquier ciudadano reclamaría es que terminaran de una vez todo lo que
queda sin hacer del pasado.
Como ocurrió en las generales, la promesa estrella de estas elecciones municipales es la bajada de impuestos.
No hay un solo candidato a alcalde en la geografía española que no
incluya entre sus proclamas desapretarles el cinturón de los impuestos a
sus vecinos. El otro día en un debate en Sevilla, los candidatos
ofrecieron todo un catálogo de cheques descuentos en tributos e
impuestos. Es un clásico de siempre, pero lo llamativo de ahora es que
estos anuncios de rebaja llevan aparejado un incremento en las
inversiones, que es una especie de milagro de los panes y los peces pero
en las arcas públicas. Bajar los impuestos y a la vez invertir más
es una promesa de un electoralismo bastante ramplón, de ahí que sería
necesario que cuando alguien hacer un anuncio de estas características
nos explique qué gastos va a tocar, ya que de algún sitio tendrá que
salir el dinero que ya no se tiene. Expectantes estamos con los
presupuestos del nuevo Gobierno de la Junta, deseando conocer la
resolución de este gran misterio tributario: el de recaudar menos y
gastar más.
Aunque ahora se vuelve a prometer mucho, ha habido épocas
más boyantes para la venta de burras. El PSOE fue un gran prometedor en
el ámbito autonómico y nos anunció desde vacaciones a las amas de casa
hasta ADSL gratis, universal y de un mega; pasando por habitaciones
individuales en los hospitales públicos. Y no digo nada del mayor
vendedor de milongas que tuvo una alcaldía. Fue Jesús Gil y acudió una
vez a unos comicios ofreciéndoles a los marbellíes un tren bala para
conectar la ciudad con el aeropuerto de Málaga, una isla artificial y hasta dos portaviones que se iban a convertir en discotecas.
Con todo, tengo cierta predilección por una promesa que hizo el PP en
Málaga hace algunos años: un puente, como el de San Francisco, sobre la
bahía de la ciudad. Ahora se promete con algo más de pudor, porque hay
menos de dos cosas: de dinero en las arcas públicas y de desmesura en el
ego de los candidatos.
El tiempo verbal de una campaña electoral es el
condicional, de ahí que nada de lo que se dice es un hecho sino una
representación de lo que se quiere hacer. Todo queda condicionado a los
resultados que se obtengan, por eso las promesas son ahora más efímeras
que nunca. La ausencia de mayorías absolutas obliga a pactos de gobierno, que es la coartada perfecta para incumplir los compromisos
adquiridos. El trabajo de los periodistas en una campaña electoral no
debería ser el de entrecomillar vaguedades de los candidatos y
reproducir sus promesas a cuatro columnas. Antes de que un proyecto
alcanzara el titular de un medio de comunicación, el prometedor debería
avalarlo con un estudio económico y otro de viabilidad técnica o social.
En Holanda, las promesas de los partidos políticos deben ser
cuantificadas en ingresos y en gastos, y las cifras han de ser auditadas
por un organismo de responsabilidad fiscal para que se puedan publicar.
En todas las elecciones al Parlamento, desde 1986, la denominada
Oficina Holandesa para el Análisis de la Política Económica hace un
extenso informe de los programas electorales, con los efectos
presupuestarios que tendría y una consideración sobre si es posible o no
cumplirlas en base al propio programa que presenta cada partido.
Es de las pocas democracias en el mundo que utiliza este
procedimiento y aún estamos muy lejos de ello. En España, de momento, el
análisis de las promesas la hacen directamente los ciudadanos. Y las conclusiones son claras: la mayoría no se las cree.
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